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Afortunadamente Cristina está viva, tras los dos gatillazos de este “lobo solitario”, las balas del arma de fuego no salieron porque la historia hoy sería otra, aterradora por cierto. Quizás un milagro de esos que la razón no entiende, o la suerte que la sigue a la vicepresidenta evitaron que estemos ante un enfrentamiento social. Ante una tragedia para todos los argentinos.

Por Natalia Aguiar

La democracia se cuida con diálogo, respetando las diferencias, considerando la opinión del otro, la empatía hacia el más vulnerable, la institucionalidad, la igualdad de posibilidades.

La violencia no es buena consejera. La violencia no arrastra soluciones, sino complicaciones.

Pero uno recibe lo que da, ese es el adagio de esta vida con el que todos bailan. Bailamos. Bailaremos.

La cuestión es que el kirchnerismo desde que llegó al Gobierno generó un discurso basado en amigo-enemigo sustentado en la filosofía de Ernesto Laclau.

Con la llegada de Néstor Kirchner al poder, la política se separó en aliados y enemigos, ellos y nosotros, la oposición, los otros, no hubo mediatintas. Lo cierto es que según cuentan, Néstor era más conciliador y dialoguista que Cristina. Fue ella la que embistió aún más con ese discurso arrollador y avasallante, mediante el cual se llevaba todo por delante.

Las estrategias electorales y partidarias del kirchnerismo han sido violentas, extremas y pueden haber acarreado este tipo de consecuencias violentas también. El odio extremo, o el discurso de amor kirchnerista no dieron buenos resultados. De hecho Cristina debió acudir a Alberto Fernández como alguien mediador y dialoguista para con el peronismo federal. Ella es apasionada al extremo, virulenta, arrolladora en su discurso. Tajante. Siembra viento y cosecharás tempestades. Siembra odio, cosecharás odio.
El acampe de los militares en los alrededores de la casa de Cristina, pueden haber ocasionado ese efecto dominó.

Fue Cristina, para muchos cercanos y peronistas, la que recrudeció el discurso del odio. Descalificación a la prensa crítica, a los opositores, escraches a los que pensaron y piensan diferente a ella, políticos, empresarios, periodistas, todos en la misma bolsa de la acusación, del señalamiento constante. Es que para ella, pensar distinto es un pecado mortal.
Para muchos históricos del peronismo, ella sustentó su personaje en el de Eva Perón, que tampoco fue muy democrática y mucho menos dialoguista.

Un ejemplo poco feliz y reciente de las actitudes de Cristina fue cuando señaló a Patricia Bullrich, como borracha, sin decirlo. A lo que la presidenta del PRO, contestó: “Parafraseando a Churchill: ‘Yo puedo no tomar, pero usted no puede dejar de ser corrupta’”, fue el texto completo que la exministra de Seguridad de Mauricio Macri incluyó en la publicación, que borró apenas minutos después.

Tras el atentado contra Cristina, cuestión de una gravedad institucional inaudita, y que le valió recibir la solidaridad de todo el arco político, la única dirigente de Juntos por el Cambio que no lo hizo fue Patricia Bullrich. Esto generó cuestionamientos puertas afuera. El jefe de bloque de la Coalición Cívica, Juan Manuel López, cruzó el sábado pasado a Bullrich por no repudiar el atentado contra Cristina Fernández de Kirchner: "Patricia es de una generación para la que la violencia era una opción, así que lo lamento por ella", dijo en diálogo con C5N antes de entrar al Congreso para la sesión especial en Diputados, en la que de manera unánime se aprobó el repudio contra el atentado y en pos de la Democracia.

 

La política del odio

En diciembre de 2016, Mauricio Macri fue víctima de ataques con piedras a su vehículo de un grupo de barrabravas del gremio de ATE, en Traful, Patagonia. Los díscolos camporistas emboscaron la camioneta que llevaba al por entonces presidente Mauricio Macri. Una piedra rozó la cabeza de Macri y otra vez la suerte, la fortuna, evitaron una tragedia.

Ayer, Mauricio Macri se quejó por la “utilización partidaria” del atentado a Cristina Kirchner y dijo que hay una “cacería de enemigos”. Lo hizo en una carta abierta publicada en sus redes sociales. Allí plantea una “maniobra” para “alentar la persecución” contra la prensa y la Justicia de parte del kirchnerismo. Fue más allá y dijo: “No nos dejamos confundir” y a su texto lo tituló El atentado a Cristina Kirchner está amenazando al país con otras desgracias. Para Macri el kirchnerismo realiza un uso del expediente “de forma partidaria” y “para iniciar una cacería de enemigos simbólicos a los que les atribuye, sin ninguna racionalidad, la instigación al ataque”.

Es que no sólo para Macri, sino para otros políticos y referentes del empresariado argentino, políticos y analistas, el feriado decretado por Alberto Fernández y la secuencia de hechos que lo acompañaron, fue considerado una utilización política. El odio sembrado, generará cosecha de más odio. El kirchnerismo suele amenazar a críticos, fiscales, jueces y ministros de la Corte que se atrevan a desafiarlos. Eso no es democracia.

De hecho, el jueves pasado, abiertamente el senador José Mayans, presidente del bloque kirchnerista, amenazó a los jueces del Máximo Tribunal, al recordar cuando Néstor Kirchner disolvió la Corte Menemista, conocida como la de “mayoría automática”. “No vaya a ser que ahora se dé vuelta la taba”, dijo y continuó: “No hay tiempo que no llegue –que no acabe, escribió Hernández– ni tiento que no se corte”, desafió con texto en boca del Martín Fierro.

Toda amenaza, señalamiento, acusación al adversario, no colabora al fortalecimiento democrático. Todo lo contrario. Genera más diferencias, más odio, más necedad. Raúl Ricardo Alfonsín sufrió un atentado en 1992, pero inmediatamente decidió sortear ese obstáculo con altura y dignidad. Nunca se puso en papel de víctima y mucho menos utilizó el contexto como discurso político para sacar provecho.

Argentina merece y demanda seriedad, diálogo y consolidación democrática. Cualquier uso desmedido de la palabra generará mayor odio, mayor violencia.

Los políticos argentinos deberán dar mucho más de sí. Argentina se merece más. Argentina hacia adelante. Argentina, que la cosecha sea de frutos.