Por Franco Hessling
La decisión de retornar a la presencialidad puede desencadenar en una segunda ola de contagios que se aleje de aquel epigrama con que el gobierno defendía la cuarentena: “Estamos salvando vidas”.
Lo vamos a decir desde esta columna por última vez, como forma de resguardo intelectual, para ratificar una idea que se viene sosteniendo. El comienzo de clases presenciales puede desencadenar una segunda ola de contagios que acabe por desbordar definitivamente las posibilidades de nuestras redes sanitarias.
No lo repetiremos más ya que hemos sido reiterativos con el asunto, aunque todavía conviene hacer algunos apuntalamientos más para terminar de sentar posición y poder decir, con justicia, que hubo quienes hicimos esfuerzos por advertir el desmadre que se avecinaba por la decisión política.
En primer lugar, es una obviedad que los protocolos no serán lo suficientemente abarcadores para evitar que estallen contagios a mansalva. Las posibilidades de que las burbujas que se crearán sean efectivas son tan ínfimas como las chances que tiene Central Norte de coronarse campeón de la Libertadores 2025.
Para concluir eso basta con citar un ejemplo personal. Soy docente en una institución de nivel medio donde esta semana debíamos volver a tomar exámenes de modo presencial. Finalmente, ello se suspendió porque un preceptor dio positivo de Covid-19 y había estado en contacto con varios del equipo directiva. ¡Se suspendió la presencialidad aun antes de que comenzara!
Lo que no deja de sorprender es el apuro del Gobierno nacional por transigir a una presión injustificada de la oposición republicana: la vuelta a clases presenciales. El planteo de la oposición es tan absurdo que roza lo ofensivo, en su presión incesante hacen creer que durante 2020 no hubo clases, algo totalmente falaz.
Lo grave del asunto es que si en última instancia se desencadena una segunda ola y se deben aplazar las clases presenciales de nuevo, entonces la remisión política del oficialismo habrá sido vergonzosa porque cedió a una presión infundada y cometiendo un error que podría ser caro para las vidas que tanto decían cuidar cuando empezó la cuarentena.
Sin mencionar, para cerrar esta última advertencia, que hay muchos docentes que no son población de riesgo pero que están en estrecho contacto con personas que sí lo son. Los contagios, entonces, podrían desencadenarse sin que estallen las burbujas que se crearán para el retorno a las aulas.