Estériles intentos oficialistas para desprestigiar la militancia setentista y justificar el accionar de la última dictadura cívico-militar se equiparan, sin originalidad alguna, con las estrategias discursivas de toda la derecha latinoamericana.
Por Franco Hessling
En el discurso social peruano, entendido éste al modo de M. Angenot, desde hace un tiempo ha ganado lugar un neologismo de la corriente política de derecha para definir todo aquello que se le oponga y que ose, además, llevar a esa oposición al terreno de lo público, al espacio colectivo a través de protestas, agitaciones, propaganda o movilizaciones que persigan el objetivo de denunciar las injusticias que produce, reproduce y amplía el régimen capitalista.
“Terruqueo” es la definición en cuestión y que, para ser algo más justos y exactos con la definición de Angenot sobre discurso social, no alcanza a toda la población peruana sino específicamente al mainstream de derecha. La prensa empresarial que por supuesto sedimenta, dialoga y se alimenta de esa corriente de pensamiento, le ha dado amplia difusión a este nuevo vocablo, colmando títulos, bajadas y copetes con “terruqueo”. Lector/a de Punto Uno, puede usted chequearlo por sí mismo.
De acuerdo con Wikipedia, que procesa más velozmente que la Real Academia Española estos cambios culturales que impactan en el lenguaje, el terruqueo es “una práctica política y social utilizada mayoritariamente por sectores conservadores y de derecha que consiste en asignar a algún adversario, que tiene propuestas de izquierda o es disidente del establishment, las connotaciones de ser afín a comportamientos o ideas terroristas, o de realizar apología al terrorismo o, incluso, de ser miembro u operar dentro o a favor de estos grupos armados”.
La enciclopedia de acceso libre añade, además, que el neologismo “terruqueo” se utiliza de modo peyorativo ya que persigue el fin “de desprestigiar o de que su discurso -del adversario aludido como ‘terruco’- se vea invalidado”. Entonces, esta nueva noción no es más que una vieja tradición que arrastra la derecha latinoamericana en general: aludir como terrorismo a toda forma de organización y agitación política que pretenda subvertir el statu-quo (aclarando que éste es mucho más que la “casta” política únicamente).
Así, en la semana que pasó en Argentina se reabrieron debates en torno a lo ocurrido en la última dictadura corporativo-militar a cuento de a una nueva conmemoración del comienzo de esa etapa de la historia argentina. Al terrorismo de estado admitido y sancionado, nacional e internacionalmente, se añade la idea de que hubo un otro terrorismo equiparable, el de los “terrucos” ERP y Montoneros, entre otros, que debería ser juzgado con la misma agudeza. Desde ese prisma, además, se pide reparación para las víctimas que dejaron los ataques terroristas de esas corrientes armadas.
En la retórica oficialista, que abona a esa hipótesis de la “guerra” o los “dos demonios”, se añadió el parangón: el crimen organizado narco que viene operando con epicentro en Rosario comparado, en tanto que también terroristas, con los militantes “subversivos” de los setenta. El paralelo tiene un único punto en común: se trata de organizaciones armadas. Nada más, ni un ápice. Sin embargo, la intención de ponerlos en un mismo nivel es coherente con la idea negacionista sobre el terrorismo de estado (concepto incompatible con la hipótesis de una guerra) que caracteriza a La Libertad Avanza.
El modus operandi del oficialismo al respecto es lo que al Perú el “terruqueo”, es decir, una manera de desprestigiar al otro que piensa distinto sin profundizar en explicar, en todo caso, en qué puntos radican las diferencias y por qué tales o cuales son mejores. Sólo intentaron un video en el que hablaron Bautista “Tata” Yofre, ex-funcionario menemista e intelectual macartista con numerosos libros editados, una hija de un militar asesinado junto a su otra hija de 3 años en Tucumán, y un ex-militante montonero que se endilga haber redondeado el número de 30 mil desaparecidos. Buen intento, pero los argumentos reavivaron la hipótesis de la guerra sin mucha originalidad: promocionando una equiparación de fuerzas que no existió, e igualando la utilización de la violencia que ya F. Fanon ha explicado que no tienen nada que ver. Nunca más terrorismo de estado.