Desde hace algunos años, en la política se ha instalado una suerte de reafirmación del “yo no fui”, sintetizada por aquella frase inmortal del macrismo: la “pesada herencia”. ¿Quiere alguien pensar en el bien común sin poner excusas?
Por Franco Hessling
Hay relatos que no pasan de moda, se actualizan con una velocidad asombrosa y, aunque a muchos nos pueda sonar a tomada de pelo, tienen una potencia para seguir o volver a interpelar a quienes no cuentan entre sus virtudes la memoria, el conocimiento riguroso de los hechos históricos y la capacidad de autocrítica.
Esos relatos vuelven como un loop y da la sensación de que operan en la cultura como el bucle de una canción que no deja de repetirse, a veces a más volumen y a veces menos.
Vamos a evitar confundir esos relatos con menciones de nombres propios, aunque esté la mesa servida para mencionarlo ahora que el presidente, quien hizo campaña diciéndose “anti-casta” colocó en su gabinete a varios de los miembros de la misma, varios de ellos gorilas, republicanos y liberales, pero varios también de índole peronista, como el propio Guillermo Francos. No hablaremos, entonces, de los Bullrich, los Caputo y los Menem como parte de ese loop, aunque bien podríamos, ya que la casta adentro del gobierno no se reduce para nada sólo a las primeras líneas.
Retomemos sólo los relatos y hagamos hincapié en uno en particular “la pesada herencia”. Si bien es parte de una cultura política muy arraigada en Argentina, que habilitó a que cada nuevo gobierno deshaga, baraje y dé de nuevo y se permita aires refundacionales, la síntesis más palpable como discurso la pergeñó e inmortalizó el gobierno de Mauricio Macri y Gabriela Michetti -ahora en el ostracismo- cuando asumieron en 2015.
En ese entonces, tras muchos años de continuidad de gobiernos de un mismo tinte político, la afirmación cobró mucha fuerza. Conscientes de que su programa de gobierno impactaría en la calidad de vida de las grandes mayorías, asumieron haciendo la advertencia de que una “pesada herencia” haría ineludible ciertas correcciones, algunas de las cuales se atrevieron a llamar “sinceramientos”, para recién luego llegar al mentado “segundo semestre” donde todo sería fortuna, libertad y capacidad de compra. Sobra decirlo, el famoso segundo semestre nunca llegó.
Esa lógica argumental prácticamente se repitió sin modificaciones en la asunción de Javier Gerardo Milei como presidente. Sin embargo, Alberto Fernández y los suyos ensayaron una fundamentación parecida durante los primeros meses de su gobierno, al que luego se le impuso la gestión de una pandemia y, entonces, no necesitó más echarle la culpa al pasado porque tenía margen para culpar al presente.
Sin decirlo explícitamente, el actual intendente capitalino y propietario de Que Pasa Salta, Emiliano Durand, preparó el escenario para construir el mismo clima de “pesada herencia”. Lo hizo por meses y aprovechó su relevancia en medio, como propietario y figura pública, para reafirmarlo. En su discurso aseveró: “En estos años se han tomado malas decisiones en materia económica y los recursos no fueron a parar donde realmente se necesitaban”, para luego precisar que “el estado financiero actual es altamente preocupante. Junto a mi equipo económico hemos podido establecer a la fecha una deuda de más de 5 mil millones de pesos”.
Durand empezó abriendo el paraguas con el mismo trillado argumento de que los anteriores no hicieron lo que había que hacer y de que, entonces, bien conviene no quejarse de lo que está mal -porque es culpa de otros- y esforzarse, incluso sufrir, para estar mejor. El relato, indudablemente, se ha vuelto un cliché de la política contemporánea. ¿Cuándo volverá a ser importante el bien común en detrimento de esta política del “yo no fui”?