Gobierno de Salta
Banner central top 1 separador

08 02 hess

Si el porcentaje de participación en las elecciones del 13 de agosto es menor al 60%, se puede anticipar un crecimiento de por lo menos 10% de electores para los comicios de octubre. Será clave, entonces, hacia dónde van girando las tendencias entre los abstencionistas.

Por Franco Hessling

Un encumbrado funcionario del gobierno provincial, exprofeso peronista y sin complejos, hace poco hizo al frente mío una lectura sobre las elecciones en Santa Fe que, en principio, me pareció excesivamente optimista. Lo primero que dijo fue “Massa lo da vuelta”, luego, ante mi mirada absorta, añadió que una de las claves para mejorar la performance peronista en la litoraleña provincia era aumentar la participación.

En ese momento su explicación no me resultó convincente. Ni en términos estadísticos reales (aumentando la proporción de votantes y sumando maquinalmente todo ese aumento al caudal peronista) ni en términos de posibilidad real de incrementar la participación de los electores con relación al primer turno electoral.

Con el resultado de la semana pasada en la contienda española, en la que el incremento de votantes que asistieron a las urnas fue mayor a la cita de apenas unas semanas más atrás, y la mejoría de la performance del oficialismo del PSOE fue considerable, tanto que lo que parecía un trámite para el PP y su candidato, Alberto Núñez Feijóo, se le esfumó con un empate técnico que podría volver el asunto a fojas cero.

Entonces, los dichos del encumbrado funcionario cobraron otro relieve. No tanto para analizar exclusivamente el escenario santafesino, sino más bien para considerar qué papel puede jugar el abstencionismo en las próximas elecciones nacionales y cómo puede proyectarse el crecimiento electoral de tal o cual fuerza a partir de más o menos votantes. En otras palabras, la pregunta es ¿a quién beneficia mayor abstencionismo?

Por un lado, se ha considerado que la baja concurrencia a las urnas favorece a los planteos desideologizados, con menos debate político y más superficiales. Es decir, la baja participación favorecería a las ofertas electorales más ancladas en el marketing político que en los programas partidarios. A escasez de votantes, mayores chances para quienes imponen figuras fáciles y sin tanto debate de ideas.

Por otra parte, se ha propuesto que la baja participación favorece, contrariamente, a las estructuras partidarias tradicionales, con mayor militancia activa y construcción territorial, ya que se supone que, de haber menos votantes, éstos serían exclusivamente aquellos que más “politizados” se encuentran. En ese sentido, peronismo y radicalismo serían los principales beneficiarios de la baja participación. Sin embargo, peronismo y radicalismo no están solos, conforman frentes electorales más amplios, a los que también les conviene que se impongan algunas tendencias sólo por campañas de marketing.

Si la participación en las elecciones del 13 de agosto está por debajo del 60%, el crecimiento proyectado de electores para el turno electoral de octubre podría ser de más del 10%. En ese caso y con una paridad entre los candidatos, podrían darse diferencias de las PASO a las generales. Tomando en cuenta que podría haber una segunda vuelta, el destino de esos votos empujados a no abstenerse, tanto en las Generales como en el balotaje, será de vital importancia para determinar quién será el próximo presidente de los argentinos.