Franco Hessling Herrera
El régimen de Ortega-Murillo, por tratarse de una deriva que empezó sólo con visos autoritarios y con un lazo familiar hermético, tiene mucho de proyección para lo que podría derivar con los Milei y sus afanes de “todo o nada”. Duocracias de sangre.
Cuando un gobierno empieza a dar muestras de autoritarismo fácilmente puede anticiparse la deriva dictatorial. Los resortes institucionales pueden funcionar como antídoto que advierta y limite esas derivas ante los primeros visos de autoritarismo o, al contrario, pueden irse modificando de tal modo que ofrezcan cierto marco de legitimidad a la deriva dictatorial.
Con el paso del tiempo, entonces, la mayor parte de las administraciones que muestran sesgos de omnipotencia terminan fuera del gobierno o encapsuladas por las instituciones democráticas o, al contrario, terminan por perpetuarse en las gestiones y modificando las instituciones para que se configuren a paladar de los gobiernos dictatoriales que las apalancan. Ese último proceso, de lo autoritario a lo dictatorial, no distingue ideologías ni regiones del mundo.
En América Latina los ejemplos más estridentes de los últimos tiempos así lo demuestran, la Venezuela de Nicolás Maduro, que se presenta por sus dirigentes como socialista, y El Salvador de Nayib Bukele, que se arroga el mote de un gobierno de orden, seguridad y republicanismo. Uno y otro, sin embargo, van en clara línea de dictaduras, aunque hubiera elecciones y pese a que muchas de sus instituciones internas se hubieran adecuado a los nuevos tiempos de sendas administraciones autoritarias. El caso de Maduro, claro, está más consolidado como dictadura, mientras que el de Bukele va en trance de convertirse en una, con detenciones a disidentes, exilios de opositores, periodistas perseguidos y modificaciones constitucionales para perpetuar al gobierno como perlitas autoritarias que preludian su deriva.
Con menos cobertura en los medios de comunicación, hay otros gobiernos del continente que siguen esa misma línea y tienen más en común con la familia de gobierno que actualmente atiende la Casa Rosada. El caso de Daniel Ortega en Nicaragua es difícil de digerir para los progresismos, tanto más que el ya indefendible Maduro, por su tan meteórico ascenso a la forma dictatorial que deja perplejo a cualquiera que conozca mínimamente la historia del país centroamericano. Ortega pasó de ser un revolucionario del Frente Sandinista del siglo XX, aquel que supo destronar a la dilatada dictadura del imperialista Anastasio Somoza -aliado de los Estados Unidos-, a convertirse él mismo junto a su esposa, Rosario Murillo, en una “duocracia” oprobiosa, asesina, corrupta, desmesurada y truculenta.
Hasta los parientes más cercanos al matrimonio fueron detenidos, perseguidos o empujados al exilio por opinar contra el régimen o por evidenciar sus tropelías, que escalan mucho más allá que meros asuntos de corrupción. El epíteto “mero” no busca relativizar el fraude al estado o los delitos económicos sino dar cuenta de la ingente inmoralidad de la duocracia “Ortega-Murillo”, donde el nivel de saña, agresividad y impunidad hacen ver la corrupción como una cuestión menor, hasta tangencial. Humberto Ortega, hermano de una de las cabezas del bifronte duocrático, falleció el año pasado detenido por sus dichos contra el régimen. Zoilamerica Ortega Murillo, hija de ambas cabezas de la dictadura, se encuentra exiliada en Costa Rica por haber denunciado los abusos y violaciones de las que fue víctima, con su padre como perpetrador y su madre como encubridora.
Costa Rica, justamente, ha sido el país receptor para muchos de los perseguidos políticos de la duocracia nicaragüense. Un vehículo llegó hasta la puerta de un barrio residencial en San José, el 19 de julio pasado. Ante los custodios privados, anunciaron que llevaban un paquete, como si se tratara de servicio postal. Se les permitió el ingreso y fueron directo hasta la casa donde estaba radicado el mayor Roberto Samcam. Lo ultimaron a quemarropa y se dieron a la fuga. La frontera está a siete horas aproximadamente, se presume que los autores materiales huyeron. No hay detenidos por el hecho que fue, evidentemente, otra de las soeces mecánicas de la dictadura Ortega-Murillo, quienes persiguen a sus detractores hasta en el exilio.
Samcam fue uno de los más reconocidos estrategas militares en los tiempos en que el Frente Sandinista luchaba contra la dictadura de Somoza. Como la mayoría de sus otrora camaradas, Samcam no terminó sólo siendo un crítico de la deriva dictatorial de Ortega, sino que acabó perseguido, exiliado y, recientemente, ajusticiado con total frialdad. Más cerca en el tiempo, esta semana, el abogado Carlos Cárdenas Zepeda, preso político dentro del país. Llevaba 15 días desaparecido y su cuerpo finalmente fue entregado a su familia, que no supo de su paradero hasta que recibió el cadáver.
Las represiones legitimadas con instrumentos jurídicos como los protocolos de Bullrich, las modificaciones institucionales unilaterales, como las pretendidas por el gobierno argentino para la Corte Suprema de Justicia de la Nación, las persecuciones judiciales a los opositores y periodistas, y los intentos de acallamiento de la disidencia o de las verdades incómodas -como la reciente avanzada para prohibir la difusión de los audios que revelarían coimas en el seno presidencial de la Libertad Avanza- son las primeras inclinaciones autoritarias que, según cómo discurran las cosas, anticipan una dictadura. Si uno piensa en la mímesis entre Javier y Karina Milei y su corrupción se hace inevitable el parangón con Daniel Ortega y Rosario Murillo. Una duocracia en curso y una duocracia en formación. Veremos hasta dónde llegan los argentinos y hasta cuándo pueden seguir tensando la dignidad humana los nicaragüenses.