05 29 hesslingPor Franco Hessling Herrera

Sólo dos figuras políticas mueven esperanzas y expectativas en la Argentina actual, el presidente Milei y la presidenta del PJ, CFK. Uno se enraiza en su presente y la otra en lo que supo ser. Estamos huérfanos de futuro.

El domingo pasado por la tarde un conocido con reputada astucia me envió un mensaje personal a mi celular con unas preguntas que para cierta tribuna política argentina eran retóricas: “¿La estás escuchando? ¿estás viendo lo que dijo?”. Con mis dotes de deducción a pleno, pese a que era un día remolón, saqué la conclusión correcta: CFK estaba dando un discurso o emitiendo un comunicado, tal vez un video en redes o alguna aparición pública de las que antes hubiesen sido material de cadena nacional.

Ahora, sin embargo, ni siquiera había ecos grandilocuentes en redes sociales sobre sus dichos, mucho menos en la prensa empresarial que se hace llamar independiente, salvo por el siempre dispuesto amplificador de Víctor Santamaría que una vez supo ser el medio opositor al neoliberalismo menemista, Página 12.

Sin dejar que mi relajación dominical se interrumpiera del todo, aunque con el impulso irrefrenable de quienes todavía acostumbramos a escuchar la radio, leer los diarios y mirar los canales de noticias, hice un somero repaso por esos medios tradicionales en sus formatos aggiornados: streaming y portales digitales. No hubo caso. Si bien había alguna mención a CFK y declaraciones recientes, no había centralidad ni demasiada cobertura al respecto. No quise leer en detalle qué había dicho, me interesaba primero escrutar el grado de repercusión porque todavía tengo fresco el eco de sus aplaudidores cuando, hasta hace no muchos años, colmaban con publicaciones de reverencia cuanta expresión pública hacía la líder.

Hincando a mi amigo, tras chequear la baja atención que se le había dado al discurso de CFK, le retruqué con otra pregunta que también puede leerse como retórica: “¿En qué lugar de los TT quedó el hashtag sobre Cristina?”. Apelando a la honestidad de mi interlocutor y también a su avidez por la navegación en redes, quedé expectante a su respuesta. Unos minutos después me confirmó que en Argentina había llegado al quinto puesto, lejos de la inmensa catarata de viralización que generaba en otros momentos la carismática ex presidenta, ex vicepresidenta y ex senadora nacional, actual titular del Partido Justicialista. Sí, leyó bien, el PJ sigue existiendo y no es una marca de ropa, un sabor de helado o una etiqueta de eficiencia energética, es un partido político. Suena tan anacrónico en estos tiempos.

El lunes no lo pude eludir más, tampoco quería. Me atraía conocer qué había dicho CFK sin los recortes tendenciosos de los portales digitales, la mayoría de los cuales oscilan entre ser anuentes con la susodicha o, al contrario, albergar un encono que se salpimenta entre misoginia y complejo de inseguridad frente a una inteligencia política incontestablemente destacada. Entre su ego y su inteligencia uno no sabe qué predomina, principalmente tras constatar que ella misma había admitido en su discurso que su imagen, y el peronismo en general, no causan encanto en la población. El desencanto que causa Milei en el conurbano que lo votó, dijo CFK, tampoco se canaliza a través de “nosotros”.

La presidenta del PJ, con enorme habilidad pone en juego las dos cosas, inteligencia y ego. Al mismo tiempo que admite lo inocultable, un esfuerzo vano que intentan hacer todos los dirigentes del espectro opositor y peronista, le tira un dardo a Axel Kicillof, a quien no le perdona que quiera volar sin la compañía de su hijo Máximo. El lastre que no puede dejar afuera: la maternidad protectora. Empiezo a creer que el problema no es tanto que ella quiera todo el protagonismo, los faroles y la atención, porque ella sabe combinar ego e inteligencia lo suficientemente bien. La cuestión está en que también es una madre que no puede evitar proteger a su hijo, quien no levanta alegría ni expectativas entre los argentinos de a pie, ni entre los dirigentes encumbrados y mucho menos en los referentes de base. Sin CFK, muere la vida política de Máximo y sucumbe definitivamente La Cámpora.

Por esa razón se lanzó a conquistar el PJ y reaparece de vez en cuando no tanto para marcarle la cancha a Milei, a quien le encanta confrontar con CFK y su techo electoral harto conocido, sino para ser el “techo de cristal” del proyecto presidencial de Kicillof. Por eso el peronismo se encuentra tan enlodado y, dadas esas circunstancias, los fanáticos del kirchnerismo se montan en el cuento cada que aparece CFK y se ilusionan con que el efecto Lula en Brasil sea posible también en nuestras lindes. Y como Axel ni nadie dentro del peronismo se anima a confrontar abiertamente contra la presidenta del PJ, no se avizora nadie con más peso específico, pese al enorme desgaste que acarrea su figura.

Admitamos, sin embargo, que sólo dos políticos en el país tienen la condición de generar expectativas y entusiasmo: Milei y CFK. Cada quien a los suyos, lógicamente. Kicillof, con algo más de coraje, quizá podría asomar en esa nómina, pero teme tanto perder el apoyo del kirchnerismo talibán si se planta ante la mamá CFK que prefiere morigerarse y mantenerse como una figura gris, joven pero sombría, sin demasiado empuje. El juego político, de cara a octubre pero también de cara a 2027, se torna de temporalidades más que de actitudes. Asumimos que sólo dos figuras generan las sensaciones políticas más movilizantes, la expectativa y el entusiasmo, pero uno representa lo que está sucediendo y otra lo que ha sucedido antes. Presente y pasado. Es imperativo, entonces, que emerja un futuro que sazone los ánimos de quienes no están dispuestos a tolerar la profundización de este presente donde pegarle a los jubilados es moneda corriente. Tal vez eso reduciría el dato electoral más relevante que se viene notando este año: el abstencionismo.