05 15 hesslingPor Franco Hessling Herrera

Un trabajo científico publicado en la afamada Nature Climate Change ofrece evidencia sobre el cambio climático, los eventos extremos y el nivel de contribuciones de los sectores y países de altos ingresos. ¿Será por eso que Milei ataca a la ciencia y los periodistas que se ocupan de contar esta clase de verdades?

Apalancados por la ola de post-verdad y sesgos de confirmación que se construyó desde las burbujas digitales, principalmente a través de las redes sociales, la ultra-derecha ha venido tensionando el sano intelecto con las objeciones más absurdas y ante verdades que Vicente Gutiérrez Escudero supo llamar “inocultables”, como el cambio climático. Líderes mundiales de la talla de Donald Trump, y algunos de mucha menor gravitación como Javier Milei, son abiertamente negacionistas con respecto a tal fenómeno.

En principio, esas tendencias que niegan el cambio climático, las mejor formadas y más hábiles con la argumentación, se apoyan en la idea de que tal fenómeno no es nuevo, que ya ha ocurrido varias otras veces en los ciclos geológicos de la Tierra y que, por lo tanto, es parte de la Gaia naturaleza, del comportamiento lógico del planeta. Si bien eso es cierto, por eso se han registrado eras glaciales y otras tantas con temperaturas de magma, es un fundamento que tergiversa el problema actual del cambio climático. Este último se sustenta, precisamente, en asegurar que el actual proceso no es natural sino, al contrario, precipitado por una enorme aceleración dada por la actividad humana luego de la Revolución Industrial, y todavía más acelerada durante las últimas décadas del siglo XX.

A ese proceso se lo conoce como Antropoceno, cuando se lo emparenta con las denominaciones geológicas, o “aceleracionismo” cuando se la ancla en perspectivas filosóficas. Tiene poco que ver con lo que pueda haber ocurrido en otras épocas de la historia planetaria, cuando no había motores a combustión interna, no se quemaban hidrocarburos ni se perforaban febrilmente los suelos. Tampoco se emitían tantos Gases de Efecto Invernadero (GEI) sólo para sostener las formas de vida de la humanidad. Por eso el cambio climático causado por el calentamiento global es un fenómeno único, que no tiene antecedentes.

Las tendencias negacionistas, sin embargo, actúan por venalidad más que por evidencia. Así, se han ocupado de fustigar a quienes pacientemente les enrostran las pruebas sobre el cambio climático, de atacarlos y acusarlos de tener intereses espurios. Cuando se navega en las aguas de la post-verdad y el oscurantismo el diálogo con el conspiracionismo delirante se vuelve necesario: según Trump, todo los que afirman lo que él niega son agentes del gobierno chino o de alguna amenaza interplanetaria contra el pueblo americano. Según Milei, todos los que trabajan de desvelar, descubrir o construir verdades son “wokes”, “mandriles” o “zurdos que van a correr”, como los docentes universitarios, los científicos, los periodistas con ética y las organizaciones internacionales compuestas por expertos, como la OMS.

Sin embargo, el ámbito científico está lejos de impulsar sesgos o inclinaciones. Puede haberlas, y de hecho siempre hay subjetividades, pero los mecanismos de validación y legitimación del saber se orientan a transparentar los debates, descontextualizados de sus lugares y autores y confirmarlos o rechazarlos por su estricto contenido. Lo que se publica, debate y acepta como conocimiento científico suele atravesar varios y rigurosos filtros. Y la ciencia ha venido siendo un campo de mucho consenso con respecto al cambio climático y el impacto de la actividad humana en la emisión de GEI. El fenómeno ha sido afirmado también por la WMO (Organización Mundial de Meteorología) y las autoridades meteorológicas de los Estados Unidos y de la Unión Europea.

La semana pasada se conoció un estudio publicado en la prestigiosa revista Nature, que desde hace tiempo impulsa una publicación específica titulada Nature Climate Change. El trabajo fue realizado por científicos de Suiza, Austria, Australia y Alemania encabezados por Sarah Schöngart, una física especializada en estudios sobre clima y ciencias meteorológicas. El título del artículo, sometido a arbitraje de evaluadores ciegos y desconocidos entre sí como todo paper científico, es bastante revelador sobre sus hallazgos sobre el cambio climático: “Los grupos de altos ingresos contribuyen desproporcionadamente a los eventos climáticos extremos en todo el mundo”.

Es decir, no sólo se da por sentado el cambio climático ni que los eventos climáticos extremos, como las sequías, las inundaciones o el alza en los niveles de los océanos sean consecuencia de ese fenómenos, sino que además se introduce el elemento económico del asunto: los grupos de mayores ingresos son más responsables por la emisión de GEI que los de menos ingresos, y el mismo patrón se repite entre países. Por ello, los científicos europeos autores de la investigación hablan de “injusticia climática” y aportan, a través de modelizaciones, el cálculo de que “se observa que dos tercios (una quinta parte) del calentamiento son atribuibles al 10% más rico, lo que significa que las contribuciones de GEI individuales de este sector son 6,5 veces superiores a la contribución media per cápita”.

En este punto cierra todo, porque difícilmente pueda acusarse a estos investigadores de “mandriles”, “woke” o “agentes de la dictadura china” -de hecho, señalan a China como uno de los países con mayor contribución de GEI-. ¿Será, entonces, que como Milei, Trump y esa clase de dirigentes de la ultra-derecha defienden a los ricos están dispuestos a negar las verdades más obvias y atacar a sus mensajeros?