medranoPor Josefina Medrano

Un nuevo ciclo de la vida se inicia con el nacimiento de un nuevo ser. ¡Ese gran milagro! La llegada de un niño siempre es una gran alegría donde todos, todos los involucrados más allá del rol que nos toque —ya sea de padre, tío, abuelo, hermano etc— nos preparamos con alegría y nos condicionamos para su llegada.

Ese nuevo ser que vendrá a transitar por esta tierra, crecerá físicamente, se desarrollará adquiriendo aptitudes nuevas, experimentará momentos fáciles algunas veces y difíciles otras; se frustrará, trabajará para dominar sus emociones, recibirá y dará amor y cuantas cosas más. Y de esta manera irá transitando las distintas etapas hasta que de pronto llegará, casi sin darse cuenta, al cierre de esta apasionante vida terrenal. El momento de morir, etapa que todos conocemos y muchos quisiéramos evitar. De difícil comprensión para algunos, cargado de dolor para otros; momento en que toda esa magia del primer llanto se extinguirá en un suspiro.

Hace ya dos meses que tengo un gran vacío en mi vida. Una herida profunda con la que, estimo, solo podré aprender a convivir. Martha, mi madre, se fue de esta vida terrenal. Se fue como los grandes, rodeada de sus afectos que supo cautivar y cultivar, sus hijos, su hermano, sus nietos y sus amigos y cuántos más para los que significó algo en sus vidas. Por supuesto, como era de esperar, lo hizo de una manera diferente, dejándonos hasta su último suspiro grandes enseñanzas de cómo transcurrir y terminar este ciclo de la vida.

Morir con dignidad fue su decisión. Acompañada en este desenlace por su familia, un gran médico y en paz con Dios, eligió el “cómo” sin saber el cuándo. Comprendió claramente que el final estaba cerca frente a la presencia de una enfermedad oncológica terminal.

Imaginarán el contexto difícil para mí, que siendo médico y por hábito y costumbre diría, queremos hasta último momento que la medicina nos prolongue muchas veces un corazón latiendo sin vida. Sin esa preciada vibra, sin una sonrisa, con una mirada vacía, con un sufrimiento físico desmedido aplacado por drogas magníficas que nos adentran muchas veces en una prolongada y dura despedida.

Seguramente tenemos charlas —diría mezquinas— sobre la muerte, ya que es un tema difícil de abordar por lo que ella implica (ausencia, dolor, sufrimiento), pero sí creo que siempre en la oscuridad de la noche todos alguna vez hemos pensado en ese momento: cuándo llegará, cómo será, no querría sufrir, si hay alguna forma de muerte ideal o cuántas cosas más. Si vemos lo que pasa en el mundo con el aumento de la esperanza de vida la mayoría nos visualizamos llegando a ese momento pintando canas y con un andar cansino, más allá de que podría sin lugar a dudas sorprendernos en cualquier momento.

Es en este punto donde llega el tiempo de tomar decisiones que seguramente no son fáciles, que de alguna u otra forma pretenden dejar en orden “la casa”. Ordenar papeles, delegar responsabilidades, repartir bienes, pero son pocos los que deciden frente a la incertidumbre del cuándo morir el cómo hacerlo. Pareciera, al ser un hecho inevitable, dejarlo correr y que tal vez algún ser querido como cuando nacemos tome el timón de la situación. Alguien me preguntaba por ahí si las personas que deciden el cómo llegar al fin de esta vida terrenal es por resignación, pero no, estoy convencida que son aquellas que han comprendido la llegada del fin del ciclo. Sin ir más lejos, podemos tomar como ejemplo al Santo Padre Francisco que en conversaciones con su médico de cabecera expresó el no ensañamiento terapéutico y que no se procediera a su intubación llegado el momento. Manifestó su cómo sin saber que su cuándo llegaría un lunes después del Domingo de Pascuas.

Podremos definir a la dignidad como la expresión profunda del respeto por los seres humanos, el valor de cada individuo y de la empatía entre todos nosotros. Un valor con tres pilares fundamentales: el principio de la autonomía, de la beneficencia y de la privacidad. Morir con dignidad es el derecho de una persona a tomar decisiones sobre su propio final, respetando su autonomía y evitando el sufrimiento innecesario.

Y sin intención de abrir en estas pocas líneas, que serían seguramente insuficientes, un debate sobre la Eutanasia, sí compartir algunas definiciones para la comprensión del concepto de muerte digna o “eutanasia pasiva”, como se la ha denominado, y poder diferenciarla de la eutanasia activa o el suicidio asistido. Diferencia válida de aclarar frente a la presencia de leyes que contemplan una u otra según los países, y que en el nuestro la eutanasia pasiva o muerte digna está contemplada en la ley 26.742 transformándola en un derecho.

La eutanasia desde su definición etimología hace referencia al buen morir. Del tipo de acciones que se tomen para que se produzca la muerte surge la diferencia entre eutanasia activa y eutanasia pasiva. En la primera es necesario acciones que produzcan la muerte y que sin las mismas no hubiera ocurrido. En la segunda a no someter a las personas a la extensión de un estado de vida innecesario que, por más allá que se hagan tratamientos, cirugías o medicación, no habrá ningún tipo de mejoría. Basándose en dos aspectos claves: que el tratamiento médico no tenga posibilidad de recuperación o que el mismo produzca sufrimiento.

Bienvenida la tecnología y la ciencia para sanarnos, pero hasta a dónde en esta etapa de la vida este arte delicado de la medicina deberá desplegar sus destrezas para cumplir con la noble misión que la hace tan particular. Cuidar la salud honrando la vida.

He aprendido que hay que ser generosos con el otro, acompañar, abrazar, llorar y dejarlos ir, más allá del sentimiento egoísta de quererlos junto a uno para siempre. Entendí lo importante de saber elegir cómo despedirnos, de compartir los últimos momentos con tus seres queridos, recibir visitas sin horarios y ¿por qué no? aprovechar la oportunidad para no dejar charlas pendientes y hacer más liviana la mochila.

Y así eligió ella, morir con dignidad. Con una enfermedad oncología terminal y 86 años: disfrutar hasta que le diera el cuero. Reír, fumar, brindar, comer rico, dar consejos de último momento, estar en paz con Dios. No sufrir la invasión en una institución médica. En casa, en su cama, de la mano de sus seres queridos, malcriada, mimada, respetada y seguramente también con miedo, mucho miedo.

“La muerte no es el final de todo sino el comienzo de algo”, afirmó el Papa Francisco en el prefacio del nuevo libro Esperando un nuevo comienzo, reflexiones sobre la vejez escrita por el cardenal Angelo Scola. La vida eterna es consoladora con certeza, así que Martha, rezo por vos y tantos otros por este nuevo comienzo.