11 17 casallaPor Mario Casalla
(Especial para Punto Uno)

El Gobierno acaban de anunciar la puesta en circulación de billetes de $20.000, que llevan en su frente la imagen de Juan Bautista Alberdi.

De inmediato, Gastón Lucas Alberdi Peñavera, descendiente de la familia de Juan Bautista Alberdi, que se autodenomina liberal, fue uno de los muchos colaboradores del presidente Milei que se alejaron de La Libertad Avanza o éste los echó, cuando el actual gobierno cayó en contradicciones con políticas de ajuste y medidas en contra del sector productivo nacional, expresó con rotunda claridad: “Nos dimos cuenta a tiempo y nos separamos de este personaje nefasto y farsante que usurpó las ideas del liberalismo y no tiene nada que ver con Juan Bautista Alberdi”.

Consideró además que la salida de billetes de 20 mil pesos es prueba de la desvalorización de la moneda nacional y cuestionó la contradicción del Gobierno de haberlos impreso en China, país al que antes había defenestrado por comunista: “Veinte mil pesos no son nada y él, que había dicho ‘con los chinos nada’, los mandó a fabricar a China”. Nada de eso roza la figura del inspirador de la Constitución Nacional (con sus “Bases”, escritas en Chile en 1853), con su visión aguda de los “Grandes y pequeños hombres del Plata” (1879) y finalmente con su denuncia “El crimen de la guerra”, un alegato antibélico contra la Guerra del Paraguay, escrito en 1870. Tanto se horrorizó Alberdi por esa la guerra que la llamó la “Triple Infamia” (1865), por lo cual el mitrismo lo acusó de “traidor a la patria”.

 

La disputa cultural

Si la Galería de Celebridades Argentinas -ideada por Bartolomé Mitre en 1857- puede ser vista como el primer imaginario político porteño, la primera respuesta nacional intelectualmente contundente será esta obra de Juan Bautista Alberdi, “Grandes y pequeños hombres del Plata”.

Escrita en el exilio y publicada póstumamente en París (1912) constituye un texto de imprescindible lectura, no sólo para revisar el pasado argentino sino también para comprender nuestro presente. Al igual que aquella Galería de Mitre, estos retratos alberdianos son imperdibles para seguir debatiendo los problemas más profundos (y todavía irresueltos) de nuestra voluntad de organización como república democrática, federal y representativa.

En varias de las discusiones del presente resuenan los ecos de aquellos viejos problemas que -como todo lo irresuelto- aflora cada tanto traumáticamente (por casos, la coparticipación federal de impuestos, la explotación de recursos naturales, los choques institucionales varios entre Nación y provincias, etc.).

Si separamos lo anecdótico de lo fundamental y nos acotamos a lo sucedido en el país durante los estos últimos cuarenta y un años (1983-2024), podríamos decir que el cartero alberdianos tocó al menos tres veces en nuestra puerta y en las tres, o bien nos hicimos los distraídos, o bien volvimos a colocar parches que apenas disimulan las grietas profundas.

Una fue durante el gobierno Raúl Alfonsín, cuando se insinuó el debate sobre el traslado de la Capital Federal al interior del país (rápidamente ridiculizado y minimizado); otra en 1994 cuando -por acuerdo de coyuntura entre el gobierno de Menem y el radicalismo- se reformó la Constitución Nacional con fines tan oportunistas como mezquinos (otra reelección presidencial más, a cambio de migajas y pompas de jabón); la tercera en 1995 cuando se discutió un nuevo estatuto jurídico-institucional para la ciudad de Buenos Aires, lo cual culminó con el engendro de un “ente autónomo” (la CABA) que no satisfizo a nadie y terminó agregando nuevos problemas a los pendientes desde su federalización en 1880.

En fin, que los problemas no se resuelven con “hombres célebres” –nos recordará Alberdi- sino con grandes políticas nacionales, republicanas y populares. Exactamente a la inversa del pensamiento y la acción de Mitre y del siempre vivo Partido Porteño. Todo lo cual se agrava aún más con ese singular engendro de “anarco liberalismo” que Milei trajo a la escena respaldado por los primos Macri (Mauricio y Jorge) con los cuales juega a las escondidas.

 

De la geografía a la política

Cuando Alberdi discute públicamente con Sarmiento (a raíz del sentido de los términos unitario y federal) le señala: “No se confunda, no son dos partidos son dos países”. Y esto es clave: no se trataba de geografía, sino de política. El problema no era Buenos Aires como territorio físico, sino la comprensión “porteña” (es decir unitaria) del país que tenían sus gobernantes y su clase dirigente.

En este sentido, Sarmiento era tanto o más porteño que Mitre, a pesar de haber nacido y gobernado la provincia de San Juan; así como no se es Federal por el simple hecho de haber nacido y vivido en una provincia. Se trata de mentalidades y no de personajes. Ahí está sino el caso de Urquiza: sucesor indiscutido de la causa federal, se vuelve (por interés y falta de comprensión nacional) tan unitario como los porteños. Así el Supremo Entrerriano termina con plata, pero sin gloria, tomando mate en su fabuloso Palacio San José.

Es que se había vuelto –siguiendo la figura alberdiana- un “pequeño hombre”, al cual retratará implacablemente en pocas líneas: “¿Para qué ha dado Urquiza tres batallas? Caseros para ganar la presidencia, Cepeda para ganar una fortuna y Pavón para asegurarla”, parábola que por cierto seguiría haciendo escuela en la actual historia argentina.

No se es entonces grande o pequeño por ser celebridad u hombre del común, ilustrado o ignorante, bárbaro o civilizado, sino por comprender (o no) el gran problema argentino del momento: su unidad nacional, su desarrollo y el bienestar de su pueblo. Es que -detrás de unitarios o federales- había en realidad dos concepciones diferentes de la unidad nacional: o en torno de Buenos Aires y sus intereses; o con Buenos Aires dentro de un país integrado por todos y en razonable igualdad.

De aquí también sus diferencias con Mitre al evaluar la Revolución de Mayo, para Alberdi ésta “fue unitaria en este sentido porteño o local: como revolución para todas las provincias, pero hecha por una, en su beneficio y sin la asistencia de todas… De ahí la actitud de las provincias, de doble resistencia y hostilidad contra España y contra Buenos Aires”. Es que no se trataba (ni se trata) de cambiar de yugo, sino de terminar con la explotación. Cosa muy distinta por cierto.