10 20 pj

Por Franco Hessling Herrera

El peronismo de Axel y Quintela, el peronismo kirchnerista de CFK y Máximo, el peronismo duro de los Pichetto, Monzó y Schiaretti, el peronismo doctrinario de Guillermo Moreno y el peronismo de derecha rancia de Victoria Villaruel. Elija el que más le guste, lo que sobra es variedad.

Una obra clásica de la historiografía argentina se titula “Los cuatro peronismos” y está escrita por Alejandro Horowicz. En ese texto, el autor clasifica los dos primeros mandatos como presidente de Juan Domingo Perón como el primer peronismo, al peronismo de Perón en el exilio como el segundo peronismo, al peronismo del regreso del líder como el tercer peronismo y al peronismo posterior a la muerte del líder como el cuarto.

La tesis de Horowicz es tan potente como obvia: cada peronismo representó aspectos distintos, no sólo disímiles sino hasta contradictorios entre sí. Así, el idealizado peronismo de los “doctrinarios”, aquel de la justicia social, la soberanía económica y la independencia política, se reduce sólo al primero de los cuatro. Lo que se demuestra, entonces, es que peronismo puede ser casi cualquier cosa, de derecha o de izquierda, liberal o conservador, revolucionario o reaccionario, progresivo o regresivo, desarrollista o granero del mundo. En Argentina no hay sayo que no le quepa al peronismo, a algún tipo de peronismo.

Esta semana se celebró un nuevo 17 de octubre, el hito fundador del movimiento, cuando las columnas abarrotaron la escena pública en apoyo al líder depuesto, allá por 1945, tiempo antes de que Perón finalmente se convirtiese en presidente de la República. Y, como dicen los antiperonistas más pícaros, tal celebración se ha ido volviendo cada vez más en una insignia de la degeneración: el llamado “día de la lealtad” es cada vez más el único día del año en el que los peronistas confían unos en otros. El resto de los días, el imperio de la deslealtad lo ocupa todo.

Sin dejar de lado que la fragmentación social y la crisis de los partidos, además de la carencia de romanticismo ideológico o convicciones ideales solventes, lo que ha ocurrido este año con el “día de la lealtad” merece mención especial. El acto encabezado por el gobernador de Buenos Aires, Axel Kicillof, se llevó todas las miradas y, en algún sentido, no decepcionó: no cruzó a CFK, al contrario, la reivindicó y llamó a la unidad.

Por otra parte, Guillermo Moreno, rival del gobernador bonaerense de larga data y del progresismo en general, hizo su propia fiesta y la verdad que cosechó una importante convocatoria. Salvo por ciertos disturbios, el acto sorprendió a propios y ajenos. Su eventual aliada, a quien Moreno reconoció que sería capaz de aceptar en un diálogo constructivo, la vicepresidente Victoria Villarruel, quien reivindica a viva voz la dictadura militar, celebró inaugurando un busto de Isabel Martínez de Perón en el Senado. Aprovechó para hacer un disparo por elevación a CFK y tomar partido en la interna peronista: dijo que Isabel fue la primera presidente mujer.

La susodicha CFK, por su parte, fue la más enconada: atacó a Kicillof, a sus ministros y ratificó que se candidatea para presidir el PJ buscando unidad. Curiosa manera de hacerlo: ya había un candidato lanzado antes que ella, el gobernador Ricardo Quintela, a quien ella no consultó antes de postularse. Sin embargo, ahora que ella se lanzó, como ni Quintela ni la gente que lo acompaña desde el principio en esta campaña, como el propio gobernador bonaerense, no se bajan, la ex presidente y ex vicepresidente los acusa de facciosos. El mundo del revés.

Y para agudizar su propia contradicción, CFK cargó contra los liderazgos caudillistas -acusando a Kicillof-. Si hay caudillismo, que sea a favor mío. Si hay unidad, que sea bajo mi égida o bajo la égida de quien yo señale -como ocurrió en 2019 con Alberto Fernández-. Es real que la imagen de CFK estuvo subiendo últimamente, pero el progresismo rápido se apresuró a creer que el camino, entonces, será igual al de Lula en Brasil. Sin embargo, la cosa podría parecerse más a la Chile fracasada de Bachelet, a la experiencia ecuatoriana que enfrentó a Moreno con Correa o a la decadencia total de Evo en Bolivia. Los peronismos, ya no sabemos bien cuántos son.