abelcornejoPor Abel Cornejo

Todas las personas que ocupan la presidencia de la Nación, tienen una marca registrada. Esto es: características diferenciales que los distingue notablemente. No en vano al presidente se lo denomina también primer magistrado, haciendo alusión a las viejas categorías del poder que se utilizaban en la antigua Roma.

Javier Milei, por cierto, no es la excepción a la regla. Probablemente, sea quien más rompió una suerte de molde convencional si se lo compara con sus predecesores en el cargo. No obstante, en el poco tiempo de actuación que lleva en la política activa y que culminó con su encumbramiento como jefe de Estado, otras de las formas de mencionar al presidente, ha tenido mutaciones tan notorias como su explosivo carácter.

Ciertamente no puede decirse que Milei sea alguien imprevisible, todo lo contrario, se equivocan, y mucho, quienes así lo consideran. En todo caso construyó su figura pública desde otro lugar, absolutamente diferente a la totalidad de los presidentes anteriores, sin excepción.

Su imagen es distinta; su discurso nada tiene que ver con lo anterior y mucho menos su pensamiento. Una característica, muy a su pesar, lo emparenta con varios presidentes del pasado: y es que lejos de su dogmatismo inicial, que parecía inflexible e irreformable, comenzó a disfrutar de ser tan pragmático, que, si se los comparase al Milei de campaña con Milei presidente, casi que parecerían opuestos el uno con el otro.

Este dato no es menor, debido a que cuando quiso retomar su rol de rockstar anterior, en el acto que realizó el sábado pasado en Parque Lezama, toda la parafernalia que lo rodeaba, sus actitudes y su propio discurso, sonaron increíblemente a gastado y hasta como a viejo ¿Será que en la sociedad líquida de Zygmunt Bauman todo ocurre de manera inmediata y hasta instantánea?

Bauman dice que, la modernidad líquida en los tiempos actuales, tiene fluidez, cambio, flexibilidad, adaptación, entre otros. Afirma que lo “líquido” es una metáfora regente de la época moderna, ya que esta sufre continuos e irrecuperables cambios. En Parque Lezama, se vio a un león que ya no sorprendía, sino que largó toda su andanada de insultos a la prensa que discrepa con su pensamiento, tildándola de ensobrada, más otros epítetos irreproducibles. Junto con eso recurrió a sus ya acostumbrados como “econochantas” para los economistas que sostienen que su plan financiero se agotó y que hace falta urgente un programa de reactivación.

Tal vez la ocasión del acto no tan numeroso, en el lugar desde donde se lanzó a la arena política, no era la adecuada. Unos días antes el INDEC había publicado los datos de la pobreza en la Argentina correspondientes al período diciembre julio y los datos resultaron escalofriantes. El 52.9% de los argentinos son pobres y dentro de esa cifra el 18.1% es indigente.

¿Qué están marcando los indicadores sociales? Algo que venimos señalando desde el 10 de diciembre cuando el presidente –según sus propias palabras– anunció el ajuste más grande la historia de la humanidad, que por cierto cumplió: no basta propender a bajar la inflación y llegar al déficit cero si no hay una urgente reactivación económica que movilice a niveles inusitados el aparato productivo argentino. Incluso podría darse la paradoja en los próximos meses que los porcentajes inflacionarios sigan bajando y paralelamente siga aumentando el índice de pobreza.

Justamente esas referencias son las que faltaron o directamente no existieron en Parque Lezama. Ya no basta denunciar a la casta, al periodismo, al Papa y a todo aquel que piense diferente. Es la hora de gobernar y gestionar. Con la obra pública paralizada, más la amenaza a los gobernadores que deben realizar un ajuste de sesenta mil millones de dólares, porque si alguno lo hiciera, tendría un fenomenal estallido social en su territorio, el panorama no aparece muy alentador.

Las mediciones sobre la aceptación del presidente no sólo han dejado de crecer, sino que desde agosto empezaron a bajar. Es decir que la gente, superada en su ánimo por la inflación, ha virado hacia otro indicador como es el aumento de la pobreza, la caída del poder adquisitivo y la falta de expectativas hacia el futuro inmediato.

No es cierto que por el mero hecho de que baje la inflación se cotizan los salarios o adquieren mayor poder de compra. Esa falacia choca en forma brutal con el humor social, dado que la gente advierte que se ha desbarrancado el consumo y junto con él las posibilidades de no quedar sumergida bajo la línea de pobreza.

Existe un fenómeno, no explicado en Parque Lezama, que hay un importante sector de asalariados en blanco que están debajo de la línea de pobreza, algo que jamás había sucedido antes en el país ¿Es todo culpa de Milei? Por supuesto que no. Lo que sucede es que los insultos o los desvaríos no contribuyen a que la gente se sienta algo mejor o más comprendida por su presidente antes un estado crítico como el que se encuentra. Por eso no fue para nada afortunada la salida a un balcón vacío con sonrisas impostadas del presidente y Susana Giménez, ante una Plaza de Mayo que tal vez hoy sólo albergue a transeúntes y palomas.

A esa misma hora se conocía la cifra del 52.9 de pobres en Argentina. Mañana puede estar llena de descontento. Tal vez por eso el maldecido régimen comunista chino haya dejado de parecerle un demonio y ahora es una economía simpática con la cual se pueden hacer intercambios. Cambia, todo cambia, cantaba Mercedes Sosa.