
En el corazón del Portal de los Andes, a 2.800 metros sobre el nivel del mar, se encuentra El Rosal, un poblado que guarda uno de los tesoros arquitectónicos y espirituales más bellos de la región: la Capilla Santa Teresita del Niño Jesús.
La Quebrada del Toro es conocida por sus paisajes majestuosos, donde los cerros multicolores se entrelazan con la vegetación andina y los ríos que serpentean entre las montañas. En este entorno privilegiado, El Rosal se presenta como un punto de conexión entre la naturaleza y la espiritualidad. Desde el poblado, las vistas panorámicas permiten apreciar la inmensidad de la quebrada, convirtiendo cada visita en un momento de contemplación y asombro.
La capilla, pintada íntegramente de blanco, se integra de manera armónica con el paisaje. Sus ventanas enmarcan los cerros circundantes como si fueran cuadros naturales, mientras que su interior refleja la identidad cultural de la comunidad. Los techos de madera de cardón, caña y barro, los muros de adobe y las vigas de madera evocan la arquitectura tradicional de la zona, transmitiendo calidez y sencillez.
La historia
La devoción a la Virgen en El Rosal tiene raíces profundas. Durante años, los pobladores veneraron su imagen en una pequeña gruta que se convirtió en lugar de encuentro y oración. Sin embargo, la llegada del Padre Maximiliano Chifri en 1999 marcó un antes y un después. Con gran entusiasmo, el sacerdote convocó a la comunidad para plantear la construcción de una capilla que diera mayor espacio y dignidad a la fe local.
El terreno fue donado por la familia de Fermín Sumbaine, benefactores que también habían cedido el espacio para la escuela del pueblo. La obra comenzó en 2003 y se extendió durante dos años, gracias al esfuerzo conjunto de vecinos, familias y donantes que el padre Chifri logró contactar. La construcción de la capilla no solo fue un proyecto arquitectónico, sino también un símbolo de unión comunitaria y esperanza compartida.
Detalles arquitectónicos y artísticos
La Capilla Santa Teresita del Niño Jesús destaca por su diseño sencillo pero cargado de significado. Las bancas sin respaldo, cubiertas con pellones tejidos por artesanos locales, reflejan la identidad cultural de la región. El confesionario, elaborado en cardón, y los techos de barro y caña son testimonio de la utilización de materiales autóctonos, que aportan autenticidad y respeto por el entorno.
Uno de los elementos más llamativos se encuentra detrás del altar: una cruz de vidrio que permite contemplar las montañas de la quebrada. Este detalle convierte la experiencia religiosa en un acto de conexión directa con la naturaleza, reforzando la idea de que la espiritualidad se vive en armonía con el paisaje.
La Fiesta Patronal
Cada año, la capilla se convierte en epicentro de celebración durante la Fiesta Patronal en honor a Santa Teresita del Niño Jesús. La festividad reúne a cientos de fieles que acompañan la procesión, en un ambiente de alegría y devoción. Además de las actividades religiosas, la fiesta es una oportunidad para disfrutar de lo mejor del cultivo andino y de las artesanías locales. Los visitantes pueden degustar productos típicos, como papas andinas, maíz y quinoa, y adquirir tejidos y cerámicas elaboradas por manos artesanas.
La fiesta no solo fortalece la identidad cultural del pueblo, sino que también atrae a turistas que buscan experiencias auténticas y participativas. Para quienes llegan desde otras provincias o países, la celebración es una ventana a la vida comunitaria de los pueblos andinos, donde la fe y la tradición se entrelazan con la hospitalidad de sus habitantes.
Visitar El Rosal y su capilla es mucho más que un paseo turístico: es una experiencia que combina historia, arquitectura, espiritualidad y naturaleza. Los viajeros que recorren la Quebrada del Toro suelen detenerse en este poblado para conocer el templo y disfrutar de la tranquilidad del lugar. La capilla se ha convertido en un punto de referencia dentro de los circuitos turísticos que conectan Salta con San Antonio de los Cobres y otros destinos de altura.
Este templo, rodeado por el imponente escenario natural de la Quebrada del Toro, se ha convertido en un símbolo de fe, tradición y encuentro comunitario, además de ser un atractivo turístico que fascina a quienes buscan experiencias auténticas en los Valles Calchaquíes.
