06 25 hessPor Franco Hessling

Tomando como referencia el pasado y el presente de la cultura política británica, caben advertencias tanto para los todavía crédulos en el programa del oficialismo de Milei como para los propios funcionarios y el presidente, quienes todavía se creen omnipotentes.

Dos días antes de que los conservadores se coronaran en las elecciones generales de Gran Bretaña, en 1983, el referente laborista de origen galés, Neil Kinnock, previno al ciudadano británico común en un discurso en Bridgend: “Si Margaret Thatcher gana el jueves, te advierto que no seas ordinario, te advierto que no seas joven, te advierto que no te enfermes y te advierto que no envejezcas”.

La historia terminó dándole la razón puesto que el neoliberalismo de faz anglosajona, encarnado en las islas europeas por Thatcher y en Estados Unidos por Ronald Reagan, desenvolvió un programa de gobierno donde los principios deshumanizantes del individualismo, la maximización de la producción y el consumo, la mercantilización a ultranza y la paranoia contra el Leviatán se volvieron ejes rectores. Los mismos principios rectores que ahora el presidente Javier Gerardo Milei ha consagrado al rango de normas morales emanadas de las mismísimas “fuerzas del cielo”.

Hagamos una advertencia parecida a la del galés Kinnock: una previsión que tiene muchas posibilidades de convertirse en vaticinio, en presagio de un futuro nada alentador para los argentinos. El programa libertario no tiene nada que envidiarle a los afanes de deshumanización de Thatcher y Reagan, de hecho Milei la ha reivindicado varias veces.

Con la aprobación de la ley bases, la vigencia del mega DNU, el desembarco de figuras del macrismo ya probos socios del capital internacional y de la más rancia derecha conservadora del mundo, los argentinos estamos en el umbral de la decadencia completa como colectivo social. Habrá individuos que lo pasen muy bien, que sean prósperos y que transiten un crecimiento desproporcionado durante este gobierno, como podría darse con Marcos Galperin, pero las grandes mayorías ni siquiera tendrán derecho a envejecer dignamente.

Que la advertencia no recaiga exclusivamente entre quienes sin ser libertarios han venido viendo con buenos ojos el hecho de darle gobernabilidad y “herramientas” al oficialismo para que pueda, en justa democracia, llevar adelante su programa. También podemos llevar advertencias hasta el otro lado del mostrador, es decir, hacia los escritorios de la nueva casta libertaria que gobierna y de los empresarios aliados como Galperín o Marcelo Midlin.

Frente a ellos, que están confiados en que el modelo económico liberal, el endurecimiento del individualismo y la criminalización de la protesta son el pináculo del progreso, hay que advertir que no todo podría salir tan bien. Y en esto, para que no haya sobre-interpretaciones, también usemos el mismo escenario de comparación: la cultural política británica. Este año hay elecciones y Rishi Sunak adelantó los comicios, precipitado por su pésima performance, y que sigue en caída libre, según las encuestas.

Sunak forma parte de los torys, los conservadores, y tras un cierto clima de desestabilización que tuvieron en el brevísimo y fracasado paso de la libertaria Liz Truss, llegó al cargo de primer ministro que antes había dejado, en medio de polémicas durante su gestión de la pandemia, el mediático Boris Jonhson. Todos conservadores, Truss la única confesa “liberal-libertaria”, igual que el rústico presidente Milei.

Tras varios años en el gobierno, los conservadores se enfrentan a una crisis política agudísima por la impopularidad de sus proyectos de gobierno, principalmente por sus desaciertos económicos, su liberalización de precios, su política fiscal y los aumentos en los costos de vida y la inflación, sumado a la precipitada salida de la Unión Europea. Si los laboristas ganan, esto último podría revertirse y hay mucha expectativa en ese sentido.

El desbande de los torys en las islas británicas debería poner las barbas en remojo de gatito mimoso. Su programa de gobierno tiene mucho en común con los conservadores británicos y aunque su popularidad ahora es alta -también lo era la de Menem luego de seis años de gobierno- podría volverse, más temprano que tarde, en una víctima de la justicia social que, muchas más veces de las que Milei y sus aliados quisieran, actúan por cuenta propia y saldan las asimetrías con bravura.