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Quizás la risa sea una de las mejores armas que poseemos ante la estupidez, propia y ajena. Sea la risa disimulada, la carcajada, o la mera tentación risueña.

Por Martín Plaza

La primera vez que se recogió por escrito en palabras una risa, fue en el capitulo 18 del Génesis, y la situación es harto complicada. Allí, es el mismísimo Dios quien debe recordar a Sara, de quien se esta riendo. En efecto, Yahveh desciende de visita a la casa de Abraham y le hace saber que tendrá un hijo. Es ahí, donde Sara provoca el primer chiste verde que se tenga memoria, ya que duda de la potencia viril de su anciano esposo, sin imaginar la vieja, las posibilidades inmensas que tiene el Creador. Me permito la licencia de llamar “la vieja” a Sara, ya que la sola mención de ese sustantivo, provoca en el acto un recuerdo personal de alguna persona de elevada edad en alguna situación confusa.

Shakespeare no solo esta todo el tiempo haciendo chistes, sino que es el primero en homenajear y dar protagonismo a los bufones. Uno de los pasajes más recordados de su imprescindible obra, es el del Príncipe Hamlet dudando de la conveniencia de la existencia: ya se sabe, Ser o No Ser. Reflexión que sucede ante los restos del Yorik, el famoso hazmerreír de Dinamarca.

Cuando la risa explota, denota gran cantidad de emociones reprimidas que se expresan en el cuerpo. Como sucede con todas la emociones, acontecen en el alma y en el cuerpo.

De que nos reímos? O porqué? Para aliviarnos quizás, por sadismo, por aburrimiento, muchas veces (quizás las mejores) por enamoramiento. Hay acaso tesoro mas grande que la risa de Ella?

Los mejores ataques de risa seguro ocurren en el colegio, donde la tentación ante una palabra confusa (generalmente de contenido sexual), un error gramatical o una torpeza de alguien, provoca ese contagio de risa, que potencia la furia del profesor circunspecto y engolado, provocando ya entonces la hilaridad general. También los ataques de risa en misa son extraordinarios, sin dejar de lado los que ocurren en reuniones formales o ceremonias solemnes.

Borges, disfrutaba en gran manera de hacer rimas procaces, o burlarse de los apellidos de la gente, con versos que nadie podía aceptar que venían de el. En realidad, el Maestro todo el tiempo se estaba riendo de todo y de todos, conducta que aceptamos porque antes que nada se reía de el mismo.

En la extraordinaria película del Teuco Castilla, La Redada, una escena antológica muestra a Lito Nebbia con alas de ángel, en bicicleta, mirando Salta desde el portezuelo, diciendo que a veces puede escuchar la carcajada de Dios.

La imagen es fuerte, básicamente porque Dios es un fino humorista, casi irónico, y su risa la imagino más de costado, como el del que se las sabe todas. Aun así, creo que he escuchado algunas veces, y he visto, esta carcajada. Fue en Palermo, hace un par de años.

Aun así, debo confesar que con quien mas me río es con mis amigos, nadie como ellos me hacen reír. Con chistes, o apodos, o burlas que ya escuche millones de veces, sin embrago cada vez me resultan de gran frescura, ingenio y novedad.

También es prudente denunciar la corrupción que permite la entrada a asados, bautismos y asaltos, de aquellos que han compendiado una serie de chiste para la ocasión. Sobre todo porque como decía Macedonio, creemos que el humor consiste en una sorpresa intelectual. Un giro imprevisto, la inducción al malentendido, la generación de confusión.

Por supuesto que la circunstancia también es fundamental: lanzar un gas en medio del discurso del Ministro es glorioso, y no así el mismo desprendimiento en una cancha de futbol.