Ubicado en lo alto de las montañas salteñas, el pueblo de Iruya es uno de los destinos más encantadores del norte argentino. Pero hay un secreto que muchos viajeros aún no conocen: La Banda, un paraje que se extiende al otro lado del Río Colanzuli y que ofrece una experiencia única para quienes buscan conectar con la espiritualidad, la naturaleza y la historia viva de los pueblos andinos.
Luego de recorrer las callecitas empedradas de Iruya, cruzar el río y comenzar la subida hacia La Banda, el paisaje cambia. Las pendientes se vuelven más pronunciadas, las casas de adobe se asoman entre los cerros y el aire se llena de silencio. Es aquí donde el visitante empieza a sentir que está entrando en un espacio distinto, más íntimo, más profundo.
La geografía de La Banda es desafiante, pero también profundamente hermosa. Las calles empinadas obligan a caminar con pausa, lo que permite apreciar cada detalle: los colores de las montañas, los cultivos en terrazas, los niños jugando entre las casas, y el sonido del viento que parece contar historias antiguas.
Uno de los puntos más emblemáticos de La Banda es la Capilla Inmaculado Corazón de María, un templo sencillo pero lleno de encanto. Su arquitectura austera, construida con materiales locales, se integra perfectamente al entorno. Dentro, se conservan con devoción las imágenes del Inmaculado Corazón de María, Inmaculado Corazón de Jesús, San José y San Marcos, santos patronos que acompañan la vida espiritual de la comunidad.
Las fiestas patronales son momentos de gran emoción. En esas fechas, La Banda se transforma: hay procesiones coloridas, bailes tradicionales como los de los Cachis, almuerzos comunitarios y una energía de hermandad que contagia. Para los visitantes, participar de estas celebraciones es una oportunidad única de vivir la fe desde la raíz, compartiendo con los pobladores una tradición que se transmite de generación en generación.
Río Colanzuli: el susurro de la naturaleza
Otro de los tesoros de La Banda es el Río Colanzuli, que baja desde San Isidro y atraviesa el valle dividiendo el pueblo antiguo de Iruya y el paraje de La Banda. Durante los meses de frío y escasa lluvia, su caudal disminuye, lo que permite disfrutar de momentos de paz y contemplación a orillas del río. El sonido del agua, el canto de los pájaros y la inmensidad del paisaje hacen de este lugar un refugio ideal para quienes buscan desconectarse del ritmo urbano y reconectar con lo esencial.
El río también es un punto de partida para caminatas que recorren los alrededores, cruzando puentes rústicos y senderos que serpentean entre cerros y quebradas. Cada paso revela una postal distinta, y cada rincón invita a detenerse y respirar.
Mirador del Cóndor: donde el cielo toca la tierra
Si hay un lugar que no puede faltar en tu visita a La Banda, es el Mirador del Cóndor, ubicado en Abra Colorada, a más de 2.700 metros sobre el nivel del mar. Este punto panorámico forma parte de una antigua finca y se ha convertido en uno de los favoritos para los amantes del trekking y la fotografía.
El camino hacia el mirador es empinado, pero accesible. Muchos grupos de viajeros lo recorren juntos, compartiendo la experiencia de ascender entre paisajes majestuosos. Al llegar, la recompensa es inmensa: desde allí se obtiene la mejor vista del pueblo de Iruya, con sus casas colgando de la montaña, sus calles serpenteantes y el telón de fondo de las montañas coloridas que parecen pintadas a mano.
Pero lo más impactante es la posibilidad de ver el vuelo de los cóndores andinos, aves majestuosas que surcan el cielo con una elegancia que deja sin aliento. Estos animales no solo impresionan por su tamaño —con una envergadura que puede superar los tres metros—, sino también por su profundo significado cultural. En la cosmovisión de muchos pueblos originarios, el cóndor es un mensajero entre el mundo terrenal y el espiritual, un símbolo de sabiduría, libertad y conexión con lo divino.
Ver un cóndor en vuelo no es solo una experiencia visual: es un momento de introspección, de conexión con la historia ancestral que vive en estas tierras.
Visitar La Banda es mucho más que recorrer un paraje pintoresco. Es sumergirse en una forma de vida que respeta la tierra, honra la fe y celebra la comunidad. Es caminar por calles que cuentan historias, entrar en una capilla que guarda siglos de devoción, escuchar el río que acompaña el paso del tiempo y mirar al cielo esperando el vuelo de un cóndor.