Por Antonio Muñiz
En medio de recortes históricos a la ciencia, la tecnología y la educación, el gobierno de Milei profundiza un modelo de desindustrialización que comenzó en 1976. ¿Es posible un desarrollo soberano sin inversión en conocimiento?
Argentina atraviesa una encrucijada crítica. Mientras el mundo acelera hacia la Cuarta Revolución Industrial, y los países centrales están en lucha por una nueva hegemonía, basados en una carrera por el liderazgo científico-tecnológico, el gobierno de Javier Milei ejecuta un programa de ajuste que revierte décadas de avances en ciencia, tecnología y educación.
El Presupuesto 2025 lo expresa con crudeza: se suspendieron leyes clave que garantizaban financiamiento educativo (6% del PBI), científico (0,39%) y técnico (0,2%). No es solo un recorte: es la consolidación de un modelo que prioriza el pago de deuda externa (1,31%) por encima del futuro productivo.
El panorama se agrava con una batería de políticas económicas que van más allá del ajuste fiscal. La apertura comercial indiscriminada, un tipo de cambio artificialmente bajo y el brutal achique del mercado interno están sentenciando a muerte a miles de pymes industriales. En un país donde las pequeñas y medianas empresas generan más del 70% del empleo privado, esta combinación resulta letal. Con importaciones que inundan el mercado, caída del consumo y costos en alza, muchas fábricas están parando su producción o cerrando sus puertas.
Este modelo no es nuevo. Desde 1976, Argentina perdió el 60% de su capacidad industrial: de representar el 40% del PBI en 1974, hoy apenas alcanza el 16%. Milei no inventó la desindustrialización, pero sí la acelera al desmantelar sus únicos antídotos: un Estado planificador, inversión en educación, ciencia e innovación y un mercado interno robusto.
El manual del colapso: ¿Cómo matar un ecosistema de innovación?
El CONICET sufrió una caída del 41% en su presupuesto desde 2023, lo que limita su accionar a cubrir salarios y reduce al mínimo la investigación aplicada. La Agencia I+D+i, clave para proyectos público-privados, perdió el 67% de sus fondos. Se han paralizando todos los desarrollos estratégicos como el reactor CAREM o el trigo resistente a la sequía. Las universidades nacionales, mientras tanto, reciben menos de la mitad de lo necesario, con laboratorios que ya no cuentan ni con insumos básicos.
Fuga de talento y estigmatización
Con salarios por debajo de la línea de pobreza, muchos científicos emigran. A esto se suman declaraciones presidenciales que los tildan de “casta”, empujándolos a buscar futuro en el exterior o en el sector privado. En 2024, más de 3.000 investigadores dejaron el país, según estimaciones del Grupo EPC-CIICTI. “No tenemos ni para comprar un vaso de vidrio roto”, denunció Sandra Díaz, reconocida científica argentina y ganadora del premio Princesa de Asturias.
La crisis también afecta el equipamiento y la infraestructura. Equipos de última generación quedaron fuera de servicio por falta de mantenimiento, edificios universitarios tienen filtraciones, sistemas eléctricos obsoletos y aulas clausuradas.
Apertura, dólar barato y la estrangulación del mercado interno
La política económica actual combina elementos que en otras épocas ya demostraron su potencial destructivo: apertura de importaciones sin regulaciones, atraso cambiario y recesión interna. El dólar barato —producto de un ancla nominal sin respaldo productivo— encarece los costos locales en dólares, mientras facilita la competencia externa. En paralelo, el desplome del consumo, el cierre de líneas de crédito y la contracción de la obra pública golpean al corazón del tejido productivo pyme.
Con un 55% de las pymes sin acceso a tecnologías digitales, muchas enfrentan hoy no solo la falta de demanda sino también la imposibilidad de competir con productos importados de Asia. A diferencia de países que protegen y promueven a sus industrias, como Brasil o México, Argentina se encamina hacia un modelo de enclave primarizado, basado en la exportación de commodities y la especulación financiera.
La raíz del problema: Un proyecto que niega la historia
El modelo de Milei repite un libreto conocido que ya fracasó. Entre 1976 y 2001, la Argentina destruyó 1,2 millones de empleos manufactureros. Hoy, con un aparato productivo sin soporte estatal, sin crédito ni demanda, el resultado se perfila aún más dramático. La política económica parece diseñada para privilegiar la renta financiera y los equilibrios macro a corto plazo, en detrimento del trabajo, la tecnología y el futuro industrial.
Mientras tanto, el mundo va en la dirección opuesta. China invierte el 2,4% de su PBI en investigación y desarrollo (más de 500 mil millones de dólares). Israel dedica el 4,3%, y articula una política nacional de innovación con su sistema educativo, universidades, startups y Fuerzas Armadas. Corea del Sur pasó de país agrario a potencia tecnológica en tres décadas gracias a un Estado desarrollista y a una fuerte inversión en ciencia.
Argentina, en cambio, retrocede. En 2024, la inversión en I+D cayó al 0,214% del PBI, un nivel similar al de crisis del 2002. La imagen es clara: sin inversión, no hay conocimiento. Y sin conocimiento, no hay industria.
La única receta que nunca falló
No hay casos exitosos de desarrollo sin conocimiento. Los países que hoy lideran el mundo tecnológico apostaron durante décadas a la educación, la ciencia y la industria nacional. La historia argentina también lo demuestra: en los períodos donde el Estado impulsó la investigación, la tecnología y la sustitución de importaciones, el país creció, generó empleo calificado y logró autonomía relativa.
El ajuste fiscal, combinado con políticas de apertura indiscriminada y desarme del mercado interno, no es neutral: configura un proyecto de país sin industria, sin ciencia y sin futuro. La pregunta es si aún estamos a tiempo de revertir el rumbo, o si el proyecto en marcha nos condena a ser un país periférico, con salarios bajos, sin industrias, sin educación y en permanente crisis.
Artículo publicado en Revista Zoom (www.revistazoom.com.ar)