Por Pablo Borla
Aunque el título de esta columna remita inevitablemente a la maravillosa crónica de Gabriel García Márquez sobre los últimos días del Libertador Simón Bolívar, el laberinto en el que se halla el presidente Alberto Fernández, asediado por propios y ajenos, responde a circunstancias y decisiones muy diferentes.
No hay un carné de conductor para manejar Argentina. Si hubiera esa posibilidad, hoy me sobrarían los dedos de una mano en un conteo imaginario de posibles postulantes.
Es como intentar manejar un automóvil de un modelo un tanto antiguo, con un tren delantero poco confiable, con muy poco combustible y una vela desplegada en el techo para aprovechar algunos vientos ocasionales. Todo ello en un recorrido que entremezcla el París-Dakar con el Rally del Amazonas y la montaña rusa Skyscraper de Orlando.
Por supuesto que estas metáforas no suelen ser siempre afortunadas ni pretenden exactitud, pero si el vivir en nuestro querido país ya de por sí da vértigo, imagínese conducirlo.
En un reportaje reciente concedido a Radio Mitre, el expresidente Eduardo Duhalde sentenció irresponsablemente: "Alberto no está bien, no está para decidir cosas. Porque ningún presidente, en momentos de crisis, puede soportar 15, 20 impactos psíquicos todos los días y estar bien" y recordó su experiencia personal en como mandatario: “Es lo que también me pasó a mí, cuando veía cosas que no existían, por ejemplo un río en Olivos, con pescados saltando.”
No se notó demasiado interés en Duhalde en hacer su aporte para ayudar en la supuestamente necesaria serenidad presidencial, sino más bien en esbozar una imagen de un líder político incapaz de tomar decisiones correctas, para alegría del grupo económico al que pertenece la emisora.
Hoy, Fernández gobierna atendiendo una situación de pandemia inédita y sin manual y un país devastado, con una deuda centenaria e impagable que dejaron los que, desde la oposición y con apoyo de medios con intereses creados, son críticos impiadosos, carentes de límites morales y evidentemente sólo interesados en hacer política de bajo nivel y negocios de alto, como impulsar al mejor estilo barrabrava a Deportivo Pfizer, aún a costa de la soberanía nacional.
Alberto Fernández surgió en su momento, inesperadamente, como un candidato moderado que incorpore a los votantes del Frente de Todos a quienes no querían votar al macrismo pero desconfiaban de la figura de Cristina Fernández de Kirchner.
Esa misma moderación, que juzga necesaria para la aplicación de las políticas de Gobierno, limita su accionar en una coalición gobernante en la que hay más halcones que palomas y lo somete a un estado de negociación permanente y desgastante: Alberto Fernández no conoce paz desde el inicio de su mandato y las medidas que ha debido tomar y la artillería constante de los grandes multimedios opositores han desgastado su imagen, en principio muy fortalecida por una administración racional de la pandemia que iniciaba en marzo del 2020.
La gira internacional por países que son referentes en la economía mundial, su reunión con Francisco I - que medios opositores intentaron descalificar en su real trascendencia- y un muy importante encuentro personal con la titular del Fondo Monetario Internacional (FMI), Kristalina Georgieva, muestran la decisión de comenzar a salir de uno de los numerosos laberintos criollos: la renegociación de la deuda con el organismo desde la base de un esquema que demuestre al mundo que nuestro país no quiere deshonrar sus compromisos pero que pretende hacerlo en un marco racional y posible.
A su vuelta, encuentra más laberintos a recorrer: el político, cuyas elecciones de medio término lo dejarán consolidado o con las manos atadas hasta el fin de su mandato; un sistema judicial que funciona desde una lógica partidista y en el que miembros importantes parecen arrogarse atribuciones más propias de los otros Poderes; la continuidad de la administración de la pandemia; los conflictos internos de la coalición gobernante; un Gabinete de funcionarios que tiene algunas figuras que no siempre parecen dispuestas a hacer todo lo necesario para avanzar en los objetivos de Gobierno y una presión inflacionaria que depende de causas que van más allá de la emisión monetaria, como las actividades políticas de formadores de precios.
“De todo laberinto se sale por arriba” decía Leopoldo Marechal.
Arriba, hoy, es el necesario y casi inevitable acuerdo social y político que logre dar luz para encontrar la salida entre tanto pasadizo complejo. Pero no depende exclusivamente de la voluntad del Gobierno sino de una mirada general superadora de la coyuntura.
Puede lograrse. Así, otra será la historia.