Por Pablo Borla
Aunque el Gobierno compre 24 cazas de origen estadounidenses (de segunda mano) a Dinamarca, como quien queda bien con su nuevo aliado, los EE.UU; aunque se despliegue un gran aparato propagandístico de amplificación de las tareas de combate al narcotráfico en Rosario -se dice más de lo que se hace-; aunque haya un recorte fiscal salvaje para lograr la meta potencial de defender el bolsillo de los trabajadores, la realidad concreta nos encuentra a los argentinos en un estado de indefensión profunda.
Esto, a Javier Milei no parece importarle demasiado, concentrado como está en los números de la macroeconomía, lo que agrega un agravante al ser gobernados por un presidente al que no solo no le interesa atender otros temas que no sean la economía, sino que inclusive le molesta hacerlo.
Esto último proviene de las informaciones off de récord por parte de sus ministros, quienes no se atreven a hacerle consultas que lo saquen de su concentración vital, y de ahí que las decisiones que toman sean timoratas y lleguen con algún retraso, dejando la administración del Estado en manos de la Divina Providencia y sin nombrar funcionarios en áreas importantes, lo que posterga decisiones imprescindibles para que algunos argentinos coman y aún, vivan.
En esa lucha sin cuartel contra el déficit -con un superávit dudoso en su estricta contabilidad- hay un déficit que se incrementa y es el de empatía, una forma de administrar con consideración hacia los gobernados, que desciende desde un líder al que perturban más las luces fuertes y las toses cuando hablan, que el cómo se encuentren sus compatriotas.
Con un consenso popular que a veces aparece como indescifrable -una suerte de Síndrome de Estocolmo- propios y ajenos vemos como el presidente se muestra casi indiferente en un acto escolar ante el desmayo de un alumno; como expresa que no le importa que una empresa que da trabajo vaya a la quiebra o que decenas de miles de empleados estatales pierdan su trabajo, como si todos aquellos con contratos a término fuesen forzosamente los denominados vulgarmente “ñoquis”.
En línea descendente, su portavoz ante la prensa, y en ello ante los argentinos, Manuel Adorni, se muestra socarrón y hasta un poco cruel en sus declaraciones cuando los periodistas indagan frente a cuestiones como los despidos, las subas de sueldos por parte de los funcionarios de primera línea o la manera como el Gobierno encara la lucha contra el dengue.
A todo esto, la Organización Mundial de la Salud fue terminante sobre la necesidad de la inclusión de la vacuna contra el dengue en los calendarios obligatorios de vacunación.
Como si fuera un avezado científico, el vocero duda de la efectividad de la vacuna -aún cuando ésta ya haya sido avalada también por un organismo prestigioso como la ANMAT- y a tono con su líder, mide las vidas humanas en términos de costos monetarios.
Mientras tanto, no hay campañas de difusión de conductas de prevención por parte del Estado Nacional; el ignoto ministro de Salud -forzado a dar declaraciones por la presión del momento- minimiza la situación, aunque haya 129 muertos a esta fecha y más de 180 mil casos.
No debería sorprendernos que Milei confunda achicamiento del Estado con supresión del Estado. Después de todo, es un anarquista que milita una organización espontánea de la mano invisible del mercado. No deja de ser un acto místico, confesional. Un dios es un dios en la medida en que haya quien así lo crea y parece ser que, para nuestro presidente, el mercado tiene ese rango.
La no participación inicial del Estado en las paritarias; la inaceptable dilatación de la continuidad de programas como los de la Dirección de Asistencia Directa por Situaciones Especiales (DADSE) o coberturas del PAMI, que implicó cortar con la entrega de medicamentos y la asistencia en salud de adultos, embarazadas, adolescentes y niñas y niños con cáncer y para pacientes con enfermedades crónicas discapacitantes y patologías agudas; la disminución presupuestaria o el cierre de organismos de regulación y control que nos deja a la voluntad de grandes empresas los precios de insumos básicos, en un contexto en el que la libre competencia se ve reemplazada por los acuerdos de monopolio entre las pocas empresas que manejan, por dar un ejemplo, el mercado de alimentos.
También, en la práctica, el desguace del sistema de defensa de los consumidores, lo que deja a libre arbitrio de las empresas el cumplir con las normativas vigentes.
Recientemente, importantes empresas reconocieron subas desproporcionadas de sus productos cuanto el presidente liberó los controles de precios porque esperaban un dólar trepando a $2.000. Mientras tanto, sube la línea de pobreza y los votantes de Milei se aferran a la esperanza de que el cruel esfuerzo al que son sometidos no sea en vano.
Argentinos a la deriva. Porque cuando el Estado no defiende lo que debe, nadie se hace cargo.