El domingo 24 de marzo volvió a abrirse una grieta que muchos pensábamos que estaba casi cerrada: la teoría de los Dos Demonios como una manera de resolver la discusión sobre el rol del Estado y de la guerrilla en ese período terrible que comenzó poco tiempo antes del golpe de Estado de 1976.
Por Pablo Borla
Luego de los desgarradores y contundentes testimonios que llamaron la atención del mundo, en el histórico juicio a los máximos responsables del gobierno militar y a los principales jefes guerrilleros, la opinión predominante sobre ese período se resumió en la expresión de cierre del alegato del fiscal Julio César Strassera: “Nunca más”.
El 24 de marzo, feriado nacional como Día de la Memoria por la Verdad y la Justicia, es un patrimonio de los argentinos, porque fue una construcción colectiva.
Las frases polémicas y provocadoras de la vicepresidente Victoria Villarruel, avaladas por el presidente Javier Milei, previas a la conmemoración de la fecha, fueron creando un clima propicio para lo que fue una de las mayores demostraciones de expresión popular desde el retorno de la democracia: alrededor de cuatrocientos mil personas en Capital Federal y miles en diferentes actos en todo el territorio nacional, se sumaron a la renovación del pacto del Nunca Más, mientras el Gobierno Nacional emitía contemporáneamente un video sesgado y de mala calidad con la locución del ex jefe de espías Juan Bautista “Tata” Yofre -fuente poco objetiva si las hay- reivindicando a las víctimas del terrorismo pero sin mencionar ni una sola vez a la dictadura ni al método de terrorismo de Estado.
La ocasión sirvió también para acercar saludables posiciones coincidentes entre importantes representantes del peronismo y del radicalismo, partidos de larga tradición democrática.
El empoderamiento de personeros de la extrema derecha, amigos de la mano dura y poco afectos a los postulados democráticos, produce el efecto de iluminar con un reflector una cueva oscura: salen en bandadas los murciélagos que estaban callados, esperando el momento de sentirse habilitados. Así, surge de ese muladar el facho argentino, un arquetipo que resiste el paso del tiempo.
Porque no está mal mostrar que hubo atentados terribles por parte de la guerrilla armada, ni está mal que se sepa que hubo y hay dolor heredado de familias que fueron víctimas.
Lo que está mal, y el mundo lo avaló y avala, es querer justificar con argumentos sin sustento la desaparición de personas, la tortura, el encarcelamiento y la ejecución sin juicio previo -a sola discriminación de los jefes de turno- de hombres y mujeres por el solo hecho de pensar distinto; la apropiación de bebés y su cambio de identidad, por mencionar algunas de las terribles acciones de personas horribles y crueles, que tuvieron la oportunidad de ser juzgada por un tribunal democrático -la que no le dieron a sus víctimas- y que, además, fueron indultados por un presidente farandulero que además llevó a la Argentina al endeudamiento, a la pérdida patrimonial de la Nación y al dolor de millones de personas desempleadas y sin oportunidades.
Se ha discutido el número de 30.000 desaparecidos, cuando ya se sabe que esa cifra es simbólica e inexacta precisamente por lo que la causa: no hubo muertos que contar. Hubo desaparecidos que nunca más volvieron a sus hogares.
Un abogado y periodista prestigioso como Hugo Alconada Mon, quien accedió a documentos desclasificados en EE.UU., reveló que los militares del Ejército reconocían a 22 mil muertos y desaparecidos entre 1975 y 1978.
La mayoría no eran militantes guerrilleros armados sino hombres y mujeres jóvenes, gremialistas, militantes políticos, reconocidos o identificados como pertenecientes a la izquierda, arrancados de sus casas en medio de la oscuridad cómplice de la noche.
Estas atrocidades sucedieron con el silencio y el aval de una prensa cómplice que ocultaba o falseaba la información y difundía consignas nacionalistas, ante el reclamo y el repudio de los organismos internacionales de derechos humanos.
Tanto si el gobierno de Javier Milei lo hace por convicción, como si solamente fuera una cortina de humo para que, por unos días, no se hable de la inflación, de las jubilaciones devaluadas, ambas situaciones son inexcusables para un mandato devenido de elecciones democráticas.
No se puede ser democrático o no, a conveniencia.
Porque no solamente importa la economía, sino también la República, la división de Poderes y el respeto a las leyes que la democracia ha consensuado y la Constitución ha respaldado.
Podemos disentir en muchos aspectos y hasta asumir que no somos dueños de la verdad absoluta, pero no se puede dialogar ni respetar a quienes reivindican al terrorismo de Estado y a sus ejecutores.
Porque la democracia siempre es más. Nunca Menos.