En la mitología griega, Sísifo fue un hombre sumamente ingenioso, que, por haber engañado a los dioses, fue condenado en el Infierno a perder la vista y empujar eternamente una roca gigante hasta la cima de una montaña, sólo para que cuando llegase, ésta vuelva a caer rodando hasta el pie de la montaña, desde donde debía recogerla y empujarla nuevamente hasta la cumbre.
Por Pablo Borla
Cuando analizamos los ciclos políticos argentinos de los últimos cien años, no puedo evitar notar la analogía. Somos el país del “casi” y del “quiero y no puedo”. El que arrastra su propia piedra hasta la cima y en ese momento fatal, un Golpe de Estado, un abuso populista, un interés extranjero; un presidente farandulero, o inútil o desequilibrado; por citar alguna de sus múltiples causas, hace caer la roca y a empezar todo de nuevo.
Porque siempre fuimos la “Argentina Potencia” y nunca pudimos consolidar convertirnos en “Argentina Acto”, en una realidad consolidada de ese país líder que soñamos ser, que nos prometimos, que nos aseguraron (y nos aseguramos) que éramos.
Pero no aprendemos, y cuando se nos cae la roca pasamos de un aparente extremo al otro, de privatizar todo a nacionalizar todo; de promover derechos a restringirlos, siempre con el apoyo popular corriendo detrás de diferentes zanahorias, que nunca logramos alcanzar.
Trato de no ser pesimista, sino de analizar ciclos probables.
Esta vez estamos en el ciclo de la extrema valoración del logro individual, del desprecio del Estado, pero, a su vez, del esfuerzo colectivo –pero no de todos los sectores- que se niega a admitir que la roca, así como vamos, terminará cayendo.
El problema no es la voluntad o la capacidad de esfuerzo, sino la sospecha de que vamos hacia el incierto rumbo de los tomates, con un plan fiscal concreto, pero no con un plan económico que sea claro y conocido; que tenemos una persona el frente del Poder Ejecutivo Nacional que estimula las grietas, que divide al mundo en enemigos y amigos -según coincidan o no con su pensamiento-; que dedica mucho tiempo a ver e intervenir en las redes sociales y que vive en un mundo de una verdad autorreferencial -con funcionarios que expulsan del oscuro mundo de su mente hacia el exterior, con naturalidad, afirmaciones canallescas y cínicas- y que parece conmoverse con muy pocas cosas. Que mira a niños desmayarse y culpa a “los zurdos” de ello.
No hace mucho, el filósofo Juan Pablo Feinmann, citando a Nietzsche, nos recordaba que la verdad es aquella que logra imponer la voluntad del Poder, es una creación del Poder.
Y el Pueblo, indignado de sucesivos fracasos, acepta esa verdad como una meta posible o deseable y lo mantiene en su puesto más en base a la esperanza que a sus aciertos.
Para algunas cuestiones, como lo mal que lo están pasando los jubilados y los carenciados, el de Javier Milei se asemeja a un gobierno en “Modo Avión”, desconectado de la realidad y que tiene áreas sin funcionarios que se ocupen o que demuestren, a priori, estar capacitados para tales responsabilidades.
Así, nadie se encarga de restituir el dinero de los comedores porque sus responsables renunciaron y no hay quien ponga la firma, y se posterga por dos meses.
En el RENAPER asume una joven militante sin estudios y los puestos se van llenando de familiares “de confianza”.
Reíte de los que criticaban con razón a la militancia de la Cámpora al frente de los organismos del Estado. ¿El cambio de época? Bien, gracias.
Los gobiernos cambian, las mañas quedan.
En el banco de suplentes, agazapados, esperan Macri y su plantilla, esperando a devorar los restos del Estado cuando los llamen a acordar para rellenar el amplio organigrama estatal.
Mientras tanto, el presidente se pelea con los gobernadores -tan legítimamente elegidos como él- y llama al Congreso “nido de ratas” y a la prensa que no lo adula “ensobrada”. Del Poder Judicial no dice nada ni critica nada. No le conviene, supongo en mi malicia.
Y luego en un ataque de pragmatismo, convoca al diálogo y a comenzar todo de nuevo, a ver si esta vez logramos avanzar, aprovechando el golpe de nocaut que convirtió al radicalismo y al peronismo en una Hydra de mil cabezas en busca de un liderazgo que tardará en definirse.
Mientras política, aliados y oposición se entretienen, los argentinos -en su gran mayoría- siguen empujando la roca, porque esta vez se tiene que dar y, al fin y al cabo, somos los Campeones del Mundo, en fútbol y en inflación.