“Gente bien”, se decía antes para referirse a quienes tenían una buena posición económica (siempre que fueran descendientes de europeos) o social. Hoy, los sub 40 no usan ese término, afortunadamente, aun cuando su sentido tenga otras palabras que lo encuadren, porque el clasismo sigue vivito y coleando y hasta fortalecido, de la mano de nuevas maneras de relacionarse y de convivir.
Por Pablo Borla
La expresión “los argentinos de bien” no es ni novedosa ni exclusiva de una facción política y cada uno le suele dar la connotación que mejor le parece, de acuerdo con su criterio.
Allá por el 2020, en plena pandemia, el presidente Alberto Fernández dijo "El día que termine la pandemia habrá un ‘banderazo’ de los argentinos de bien". Me imagino a los argentinos de mal -que no sé quienes serían- envenenados en su propia rabia y a lo mejor sin vacunar, maldiciendo el banderazo y haciendo marchas para que vuelva el virus.
Javier Milei, en su spot publicitario de cierre de campaña en las elecciones generales, se dirigió “a los argentinos de bien” y los invitó “a dar vuelta la página este 22 de octubre”.
O sea, para el entonces candidato y ahora presidente electo, todos los que no piensan como él o no lo votan, son “argentinos del mal”.
Macri, casi un ejemplo de referencia del discurso clasista, al celebrar la incorporación de Luis Caputo y Patricia Bullrich al gabinete de Milei, escribió en las redes sociales que “el éxito de Javier Milei es lo que deseamos todos los argentinos de bien”.
Por supuesto, el expresidente siempre se consideró alguien “bien” y, quizás, en un ataque de poca autocrítica, en alguien “de bien”.
Ahora que Javier Milei gobernará el país por el siguiente período, quedará claro en los hechos quienes son los argentinos del mal. ¿Serán los de “la casta”? Y si así fuera, ¿cuál viene a ser la casta? Porque su (¿ex?) aliado Macri y su futura ministra Bullrich son parte integrante de la casta de la política, desde hace muchos años. ¿O son los periodistas “ensobrados”? (es decir, casi todos, menos los de La Nación+, su espacio mediático aliado ad honorem (supongo, si no, serían ensobrados, o argentinos del mal, como prefiera).
Entonces lo de Milei se convierte en una cruzada: sacar del camino al mal.
Casi como fundando una nueva religión, varios de cuyos acólitos no parecen tener problema en sacudirles bastonazos a los que no piensan como ellos, que son argentinos de bien, en particular si son los “viejos meados”. Y hablando de eso, mucha publicidad para las profecías de Benjamín Solari Parravicini y poca para el “Diario de la guerra del cerdo”, novela del escritor argentino Adolfo Bioy Casares, que narra una distopía en la que existe una sociedad en la que los jóvenes eliminan a los viejos.
Mucha gente vive, sueña, se nutre de la grieta, y cuanto más profunda, mejor.
En esta Argentina de confusiones, en este mundo de límites difusos, de cambios, de transiciones, la grieta es una fuente de certezas que nos pone de un lado o del otro; que deja detrás a los matices, los claroscuros y, en ellos, a la inteligencia, a lo que nos separa de las rocas, los vegetales y los animales.
Porque si algo tiene la vida son matices. Y si algo caracteriza a la inteligencia, a la creatividad, a las obras de arte, son los bits de información que poseen, ya que tanto “Cumpleaños feliz” como la Obertura de “La Traviata” son expresiones musicales, pero la segunda es muchísimo más compleja y rica en matices y nos permite un disfrute mayor e intenso.
En esta Argentina que viene, ¿En dónde se refugiarán los que no piensen como piensa el poder? ¿Cómo evitarán los palos, las cárceles, las persecuciones? ¿Volverá la autocensura, la impostura, para evitar males mayores? En la época del último gobierno cívico militar de facto, los que no pensaban igual a los que tenían el acceso a las armas, eran los argentinos del mal.
Por ello mucha gente escuchó con alivio que Victoria Villarruel -o sus designados- no estaría a cargo de Seguridad o Defensa, dada su postura ideológica maniquea.
La Argentina no solamente debe tener una evolución en su economía para ingresar al terreno de la prosperidad sostenida, aunque eso sea lo urgente, porque primero debemos ordenarnos, generar empleo y bajar la pobreza expresa y la oculta.
Pero hay otras revoluciones necesarias para ese progreso y una de ellas es de orden cultural, de aceptación del disenso democrático. De libertad de expresión, no sólo de comercio.
Como decía la ficcional camarera Amélie Poulain, en la película que lleva su nombre: “Son tiempos difíciles para los soñadores”.