Los locos son graciosos en la fantasía de la televisión: “La gente dice que tú y yo estamos locos, Lucas” decían en “Los chifladitos”, de la televisión mexicana.
Por Pablo Borla
Pero cuando se trata de gobernar los destinos de más de 45 millones de argentinos, la potencial inestabilidad en la personalidad de quien ejerce el poder alarma y no produce gracia, porque los antecedentes de la historia no son buenos.
La combinación ideal de un liderazgo de tal magnitud podría ser la racionalidad con la empatía, que no son incompatibles sino aconsejables, porque el manejo del Estado no es similar al de una empresa privada. En primera instancia, por sus fines: mientras que el primero debe velar por esa entelequia llamada “bien común”, la actividad privada busca el lucro, a veces con un enjuague de conciencia con sus áreas de responsabilidad social.
Del discurso triunfal de Javier Milei se han deducido algunas certezas, no muchas: una de ellas es que elige la clasificación amigo - enemigo según lo avalen o lo cuestionen. No viene a buscar la paz ni la reconciliación de los argentinos, sino a agrandar aún más la grieta.
Dijo “Sabemos que hay gente que se va a resistir, que quiere mantener este sistema de privilegios para algunos y que empobrece a la mayoría. A ellos les digo: dentro de la ley todo, fuera de la ley nada”. Espero que tenga en claro que la protesta en las calles contra medidas que las personas comunes sientan que las perjudican, es legal. Y si es pacífica y organizada, no necesita de una cruda represión, cual un combate contra el enemigo.
El expresidente Macri -soporte político de Milei- advirtió que "los jóvenes no se van a quedar en casa" si "los orcos" salen a reclamar contra el presidente electo. Pone los pelos de punta. ¿Debemos esperar brigadas de jóvenes irascibles dispuestos a romperle la crisma a quien no piensa como ellos, mientras el Gobierno mira para otro lado?
En ello, un peligro cierto: en el sistema democrático la elección de la mayoría se respeta, pero las posiciones fundamentalistas o axiomáticas están lejos de la democracia y, de hecho, la contradicen, pues su esencia es el diálogo y el consenso.
También en su discurso y en declaraciones posteriores, Milei expresó sobre sus medidas que “No hay lugar para gradualismos ni para la tibieza”.
Ese shock de acciones que anticipó, comienza con la reducción del tamaño del Estado, lo que va a afectar a muchas personas que no son parte de lo que Milei dio en llamar “la casta”, sino trabajadores que prestan un servicio y que corren el riesgo de quedarse sin trabajo, mientras el resto de los estatales de las provincias más pobres -si Milei cumple otra de sus propuestas de campaña- verá como una incógnita angustiante si cobra su sueldo a principios de cada mes.
Aunque parezca, a la luz de un triunfo contundente, avalado para hacer lo que quiera, el nuevo mandatario debe tener en claro que sus votos propios son de alrededor del 30% del electorado (los que lo votaron en las Elecciones Generales) y el resto son prestados. Partieron de un acuerdo político y de personas que no lo eligieron por sus propuestas temerarias, sino como la representación de un cambio frente a lo que vinieron viviendo en los últimos años y que querían que termine.
El pueblo, en su mayoría, no le será fiel si no produce una pronta mejora en las condiciones económicas generales. Un pueblo enojado que no lo votó por convicción sino por descarte, no espera mucho, no tiene paciencia. No son los fieles acólitos de un líder que dijo hablar con su perro muerto, sino que lo votaron aún a pesar de las sospechas acerca de su equilibrio mental.
En lo político, Milei no tiene una fuerte estructura propia, sino que la tomará prestada de “la casta”, que pasó de ser toda la política a solamente sus adversarios.
Gobernar no se reduce a una cuestión de fuertes convicciones. No bastan. Es un arte que requiere flexibilidad y diálogo, pragmatismo y ejercicio del consenso con las diferentes fuerzas que avalarán sus decisiones en los otros poderes del Estado. Ese Estado que somos todos y no solamente las empresas o los empleados nacionales, provinciales o municipales.
Milei también es el Estado que tanto desprecia. Pero puede gobernar con criterio y equilibrio o elegir la versión “l' état c'est moi”, como decía Luis XIV.
También en su discurso del domingo a la noche, dijo "Soy el primer presidente liberal libertario de la historia de la humanidad". Eso no es muy afortunado. Desde su nacimiento como filosofía económica, a principios del s. XVIII, nadie consideró atinado el anarcocapitalismo, el capitalismo extremo. Nunca logró llegar al poder. Somos el conejillo de indias de una teoría que contradice la idea de Nación como una comunidad y no un conjunto de individualidades.
En los países de mejor calidad de vida, el Estado tiene una fuerte presencia como regulador y garante de los derechos, entre otras funciones.
Las ideas de Martínez de Hoz y Roberto Alemann, aplicadas durante una dictadura que impedía la resistencia y que ya mostraron su fracaso, vuelven con aire inaugural.
La base del voto de Milei -jóvenes que algunos llamaron despectivamente “pubertarios”- no sabe de qué se trata. No lo vivieron ni se lo contaron o no formó parte de sus intereses.
Lamentablemente, parece seguro que pasarán por esa experiencia que los “viejos meados” -concepto viral que difundieron jóvenes militantes de Javier Milei- ya conocemos y sabemos que termina mal.