No importa si es mentira. Lo que importa es si te creen la mentira y si hay consecuencias. Ése parece ser el axioma del marketing de la mentira.
Por Pablo Borla
No hablamos de esa mentira consensuada entre oferentes y consumidores que existe en la publicidad, sino de otra que busca la ventaja que deviene del prestigio personal, de la fama o de la ambición.
En ello, hay mentiras inofensivas y otras que cambian el destino de la Humanidad, de un pueblo, de una vida.
Las comunidades se construyen y se sostienen en cierto grado de mentira, ya que la franqueza absoluta puede ser inútilmente ofensiva.
O sea, yo puedo mentir diciendo que estoy bien, ante una pregunta de orden social al respecto, para no ahondar en explicaciones y terminar convirtiendo a un encuentro grato en un inventario de fatalidades.
O decirle a un ser querido que le queda hermoso ese maquillaje que le insumió tanto tiempo, cuando no espera sino una ratificación de su propio juicio al respecto y, además, ya es tarde.
El culto católico distingue entre pecados mortales y veniales y coloca a la mentira entre estos últimos. En la Biblia, el apóstol Juan dice “…Me refiero a los que cometen pecados que no conducen a la muerte, porque hay un pecado que lleva a la muerte; por esto no les pido que oren. Aunque toda maldad es pecado, no todo pecado lleva a la muerte”. (Juan 5, 16-17).
Pero la mentira como fenómeno social de convencimiento de masas, vino de la mano del crecimiento de los alcances de la comunicación y de la pérdida de la verdad objetiva como valor.
«Miente, miente, que algo queda», es una frase que engloba versiones expresadas por diferentes personalidades de la historia y que se atribuye normalmente al temible estratega comunicacional de Adolf Hitler, Joseph Goebbels, aunque no era de su autoría.
El filósofo inglés Roger Bacon decía “Calumnien con audacia, siempre algo queda” y Voltaire escribió algo terrible: “La mentira solo es un vicio cuando obra el mal; cuando obra el bien es una gran virtud”. Debería analizarse en ello desde que superioridad moral se determina lo que está bien.
El fin justifica los medios y cualquier político de poca monta persevera en ella, pero también lo están haciendo intelectuales prestigiosos, entendiendo de que los fondos para sus investigaciones provienen de la divulgación de supuestos descubrimientos asombrosos y esperados, que los medios recogen y las redes viralizan sin comprobarlas, porque si algo no tenemos, hoy en día, es tiempo para comprobar las afirmaciones.
Así, pudimos escuchar científicos de prestigiosas universidad afirmar haber descubierto un material superconductor a temperatura ambiente -algo que cambiaría la economía mundial-; a un equipo de investigadores del Instituto de Tecnología de California exponer que crearon en un computador cuántico un puente de Einstein Rosen -más comúnmente conocido como agujero de gusano- que permitiría los viajes en el tiempo. Después quedó claro que fue sólo una proyección, que otros científicos compararon con decir que nuestro hijo creó un cohete espacial, mostrando el dibujo infantil sobre una hoja de papel.
Las mentiras llamativas se publican a cinco columnas y la aclaración -si se publica-, en página par y allí en donde se ve poco.
Y cuando esa mentira ilusiona a un pueblo y puede cambiar su destino, salida de la boca de un político con reales posibilidades de acceder a la presidencia, pasa de la falta de respeto a la criminalidad, sin sanciones.
La semana pasada el candidato Javier Milei publicó en su perfil verificado de Instagram una página falsa que imitaba a la oficial de la Presidencia. En ella afirmaba como falsas afirmaciones sobre sus propuestas que fueron dichas antes diferentes medios de comunicación con vehemencia.
El susodicho personaje -de quien prestigiosos psicoanalistas han dudado de su estabilidad mental- no tiene problemas en mentir y en acomodar sus dichos a sus fines. No tiene convicciones, tiene ambiciones.
Sepamos elegir los argentinos el próximo domingo si queremos que un mentiroso serial conduzca nuestros destinos los próximos cuatro años.
El precio por pagar es altísimo: nada menos que la vigencia de la democracia, de los derechos consagrados en la Constitución y, posiblemente, hasta la vida de argentinos.
Así que, cualquiera sea su voto, que no sea fruto de la bronca y el hartazgo. Le sugiero que lo medite, y recién después decida, pensando en su bien, su futuro y el de su familia.