Por Pablo Borla
Con el contexto de las recientes elecciones nacionales, es muy difícil abstenerse de parafrasear al famoso asesor de Bill Clinton y su sentencia colgada en el cartel de la sede principal y que marcó gran parte de la estrategia que lo llevó al poder en la campaña electoral de 1992 contra George Bush.
El domingo 22 de octubre, millones de ciudadanos argentinos le dijeron a la clase política que la discusión electoral -luego de 40 años de democracia- pasaba por otro lado.
La situación de la economía les preocupa, pero valoran la calidad institucional, por lo que el eje viró en definir cuál es el tipo de régimen político que queremos tener.
Milei y su equipo de campaña cometieron un error similar al que llevó al kirchnerismo a perder las elecciones presidenciales en 2015: ahondar en sus consignas fundamentalistas en procura de endurecer su núcleo ya duro y pensando que con eso bastaba.
Si en una elección polarizada no funcionaba, en una de tercios, menos.
Y los libertarios tuvieron una sobredosis que hizo que su piso, fuera su techo.
En la comprensión instantánea, pero tardía, de ello, Javier Milei salió a procurar desde su mismo discurso el voto anti kirchnerista. Ésta es una estrategia polarizante que no le dio buenos frutos a Patria Bullrich, pero que el libertario entiende como su única opción, junto con cierto apaciguamiento del tono del discurso que ya había comenzado con las declaraciones periodísticas de su candidata a vicepresidenta Victoria Villarruel cuando llegó al bunker y que no sonaron auténticas, sino que más bien hicieron recordar a la cantaleta monocorde y sonriente de María Eugenia Vidal, exgobernadora de la provincia de Buenos Aires. Ambas tan convincentes y sinceras como luce la sonrisa del popular Chucky del cine de terror.
Más allá de los tecnicismos. Milei se mostró dispuesto a abrazar a ese Juntos por el Cambio cuyo proceso de destrucción inició antes su propio líder, Mauricio Macri. Pero lo hizo con poca convicción, porque le convenía hacerlo, ya que antes sus críticas feroces y fundamentalistas habían destrozado el accionar y la estatura moral tanto de Bullrich como de Rodríguez Larreta, para no hablar del radicalismo –agredió fuertemente a dos de sus próceres, Yrigoyen y Alfonsín-
Se salvó Lilita porque no se metió, pero quedó claro que no le agrada Milei y que estuvo en el acto por solidaridad con los derrotados. Morales se bajó del escenario ni bien pudo.
Hay que ver el balance que puede lograr Milei entre sus votantes más acérrimos, quizás desencantados con esta nueva alianza con la odiada “casta” y los que les puedan aportar Macri y Bullrich
Massa, atento a las expresiones de su rival, eligió conservar el tono que venía mostrando: mesurado, conciliador y convocante.
No fue una casualidad que se mostrara en el escenario solamente con su candidato a vicepresidente Agustín Rossi y las familias de ambos. Y los colores de la bandera detrás.
No tiene consigo una patota de exaltados.
No la tiene a Cristina y a Fernández manejando su campaña si necesita más símbolos que los nacionales.
Aunque todos sepamos que la estructura está.
Dijo que la grieta terminó, que es lo mismo que decir que kirchnerismo y antikirchnerismo ya no tienen sentido porque esa fuerza que revolucionó a la política nacional en su momento, está en camino de reconversión, como lo demuestra la ausencia de Máximo en el estrado triunfal del principal aportante de votos massistas: Axel Kicillof
El lunes, en declaraciones radiales, Milei dijo que vino a la política “a ponerle la tapa del ataúd al kirchnerismo”. Esa frase nos recuerda a los que vivimos el retorno de la democracia, con Herminio Iglesias encendiendo un ataúd con el escudo radical, rival del peronismo, y que inclinó la balanza a favor de Alfonsín: los argentino no queríamos más violencia.
Viene un cambio de época y puede que sea con un buen signo: la importancia de la democracia y los valores republicanos, en un futuro ajuste del gasto público, inevitable, pero que todavía podemos decidir si será con violencia o sin ella, con soberanía o si ella; con fundamentalismos o con soluciones razonables y consensuadas entre los diferentes referentes de la política nacional.