Gobierno de Salta
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09 20 borla

Pasó otro tiempo del Milagro. Este año, los lapachos florecidos se adelantaron a su tiempo habitual. Será cosa del cambio climático o de la necesidad de que los milagros se adelanten.

Por Pablo Borla

Pasaron los peregrinos, ese fenómeno inefable, unánime. Sin grietas, sin resquicios. El apóstol Pablo definió a la fe como “La certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve” (Hebreos 11:1).

700 mil personas en la procesión. Alrededor de 80 mil peregrinos. Si algo necesitamos los argentinos son certezas, aunque sean indemostrables.

En su homilía, el arzobispo de Salta, monseñor Mario Antonio Cargnello, llamó a tener prudencia a los ciudadanos cuando elijan a sus autoridades y honestidad a los candidatos, a la hora de ejercer sus cargos.

Ambas son dos verdades, también, pero éstas sí deberán ser demostradas de manera concreta.

Las PASO -trámite electoral previo a la elección definitiva- mostraron a una ciudadanía que asoma más dispuesta a los actos de fe que a las certezas, a la hora de evaluar las propuestas.

Las certezas parece que no están tanto en lo que se quiere, sino en lo que no se quiere. Esto convierte al futuro en un acto de fe, en un boleto de lotería que compramos, aun sabiendo todas las probabilidades que la estadística nos muestra, en contra de que ocurra el milagro esperado.

El candidato más votado en las PASO, Javier Milei, y su equipo de asesores, entendieron muy bien de que se trataba: lograr que la esperanza se corporice; inventar una religión eventual, descartable, con un mesías que la represente.

Quien tiene fe, arremete con la fuerza de un toro contra las circunstancias, contra la explicación racional, contra los hechos. Y defiende, no quiere saberse equivocado porque su mundo se derrumba.

Hay una metáfora popular de una apuesta entre el sol y el viento por ver quien lograba que un gaucho que cabalgaba se saque el poncho. El viento sopló cada vez con más fuerza. Y a medida que más soplaba, el gaucho más se aferraba a su poncho. Cuando le tocó el turno al sol, suave y tranquilamente subió la intensidad de sus rayos y el gaucho, acalorado, se sacó el poncho. Había triunfado la perseverancia y la suavidad contra la imposición y la fuerza.

Cuando monseñor Cargnello mencionó a la necesaria honestidad de los gobernantes, el pueblo creyente estalló en un aplauso unánime.

Cuando mencionó a la prudencia de los votantes, se hizo un silencio reflexivo en esa multitud que tenía el corazón a flor de piel.

Hay una coincidencia entre los analistas acerca de que el voto mayoritario de las PASO fue un voto emocional, sobre todo porque la mayoría de las propuestas del candidato más votado auguran un futuro poco beneficioso -aún menos que este presente- sobre todo para los que menos tienen.

Si se pretende que el pueblo pase de la fe a la razón, se ha de hacer con la perseverancia del sol y no con la violencia del viento.

Porque para violencia y morbo, suficiente con la motosierra que desgarra y con la imagen perversa del Estado como un pedófilo con nenes encadenados y envaselinados.

Ese pueblo que pedía la renovación del Pacto, que es hijo de un milagro ancestral, es quien debe entender que no encarna su fe ni la respeta quien proclama a los gritos, no una sino dos veces, que el Papa es el representante del demonio en la Tierra. No debería haber un divorcio entre las convicciones religiosas y nuestro accionar en el mundo, ni debería haber reglas, normas y medidas, flexibles según la ocasión.

Y sería bueno esperar de parte de los diferentes líderes de esa Iglesia que Francisco lidera en este mundo terrenal, un partido activo y unánime, no ya en defensa de la política, sino de su propio líder, el obispo de Roma, quien fue atacado y ofendido en varias ocasiones por el candidato.

Ya se sabe también que dice la Biblia de los tibios y en qué lugar lo dice.