Corría el 2000 y algunos países venían pidiendo pista en el mundo por la pujanza y la influencia de sus economías.
Por Pablo Borla
No Argentina, por supuesto, que ya comenzaba a optar por reducir de un plumazo un 13% los haberes jubilatorios y estatales (gestión Bullrich) al no tener más joyas de la abuela para vender (gestión Menem), para intentar seguir atados al fantasioso 1 a 1 con el poderoso dólar.
Pero otros países habían hecho bien los deberes. En otra ocasión, veremos el caso del crecimiento de los denominados Tigres Asiáticos, que -entre otras medidas relevantes- habían triplicado su presupuesto educativo, entendiendo que, sin un pueblo educado, no hay progreso.
Volviendo a la época, surge el BRICS, acrónimo de un grupo de países conformado por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, cinco economías nacionales emergentes que se caracterizaban, en su mayoría, por su gran número de población, la potencia de su capacidad productiva y enormes recursos naturales.
La decisión de conformar este foro geopolítico fue un cimbronazo en su momento; una mojada de oreja al orden mundial de la posguerra, liderado por EE. UU como vigía de occidente y el resultado de una tendencia global a agruparse de las naciones con intereses comunes.
El BRICS compite y afecta al G7 -que representa a siete de los principales poderes económicos avanzados- y cuyos intereses están prácticamente en las antípodas.
Ya venía, más modestamente, desde unos 10 años atrás, el Mercado Común del Sur (MERCOSUR), un bloque económico conformado por Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay, al que luego se agregaron Bolivia y Venezuela, actualmente suspendida.
Por el lado europeo, la Unión Europea, antiguamente Comunidad Económica Europea, que a un alto costo y a veces, con fórceps, se constituyó con países de un espacio geográfico común, pero con importantes diferencias en sus capacidades productivas y financieras.
La globalización avanzaba, las fronteras se hacían relativas y el peso e influencia de los Estados Unidos, según las proyecciones, iría disminuyendo frente al crecimiento de la potencia de Rusia, China e India.
Volvamos al BRICS y a lo que nos compete. Uno de los integrantes del grupo es nuestro principal socio histórico, el Brasil, con quien nos une un pasado, un presente y un destino común, pero también necesidades mutuas, a pesar de las diferencias de volumen que tenemos con nuestro país hermano, quien es una de las 10 economías más grandes del planeta, de acuerdo con el último informe anual World Economic Outlook del Fondo Monetario Internacional.
Merced a largas tratativas y a la importancia mundial que representan (Sí, Argentina también. Te lo remarco a vos, aconsejador de salidas por Ezeiza), se incorporan, a partir del 1 de enero de 2024, Egipto, Irán, Emiratos Árabes Unidos, Arabia Saudita, Etiopía y nuestro querido país.
Esto se anunció en la XV Cumbre de agosto pasado en Sudáfrica.
Por supuesto -no podía esperarse nada en contrario- los representantes vocacionales o auspiciados por el G7 en Argentina pusieron el grito en el cielo, indignados porque nos juntemos con los comunistas que forman parte del BRICS.
El pensamiento de esta gente, por cierto, atrasa. Por varios factores, entre ellos porque el comunismo como tal fracasó y no existe desde hace rato; porque el multilateralismo y el pragmatismo económico hace rato que dominan la escena mundial y porque tampoco nos ha ido muy bien desempeñando un papel pasivo o faldero de esas potencias.
Cito, por su capacidad de síntesis, al periodista Martín Granovsky, quien destacó que “Para cuatro provincias, el principal socio comercial y el primer destino de las ventas al exterior es Brasil. Para ocho provincias es China. San Juan y Santa Fe tienen un socio comercial clave en la India. El 30 por ciento de las exportaciones argentinas se dirige a los BRICS. Salvo que la propuesta sea el suicidio colectivo de un país, ¿cuál sería la razón práctica para no elevar el nivel de relaciones con el 42 por ciento de la población mundial y la cuarta parte del PBI global?”
Llegar a integrar los BRICS costó mucho y es una enorme oportunidad.
Que la miopía o el interés propio de algunos líderes no nos haga perderla.