El escritor José Saramago, en su libro “Historia del cerco de Lisboa” imagina al rey Alfonso Henriques, sitiador de los musulmanes que ocupaban la ciudad, diciéndole a la imagen del Cristo aparecida en una milagrosa visión: “Señor, no te aparezcas ante mí, que yo ya creo. Aparécete ante los infieles”.
Por Pablo Borla
Es todo un tema, aquello de creer o no creer y, sobre todo, descreer de lo evidente.
En el Evangelio de San Juan se lee que el apóstol Tomás negó la resurrección de Cristo. Por lo menos, mientras no vio y tocó personalmente las heridas infligidas a Jesús en la cruz no lo creyó, ya que él no estuvo en el momento en que sucedió.
Finalmente el Cristo se aparece ocho días después, en una reunión, y lo invita a poner sus dedos en la llaga de su costado y Tomás finalmente cree.
Jesús le dice “Porque me has visto, Tomás, creíste: bienaventurados los que no vieron y creyeron”.
En tiempos de noticias falsas circulando -sobre todo en previas electorales- se cree cualquier cosa o no se cree nada, por igual.
Es por eso que el bien más preciado por los asesores de la política sea el don de la credibilidad, que no se le da a cualquiera y no es una simple conjunción de carisma y trayectoria, sino una cualidad cuasi misteriosa, un entramado de virtudes que logran que el elegido empatice con sus oyentes / televidentes / seguidores, según cuál sea su canal de comunicación habitual.
Como todo bien escaso, se cotiza.
Siendo la diosa de la credibilidad esquiva y caprichosa, su varita mágica se posa también sobre aquellos que parecen encarnar un estado de ánimo, una fantasía o una tendencia colectiva y popular.
Pocas cosas más difíciles de lograr, cuando la consigna es “Que se vayan todos”, que ésta agregue “menos x”.
Y hay personajes que, a pesar de sí mismos, lo logran, como los extravagantes (cada cual a su manera y por usar un apelativo amable) Javier Milei, Miguel Ángel Pichetto y Patricia Bullrich, sólo por citar a tres.
Pero la lista es enorme y abarca tanto oficialismo como oposición y destacadas figuras de la comunicación.
Recientemente Milei, quien se define aliado del brasileño Bolsonaro, negó que se haya intentado un golpe de Estado en Brasilia. Anteriormente, expresó que la libre portación y comercialización de armas “es un mercado más y vos podrías pensarlo como un mercado. El problema es por qué todo tiene que estar regulando el Estado”. Sobre la venta de órganos, que “Mi primera propiedad es mi cuerpo. ¿Acaso el Estado no dispone de mi cuerpo, cuando en realidad me roba más del 50% de lo que yo genero? Si yo quiero disponer de una parte de mi cuerpo por el motivo que fuera, ¿cuál es el problema?”. En un reportaje con el periodista Ernesto Tenembaum, cuando éste recordó una reflexión del economista Murray Rothbar sobre el comercio de niños y le preguntó si estaba de acuerdo, respondió: “Depende de en qué términos estés pensando, tiene que ver con lo que decidió la sociedad y cómo la sociedad piensa determinadas cosas”.
La semana pasada, Miguel Pichetto, Auditor General de la Nación, manifestó, a través de un medio creado en el siglo XX, un concepto del siglo XIX: “El Ministerio de la Mujer está en manos de una chica que es lesbiana. Podrían haber puesto a una mujer”.
No hay respuesta posible que no nos remita a un esquema de pensamiento que pensábamos superado, y que se agrava cuando el que lo ejerce es un destacado político y funcionario.
Patricia Bullrich dijo en su momento, a modo de crítica a las negociaciones del Gobierno con el laboratorio Pfizer que, a cambio de las vacunas, se le "podrían haber dado las Islas Malvinas". Luego de la reacción mayoritariamente negativa, se disculpó.
En otra ocasión, había retuiteado un posteo del publicista Gabriel Dreyfus, que afirmaba que "Messi es el mejor del mundo porque lo alimentaron en España. ¡En Rosario salía más boludo que Fito Páez!". Que lo haya dicho Dreyfus, no le cambia la vida a nadie. Que coincida con ese tipo de pensamientos una potencial candidata presidencial, debería hacernos pensar.
Quizás no tengamos tiempo de hacerlo, ocupados en ganar el pan, sobreviviendo a pandemias, inflaciones, guerras y un lamentable listado de etcéteras.
Cité tres ejemplos emblemáticos, pero hay muchísimos más, de gobernantes, legisladores y líderes de opinión.
El tema es que se nos pierda la memoria. Que necesitemos que se nos aparezca una imagen milagrosa, un satori providencial o tener que meter los dedos en la llaga para darnos cuenta de que atrasan, que proponen modelos autoritarios o que van a desproteger a los más vulnerables. Que ya fueron Gobierno y fracasaron, que evitar que lleguen al poder es un acto en defensa propia.
Porque un bocón autoritario puede no ser nada más que un bufón, pero uno en el Poder es muy peligroso.