En política, algunas cosas son, otras no; otras parece que sí, pero no y otras que no, pero sí. Es un juego complejo, que generalmente tiene como destinatarios a los adversarios ocasionales (en política siempre los adversarios son ocasionales).
Por Pablo Borla
Es pura estrategia, que mezcla ciencia y barrio, inteligentes y vivos e inteligentes vivos, que tratan de provocar el paso en falso, la confusión, la incerteza, las peleas en los opositores de afuera y de adentro.
No es para sensibles, desde luego y deberían plantearse ciertos límites, pero ese es otro tema para debatir.
Pero no es lo mismo “política”, como una ciencia que se trata del gobierno y la organización de las sociedades en búsqueda del bien común, que “política partidaria”. Y en esto, que parece una obviedad, hay una confusión que se nota claramente cuando algunas personas dicen que no les interesa la política, cuando quieren expresar que no se meten en temas de partidos e ideologías.
En ello, la política es una actividad noble, que busca el interés de todos y la convivencia armónica en las comunidades, que necesitan de certezas, reglas, metas; en suma, un orden frente a la complejidad.
Pero la política, cuando se vuelve complot, es un problema.
El historiador Ricardo Piglia, en su “Teoría del complot”, dice que “Hay que construir un complot contra el complot”, y en uno de los párrafos de su ensayo define: “El complot sería entonces un punto de articulación entre prácticas de construcción de realidades alternativas y una manera de descifrar cierto funcionamiento de la política”.
Al respecto, el escritor Amador Fernández-Savater apunta que, siendo la intriga el nudo de la política (según Piglia), “Hacia afuera, el relato dominante nos repite que la política democrática funciona por consenso, a través de la transparencia, de acuerdo con una serie de reglamentos y normas públicas. Pero hacia dentro todo es complot. La impostura es un hecho básico de la política. El político miente incluso cuando dice la verdad. La mentira es una estrategia de conquista. ¿De qué? Del poder”.
En un país polarizado como el nuestro, el barniz conspiranoico del complot genera la tentación de poseer una verdad incuestionable que es compartida con un grupo de acólitos.
En tiempos electorales, afianza las líneas duras del partido, sobre todo porque en la naturaleza humana cristiana y occidental hay cierto placer en sentirse perseguido y víctima de una sucesión de injusticias.
La política como complot atraviesa, desde hace tiempo, a muchos estados de América Latina, que se han polarizado -lo cual es apenas un dato de la realidad- pero lo han hecho desde una lógica amigo-enemigo, convirtiendo convicciones en banderas.
Y, se sabe, las banderas no se negocian.
En ello, América Latina está en un círculo vicioso, en una trampa de la que no la sacarán forzosamente las alternativas que se presentan como “la ancha avenida del medio” o que se ofertan como una moderación que más se parece a la tibieza.
Se necesita mucho más que evitar los extremos con racionalidad y sentido común.
Si la gente ha decidido que cada elección determine que los líderes no gobiernen con la comodidad de una mayoría propia, es misión de esos líderes cambiar la mirada que tienen hacia sus adversarios -y viceversa- porque el riesgo de no hacerlo es quedarse en un perpetuo estancamiento o dar lugar a que accedan al poder las facciones más radicalizadas, menos respetuosas de la vigencia de los derechos y menos convencidas de que, en un mundo globalizado, no hay un “sálvese quien pueda” sino que las salidas siempre deben ser colectivas.
El Gobierno ha llamado a Sesiones Extraordinarias pero Juntos por el Cambio ya adelantó que no facilitará el tratamiento de ningún proyecto de ley hasta tanto no concluya lo que califica de “nueva embestida del kirchnerismo contra la Justicia”, en referencia al proyecto de Juicio Político contra los miembros de la Corte Suprema de Justicia nacional.
Esta decisión deja en el tintero proyectos importantísimos -en un contexto de sequía, guerra en el mundo y elevada inflación- que deben tratarse en el orden científico, social, previsional y económico, entre otros, y no se justifica cuando se avizora que es muy improbable que se llegue a los dos tercios necesarios para que el Juicio Político se efectivice.
Debemos dejar de vivir en un estado de paranoia, de intriga, de complot permanente y ejercer los mecanismos de la convivencia democrática con un sentido de grandeza y compromiso.
Seguramente así, las Sesiones del Congreso Nacional serían realmente “extraordinarias” y no por su ubicación temporal, precisamente.