El Naranjo, un encantador paraje ubicado a tan solo unos kilómetros al noroeste de Rosario de la Frontera, en la provincia de Salta, es mucho más que un rincón pintoresco del norte argentino: es un testimonio vivo de la historia, la cultura y la naturaleza que definen a esta región. Su plaza central, situada a apenas 8 kilómetros de la Ruta Nacional 34, lo convierte en un destino accesible, pero al mismo tiempo apartado del bullicio urbano, ideal para quienes buscan reencontrarse con la tranquilidad, la tradición y el paisaje serrano.
El Naranjo ha sido habitado desde tiempos inmemoriales. Las primeras evidencias de presencia humana en la zona se remontan a la Civilización Candelaria, que floreció entre el 500 a.C. y el 1000 d.C. Estos pueblos originarios dejaron huellas de su cultura en forma de cerámicas, herramientas y estructuras rudimentarias. Más tarde, llegaron tribus chaquenses como los diaguitas, tonocotes y lules, quienes se asentaron en la región y desarrollaron formas de vida adaptadas al entorno serrano.
Con la expansión del Imperio Incaico hacia el sur, El Naranjo también fue alcanzado por esta civilización andina, aunque por un breve período, ya que la llegada de los conquistadores españoles no tardó en producirse. En este contexto, los jesuitas jugaron un papel fundamental: se instalaron en la zona y construyeron molinos harineros y aserraderos, donde hicieron trabajar a los nativos. También introdujeron cultivos frutales, especialmente cítricos, aprovechando el clima templado y húmedo de la región.
El nombre “El Naranjo” proviene precisamente de las quintas frutales que los jesuitas establecieron en el lugar. Las plantaciones de naranjas prosperaron gracias a un clima similar al de Metán Viejo, otra zona salteña reconocida por su producción de cítricos. Esta actividad agrícola no solo dio identidad al paraje, sino que también marcó su economía y su paisaje.
Uno de los legados más notables de la presencia jesuítica es la capilla “Nuestra Señora de las Mercedes”, construida en el siglo XIX. En su interior se conserva un Cristo articulado tallado en madera por los indígenas bajo la guía de los misioneros, una pieza única que combina arte, fe y memoria histórica. La capilla es el epicentro de la vida espiritual del pueblo, especialmente durante la fiesta patronal del 24 de septiembre, cuando se celebra a la Virgen de la Merced con procesiones, misas y actividades culturales.
Un valle detenido en el tiempo
El Naranjo se encuentra enclavado en un valle de exuberante vegetación, rodeado por las últimas estribaciones de las sierras de Metán, que lo separan del departamento de Guachipas. Este entorno serrano le confiere un aire de aislamiento y serenidad, similar al que se experimenta en localidades como San Pedro de Colalao, en Tucumán.
El clima es subtropical con estación seca, lo que permite disfrutar de temperaturas agradables durante gran parte del año. Las lluvias estivales alimentan los arroyos y ríos que surcan la región, como el río Naranjo, cuyas aguas cristalinas son ideales para el baño y la recreación. Este río también ha sido fuente de recursos para la construcción, ya que su lecho provee arena y ripio utilizados en obras viales.
Patrimonio cultural
El Naranjo conserva una arquitectura tradicional, con casonas antiguas, almacenes de época y calles de tierra que refuerzan su carácter de pueblo detenido en el tiempo. La vida comunitaria gira en torno a la plaza central, donde se realizan ferias, encuentros gauchos y celebraciones religiosas. El Fortín “General Martín Miguel de Güemes”, fundado en 1973, y la agrupación gaucha “24 de Septiembre” mantienen vivas las tradiciones criollas a través de desfiles, jineteadas y actividades culturales.
Además, el paraje cuenta con un pequeño museo religioso contiguo a la capilla, donde se exhiben objetos litúrgicos, vestimentas y documentos históricos que permiten reconstruir la historia local desde la época colonial hasta nuestros días. La tranquilidad del lugar, sumada a su riqueza histórica y paisajística, lo convierte en un refugio perfecto para quienes buscan desconectarse del ritmo acelerado de la ciudad y reconectar con lo esencial.
El Naranjo es un destino ideal para el turismo rural y de naturaleza. Se pueden realizar caminatas, cabalgatas, paseos en bicicleta y excursiones por senderos que atraviesan yungas, ríos y cerros. El camping Euli, ubicado en las afueras del pueblo, ofrece servicios básicos para quienes deseen pasar unos días en contacto directo con la naturaleza.