Quienes usamos las redes sociales o las aplicaciones de mensajería, recibimos habitualmente lo que se denomina “meme” y que generalmente tiene un contenido burlón o de tono sarcástico sobre un tema, un suceso o una persona determinados.
Por Pablo Borla
En antropología cultural, un “meme” es la unidad mínima de información transmisible de un individuo a otro o de una generación a la siguiente. Existe inclusive una ciencia que los abarca: la memética, que estudia como los memes se crean y se expanden entre la población, como si fueran un virus. De hecho, fue un biólogo, el prestigioso científico Richard Dawkins quien crea el término en su libro “El gen egoísta” de 1976.
La rapidez con la que los memes se difunden, y su impacto social, también es motivo de estudios de investigadores del fenómeno de la comunicación y son usados por la publicidad y el marketing para sus fines.
Ningún suceso que sirva para burlarse, sobre todo de personas de exposición pública, queda ajeno a la aparición inmediata de memes. Ser el protagonista de un meme viral puede potenciar o hundir el prestigio de esa personalidad, aunque también personas anónimas han alcanzado popularidad -muchas veces no deseada- al convertirse en un meme utilizado para diferentes ocasiones.
En ello, la persona puede quedar estigmatizada por muchos años, con consecuencias negativas para su vida personal y social.
Lo vemos diariamente en nuestro país, siendo especialmente abundantes durante la época electoral, como elementos que la militancia, organizada o no, ejecuta para el escarnio de las figuras políticas contrarias a su proyecto.
En algunos casos, existe una “industria” de memes que mueve muchísimo dinero para promocionar sus intereses. Son tan eficientes, que mientras exista el esquema de redes sociales y mensajería celular, serán un modelo de influencia vigente por el cual países, empresas y partidos políticos buscar inclinar la balanza de la opinión pública en su favor.
Un ejemplo conocido de un aparato dedicado específicamente a crear y difundir tanto memes como las denominadas noticias falsas o “fake news” se reflejó en un informe de 2017 de la Inteligencia de los Estados Unidos, denominado “Evaluación de las actividades e intenciones rusas en las recientes elecciones en los Estados Unidos”. Allí se afirma que entre 2015 y 2017, alrededor de 30 millones de estadounidenses compartieron mensajes de la Agencia de Investigación de Internet de Rusia, la Glavset, un organismo especializado en difundir noticias falsas en cuentas de países extranjeros.
La Agencia trabajó -según se detalla- a través de una comunidad de personas que en la jerga de internet se conocen como “trols”, destacando que "comenzaron a abogar por el presidente electo Trump previamente a las elecciones presidenciales de 2016" mediante identidades y perfiles falsos en redes sociales, periódicos digitales, foros y videos.
A principios de 2018, el Departamento de Justicia de Estados Unidos acusó formalmente a la Agencia de intentar interferir en esas elecciones.
Según el periódico The New York Times, el objetivo que deseaban lograr en Estados Unidos era socavar la fe de sus ciudadanos en su sistema electoral, al incentivar o incluso crear grupos que sembraran la discordia a nivel nacional. Las tácticas incluían aplaudir la candidatura de Donald Trump, al mismo tiempo que intentaban debilitar la de Hillary Clinton.
Tal es la vigencia de los memes, que en 2020 investigadores comenzaron a analizar la influencia de los memes románticos en las creencias de la gente en las relaciones personales y demostraron que aún un pequeño contacto con aquellos memes que promueven los celos, la búsqueda de garantías o promesas, expectativas poco realistas e inseguridad, fue suficiente para que las personas sean más propensas a estar de acuerdo con afirmaciones con eje en los celos, la inseguridad y la dependencia.
Somos parte de este fenómeno también como difusores de lo que nos llega y lo hacemos con naturalidad, en el deseo de compartir con nuestras amistades algo que nos causa gracia.
Graciosos, sí, seguramente. Inocentes, casi nunca.