Por Pablo Borla
En 2020, titulaba a mi columna de cierre de ciclo como “El año que vivimos en peligro”. Aún no llegaban las vacunas contra el COVID 19 a nuestro país, pero ya los laboratorios comenzaban a aplicarla en aquellos lugares en donde se elaboraban.
2021 fue, entonces, un año de esperanza, o por lo menos, así iniciaba, con un veranito sanitario, la vacunación al personal de Salud y a los docentes y, con el inicio de las clases, arribó la temida segunda ola, que hizo estragos en las vidas y en las economías, pero seguramente podría haber sido peor si la población considerada de riesgo no hubiera accedido a la vacunación prioritaria.
Este fue un año de elecciones, pero no solamente de cargos legislativos, sino también de maneras de vivir. En cada vacunación pudo reflejarse, como en un espejo muy nítido, quienes somos, como pensamos y cuánto reflexionamos; qué tan bien informados estamos y a quién le creemos.
Pudo verse si somos egoístas o solidarios en todo o solamente en lo que nos sobra.
Quedó claro que para muchos argentinos – pero el mundo también tiene sus muestras de ello-, la Salud Pública es un concepto que se limita a lo que se recibe y no a lo que se da.
Nada nuevo hay en las teorías conspirativas. Sus mecanismos básicos se reiteran: presuposiciones expuestas como axiomas, aun cuando no existan pruebas objetivas; la certeza de saberse poseedor de una verdad a la que la mayoría de la gente -ovejas de un rebaño- no accede; olvido de conductas propias previas que contradicen su postura actual (nadie pregunta ni cuestiona, por ejemplo, de que está hecho el paracetamol que consumimos como golosinas, o los panchos del puesto del parque).
En un mundo despersonalizado, hostil, con poderes enormes que quedan absolutamente fuera de nuestro control, el ser especial, el saber algo que la mayoría no, nos confiere una sensación de poder. Tenemos la verdad revelada, no por un proceso de lógica, no por un método de análisis, sino por una sencilla epifanía que nos inspiró y que preferimos creer.
Así, 2021 marcó una de sus elecciones. Posiblemente 2022 continúe en esa tónica y la inmunidad de rebaño sea un imposible y los hospitales tengan que recibir todavía a personas sufriendo las consecuencias concretas y cercanas de la falta de vacunación, y no las lejanas y potenciales del no vacunarse.
En cuanto a los procesos democráticos, las ciudadanías de Argentina y de Chile han tenido sus elecciones. La una, legislativa. La otra, presidencial.
En nuestro país, si bien las facciones en pugna son opuestas en cuanto a su concepción política, los votantes se mostraron impulsados a votar más bien como la manifestación de un mensaje, en la oportunidad que les dieron las urnas.
Como en casi todo el mundo, el oficialismo fue derrotado. Con mayor margen en las elecciones primarias que en las generales.
Este mensaje se lanzó desde una motivación económica y no sanitaria. No bastaba con vacunar bastante y sostener a los sectores más vulnerables desde la emisión monetaria porque la inflación licúa cualquier aporte y castiga sobre todo a la clase media, en particular a quienes necesitan producir o comerciar bienes y servicios.
Una inflación proyectada superior al 50% anual derrota cualquier buen argumento y los votantes no ignoran el estado de catástrofe en que la alianza oficialista recibió el mando del país, pero también saben que fueron votados oportunamente para arreglar la situación y no para excusarse.
Es injusto, seguramente. Pero la realidad mostró una elección: el Pueblo optaba por advertir que el rumbo no era el deseable y que los apremios eran y siguen siendo urgentes.
Chile, por su parte, mostró otra elección: la de intentar un destino diferente al de las últimas décadas y que surge como resultado de un proceso de desgaste de políticas que ampliaron las brechas sociales y les quitaron movilidad ascendente a sus habitantes, formando un caldo de cultivo que explotó de manera violenta en octubre de 2019 y obligó a un plebiscito que aprobó la redacción de una nueva constitución para el país trasandino.
La elección del representante de la alianza de izquierda, Gabriel Boric, fue el símbolo de la necesidad de ratificar un cambio de políticas que sume equidad y que permita que la educación y la salud sean verdaderos derechos y no privilegios para quien pueda pagarlos.
2021 fue un año difícil.
Aun lamentamos muchas muertes de seres queridos y en el mundo se sobrevive -si se logra- como se puede. Algunos con más facilidad que muchos otros, pues la pandemia mostró una vez más la injusta y terrible desilgualdad en la que la Humanidad desenvuelve sus días.
2022 renueva la esperanza de mejores días.
Que así sea.