Las tensiones entre Villarruel y Milei, que no son nuevas ni originales tienen la particularidad de darse a mucha velocidad, con demasiado encono y falta de diplomacia y con una protagonista que no le escapa a los golpes de estado.
Por Franco Hessling
La semana pasada se vivió un revés político importante para el gobierno cuando el Senado optó por rechazar, por amplia mayoría, el mega DNU que el presidente anunció en diciembre y que se ha convertido en la única herramienta jurídica del oficialismo para ejecutar su plan de gobierno.
Como se sabe, el DNU ya tiene partes virtualmente suspendidas, como su capítulo laboral, otras partes en veremos y cuestionamientos variopintos por parte de expertos en constitucionalismo, ciencias jurídicas y democracia.
En términos procedimentales y de validez, la derrota en el Senado no representa mucho puesto que el decreto sigue vigente y sólo caerá en tanto también sea rechazado por la Cámara Baja, algo que, en principio, parece más lejano. Tampoco es tan significativo a niveles de revés de gestión, la mayoría de los gobiernos experimenta esta clase de idas y vueltas, todavía más cuando se trata de instrumentos tan ambiciosos, por no decir desubicados, como los que pretende Milei.
Lo que sí se constituye como una verdadera señal de derrota, aunque tampoco por su originalidad, es la tensión en alza entre Victoria Villarruel y Javier Gerardo Milei, la vice y el presidente. No es original porque si hasta hace un año atrás uno escribía una columna con ese mismo título: “La vice y el presidente” y comentaba tensiones entre uno y otro, hubiese sido perfectamente compatible con la realidad del vínculo entre Alberto Fernández y Cristina Fernández de Kirchner.
Tampoco hubiese sido inapropiado destacar las tensiones entre Julio Cobos y la propia Cristina, entre Carlos Menem y Eduardo Duhalde o entre Néstor Kirchner y el ahora funcionario libertario, Daniel Scioli. Qué decir de las diferencias, breves en el tiempo por razones obvias, entre Vicente Solano Lima y Héctor Cámpora. De allí que los roces entre Milei y Villarruel no sean para nada originales ni novedosos en las tensiones que suelen caracterizar los lazos entre jefes de estado y segundos en el orden de sucesión.
Lo particular del caso tampoco es que las tensiones trepen hasta el umbral de la indiferencia y el fuego cruzado, varios de los casos mencionados en el párrafo anterior también alcanzaron ese nivel de conflicto. En este caso hay dos elementos que lo vuelven particular: el primero es que el gobierno lleva muy poco tiempo en el poder, todavía con amplia aceptación popular, pero las tensiones empezaron incluso antes de asumir los cargos, cuando en el reparto de ministerios la vicepresidenta salió herida de muerte.
Ese malestar tan primigenio sí que no se había observado tan precipitadamente ni con tanta poca diplomacia, ello, hay que admitirlo, por exclusiva responsabilidad de Milei que no conoce formas distintas al alarido, la declamación vacua, la amenaza y el improperio, sea verbal o sea tecleado en una red social. El segundo elemento que distingue este malestar entre libertarios es que en este caso ni el presidente tiene demasiada gobernabilidad ni la vicepresidente está tan dispuesta a preservar las instituciones democráticas.
Se sabe que Villarruel considera que las instituciones democráticas pueden funcionar mal y que en ese caso no está mal que otra clase de instituciones, como las militares, asistan a la administración de gobierno. En otras palabras, no le tiembla la pera para defender los golpes de estado como actos patrióticos. Así, la “hipótesis Michel Temer” toma formas más verosímiles si la batalla continúa. El factor Macri será decisivo.
Milei, los Milei, deberán entender que no se gobierna sin ceder, sin negociar y peleándose con todo el mundo.