Milei se abalanza contra todo el mundo que ose criticarlo o cuestionar cualquiera de sus ideas o políticas, pero luego pide disculpas a regañadientes, evita los debates frontales o se achica para departir, como ocurrió con el Papa Francisco. Un presidente blasfemo.
Por Franco Hessling
Tirar la piedra y esconder la mano. Desde que Javier Gerardo Milei irrumpió como principal contendiente a la presidencia, luego de las PASO del 2023 cuando cosechó 30% de los votos -cifra que no incrementó en las Generales- una cosa se ha tornado evidente para todos aquellos que no se han ensalzado en la fiebre libertaria, en el antiperonismo acérrimo o en la aporofobia que tanto enraíza en la clase media argentina.
Desde que Milei inició su camino a la presidencia en agosto del año pasado lo que ha quedado claro es que titubea cuando se trata de defender sus ideas en debates, que amenaza y bravuconea de lejos y que cuando las papas queman él jamás da la cara. Lo ha hecho tanto con declaraciones acusatorias como con movimientos políticos, por ejemplo, con las marchas y contramarchas en las designaciones en ANSES antes de asumir su gobierno, o con los improperios contra Patricia Bullrich apenas semanas antes de que la convocara para sumarse a su gabinete como ministra de Seguridad.
Nobleza obliga: cuando se trata de ribetes en redes sociales o confrontaciones con figuras del espectáculo, por ejemplo lo ocurrido con la maestra del colegio al que asistió y que dijo que no le alcanzaba su jubilación o la cantante Lali Espósito, el presidente es un furibundo acusador que no se retracta ni se disculpa, que se reivindica y se anima incluso a la burla. Por supuesto, siempre que se trate de twittear o de responder en set televisivos sólo de los canales que profesan un “anti-populismo” enceguecedor.
Tras asumir la presidencia, el recorrido de Milei como sujeto inquisidor, de declaraciones rimbombantes y acusaciones por doquier entró en un frenesí difícil de comprender para quienes se han dedicado al ceremonial y protocolo desde tiempos inmemoriales. El presidente desconoce aquello que se suele mencionar como “diplomacia” y que tiene que ver con evitar los exabruptos, las agresiones y los comentarios desubicados.
Milei se ha despachado incluso contra otros mandatarios, como su par colombiano Gustavo Petro, a quien acusó sin eufemismos de asesino. A los legisladores nacionales les espetó que eran “coimeros” pero jamás demostró ni que Petro fuera un asesino ni que los parlamentarios reciban coimas. Sin embargo, ya se abrió una investigación en su contra por estos últimos dichos, dado que una fiscal actuó de oficio luego de que el presidente sugiriera que en el Congreso había coimas. La última vez que algo así pasó, un vicepresidente, Carlos “Chacho” Álvarez, terminó dimitiendo.
También cargó contra los sindicalistas y hasta se atrevió a cuestionar a la senadora y ex presidenta por un decreto que él aprovechó para beneficio personal y que, al ser descubierto, fue presentado por el vociferante, Manuel Adorni, como un yerro de un funcionario que había desatendido las órdenes del presidente. En realidad, y todos lo sabemos, la estrategia del aumento de sueldo para funcionarios fue “si pasa, pasa”, y si no pasa, es culpa del kirchnerismo, del populismo y del comunismo, como siempre. De manual.
Pero lo interesante es que ni frente a los legisladores, ni ante los gobernadores, ni con sus pares presidentes del continente, ni con los sindicalistas ha tenido la valentía de sentarse luego a dialogar, debatir y departir. Muchas veces se retrotrajo con disculpas impostadas, como con este último caso del auto-aumento, pero en realidad, la mayoría de las veces, ni siquiera enfrenta o respalda sus dichos acusatorios. Es, en el mejor de los casos, el presidente blasfemo. Cuando tuvo que enfrentar al Papa reculó en chancletas.