Por Franco Hessling
En la localidad que forma parte de Embarcación el tan vitoreado regreso a los establecimientos educativos no se ha consumado. La razón es algo más compleja que la cuarentena: no tienen agua.
“Hace cinco meses, por ahí”, responde Javier cuando se le consulta desde hace cuánto que no va al a escuela. Dice que hubo algunas semanas a fines del año pasado, en el cual por la pandemia prácticamente no hubo clases, y después se volvieron a suspender. Con doce años, confiesa que extraña asistir al establecimiento educativo por el que tantas veces otros pibes reniegan.
Javier vive en Hickman, una localidad que depende del municipio de Embarcación, y aprovecha los meses para pulir su destreza con la honda. Con una habilidad que sobrecoge a cualquier muchacho urbano, apunta en milésimas de segundo a la cabeza de una mamba verde, de las que saltan, y la última para ahorrarse disgustos. Sonríe triunfal.
Se le consulta la razón por la que no está teniendo clases, pues, aunque la pandemia no ha terminado, el retorno a las escuelas es un hecho desde marzo. “Es que no hay agua, recién están haciendo un pozo nuevo y dicen que va a demorar como seis meses. Por ahora vienen trayendo agua del pozo de una finca que está yendo para Embarcación”.
Con la omnipotencia del determinismo tecnológico, las siguientes preguntas son sobre la modalidad virtual de enseñanza. Javier, compasivo ante ese determinismo, esboza un rictus empático y dice “es que usted cree que acá hay internet y eso, acá no hay mucho de eso, no se puede”. Entonces, en este caso, la suspensión de actividades en la escuela no se puede subsanar con clases virtuales.
Pero, a diferencia de lo que ocurre en otras latitudes, la cuarentena no es el único impedimento para regresar a las aulas. Aunque en este 2021 la decisión gubernamental fue reabrir los establecimientos, no hay clases virtuales porque falta infraestructura en telecomunicaciones, ni hay aulas abiertas porque falta agua.
La redundancia en la palabra “falta” no es sólo por falta de recursos de este columnista, es además una forma aliterada de ilustrar una realidad que desborda en privaciones. Javier, como otros pibes de la zona y alrededores que dependen de una única escuela que está a la vera de la ruta nacional 81, no tienen clases porque carecen de un elemento básico no sólo para educarse sino también para vivir.
Por insólito que resulte, el reclamo para que haya un pozo nuevo se viene haciendo desde hace años, pero sólo cobró cierta relevancia hace un par de meses, cuando se agotó definitivamente el que venía usándose. Las soluciones a las privaciones, como siempre que se trata de ciudadanos de segunda, tiene la velocidad de una tortuga encinta. Mientras tanto, Javier aprende a cazar con una honda, en un monte que, para colmo, cada vez brindará menos posibilidades de supervivencia, puesto que el agronegocio extractivista no deja de avanzar.