El presidente ha asegurado muchas veces que el país lleva unos 130 años de decadencia. Así, su política viene cumpliendo con llevarnos nuevamente a debates decimonónicos, como las tensiones entre las provincias y el poder central. En el siglo XIX, encarnado por las oligarquías y la casta política, en el siglo XXI por los mismos actores.
Por Franco Hessling
En algunas columnas anteriores hemos puesto el foco en la actitud del presidente Javier Milei y algunos de sus laderos de mayor confianza con respecto a las negociaciones, lógicas en cualquier régimen democrático, con otras fuerzas políticas. Si bien Milei se rodeó de algunos políticos experimentados dispuestos a encarar esas negociaciones, como Guillermo Ferraro, Guillermo Francos y Rodolfo Barra, las declaraciones del presidente y de algunos de sus más desdibujados monigotes, como Manuel Adorni, desconcertaron a propios y ajenos más de una vez.
Ocurre que esas declaraciones pueden ser definidas como extorsiones a cielo abierto, en las que abiertamente se atacaba con agravios y se amenazaba a todos aquellos dirigentes que no comulgaran sin reparos con los caprichos de monarca de un presidente que de las elecciones primarias a las generales no pudo abrochar ningún apoyo significativo nuevo, por lo tanto, al que sólo lo apoya resueltamente el 30% de los votantes -por lo pronto, ese número ya podría estar decayendo-.
La ventaja de Milei en esa actitud bravucona es que se abalanza sobre sectores dirigenciales que tienen una profunda falta de legitimación social. Así, por ejemplo, en sus primeras semanas las declaraciones más rimbombantes fueron contra la CGT, luego apuntó contra los legisladores -cuando ya había ingresado el proyecto de ley ómnibus- y, como estocada más desubicada, cargó contra los gobernadores.
Lo particular es que no fue un ataque exclusivo a los opositores férreos, como Axel Kiciloff o Ricardo Quintela, ni siquiera sólo contra los peronistas conversos -¿hay algunos que no lo sean?- como Gustavo Sáenz o Martín Llaryora, el fuego vociferante de Milei y su entorno próximo se dirigió también a gobernadores del PRO, como Manuel Pullaro y Rogelio Frigerio. Ni siquiera Osvaldo Jaldo, ya prácticamente converso plenamente a la LLA, se salvó de las reprimendas luego del fracaso de la Ley Ómnibus y los recortes a las partidas para giradas por Nación para las administraciones provinciales.
Pero la intolerancia democrática del núcleo duro de Milei y su LLA no quedó ahí nada más. Tras la caída del proyecto de ley más inconstitucional de la historia parlamentaria argentina -no tengo pruebas pero tampoco dudas, dirían en el barrio-, el gobierno confirmó la salida de dos funcionarios asociados a dos de los gobernadores entreguistas: el cordobés Osvaldo Giordano removido de ANSES y la salteña Flavia Royón eyecta de la Secretaría de Minería.
Sáenz, que no acostumbra a cruces verbales ni prácticos, de quien se resaltan sus virtudes para conciliar siempre cuidando el orden y el status-quo, se vio obligado a repudiar públicamente la salida de Royón. Llaryora, más enfático en sus modos y con mayor disposición a la autonomía y el poder hizo lo propio. En ese mismo sentido, destacan las declaraciones de Pullaro, gobernador de Santa Fe, quien amenazó con restringir el puerto de Rosario, por donde entran y salen la mayor parte de las embarcaciones comerciales del país.
Lo de Pullaro es una amenaza resonante que, nobleza obliga, hace que Milei cumpla aquella promesa de devolvernos al siglo XIX, cuando el prorrateo de los ingresos de ADUANA y la disposición de recursos para servicios básicos, entre otras cosas, calaban la política nacional, en el proceso de conformación del Estado, con disputas entre las provincias y el poder central. La política actual de Argentina, aunque parezca insólito, se remite con exactitud a esos arrebatos de la oligarquía decimonónica que, entre provincianos y porteños, entre federales y unitarios, se disputaba a sangre y fuego el país.
Y esa última oración, a sangre y fuego, no es puramente metafórica. Porque no sólo de rosca palaciega vive el analista político: la represión desatada por el gobierno durante las jornadas de debate fue tan brutal y costosa que, aunque Milei y Adorni siempre tengan esa pose de machitos infranqueables, le valió un golpe político tan fuerte al gobierno que días después ni siquiera pudo sostener el proyecto en el parlamento. Luchar siempre vale la pena.