Por Franco Hessling
Los tipos de cambio se volvieron a distanciar, la fórmula de la deuda es el principio primero del manual de Caputo y el FMI hace todo lo posible para que el gobierno resista y domestique al pueblo. Mientras tanto, una inflación sideral y el estancamiento del mercado interno.
Se conoció la inflación de diciembre y finalmente estuvo situada en 25,5% para el IPC, aunque en el desglose muchos de los gastos más esenciales, como alimentos, combustibles líquidos y medicamentos, estuvieron muy por encima de ese promedio.
El gobierno, con el mismo grado de cinismo que caracterizó su campaña celebró la cifra, diciendo que esperaban un guarismo todavía más alarmante, en el orden del 45%.
Milei prometió estanflación y la cumplió. La suba de precios se domestica sólo porque el impacto es casi inmediato en la desaceleración del consumo interno por la ingente pérdida de poder adquisitivo que licua los ingresos por la negativa a redistribuir que plantea el programa económico libertario. Por eso, a medida que las necesidades apremien y las compras sean inevitables, aunque sea a costa de endeudarse, los precios seguirán subiendo. Lo que se modera, entonces, es el ritmo. Y “moderar” es una definición muy generosa, puesto que el shock es indiscutible. Pero sería todavía peor si todo se hiciera a paladar de los mercados y del programa libertario, que es lo mismo. Por suerte está la política.
El FMI celebra el ajuste y domesticación del pueblo argentino, por eso está dispuesto a seguir haciendo desembolsos con tal de que el gobierno libertario tenga resortes para quedarse en el gobierno, pese a todas sus señales de que no soportan las instituciones democráticas ni los derechos que limitan el poder económico. El dinero, entonces, entrará y continuará la paradoja: Luis Caputo, renegociando la deuda que tomó Luis Caputo, diciendo que culpa de esa deuda estamos en una crisis económica increíble, y, entonces, tomando nueva deuda.
El plan de Caputo es siempre el mismo. Más deuda y ajuste fiscal. Entonces, a niveles macroeconómicos es sencillo de explicar pero difícil de implementar, porque suele empobrecer al colmo de la miseria a los pueblos, que, más temprano que tarde, optan por repudiar con acciones directas esos planes macabros. La explicación macroeconómica es que el ajuste interno es fiscal, con lo cual se busca el superávit en esa área. En paralelo se liberaliza la cuenta de capitales para el superávit financiero, aunque con deuda estatal para garantizar confiabilidad y competitividad a los especuladores argentinos.
El gobierno confía en Caputo y en su alineación geopolítica con Estados Unidos. En particular, confían en que sean las arcas norteamericanas las que ofrezcan nuevos préstamos y a tasas ínfimas, experiencia que ya ha ocurrido por períodos de tiempo específico con países como Brasil y México. Pero, mientras Joe Biden siga en la Casa Blanca y los límites de deuda norteamericanos estén en valores históricos, esa posibilidad no parece del todo viable.
En medio de ese escenario, el FMI alienta a gobiernos que domestiquen a los pueblos y los hagan acostumbrarse, sin protestar, a clausurar sus proyectos de vida y vivir empobrecidos por culpa de cualquier dirigente populista o líder carismático que no sea un férreo creyente en el poder de gendarmería monetaria que ejercen el FMI y el Banco Mundial, incluso con sus derechos especiales de giro.
Entonces, como el dólar oficial se acercó demasiado al paralelo, a pedido del FMI, el mercado financiero nacional -apalancado por mucho del capital vernáculo- hizo un salto de más del 10% en un día, lo que la teoría económica entiende como una “macrodevaluación”. El gobierno no se disgusta de que ello ocurra, al contrario, aprovecha la extorsión financiera para implementar con más velocidad su propio programa que no es para enriquecer un país sino para maximizar las ganancias de su clase capitalista. Pero ello, cuidado, podría llevar la tolerancia social a un límite pronto y, por lo tanto, ir conduciendo a que el oficialismo pierda aliados políticos y gobernabilidad.