El triunfo de Milei reunió malestares genuinos que interpelaban a sectores heterogéneos y legitimó la idea de que necesitamos sufrir las grandes mayorías antes de ver prosperidad.
Por Franco Hessling
Su claridad ideológica nos obliga a una delimitación filosófica: que el individualismo contra el accionar del Estado, demonizado y analizado con conceptos estancos, no derive en la ruina de nueve de los diez deciles de la población.
Con la certeza una vez más de que la aceleración es un rasgo que explica las sociedades contemporáneas, la política nuevamente ofrece un ejemplo contundente. Igual que se analizó el meteórico recorrido a la presidencia del Brasil de Jair Bolsonaro, el ascenso de Javier Gerardo Milei saltó en pocos meses del “el tercero de los tercios” a presidente de la Nación Argentina. Esa es la similitud más simpática entre Bolsonaro y Milei, las coincidencias menos amables estriban en su afinidad ideológica con visos fascistas.
Bolsonaro y Milei llegaron a la presidencia de sendos países del cono sur americano de modo raudo. En el sprint final de las campañas, pasaron de ser fenómenos comunicacionales a convertirse en primeros mandatarios de Brasil y Argentina. Tanto el brasilero como el argentino ya habían ingresado a la clase política de sus países cuando empezaron la campaña, pero sólo en embrionarias apariciones como parlamentarios. Milei, de hecho, prácticamente fue irrelevante como legislador nacional, aunque cementó su candidatura presidencial haciendo eventos comunicacionales, sincrónicos y asincrónicos, a partir de sortear parte de sus percepciones como diputado de la Nación.
Así, si bien Bolsonaro y Milei eran figuras que estaban en el radar de la opinión pública, incluso ya dentro de la política, no representaban, al principio de las campañas, figuras con chances serias. En otras palabras, no eran contendientes reales a la presidencia. Dirán los enamorados de CFK que ella, con su lucidez de siempre, anticipó que el escenario argentino era de tercios a fines del primer semestre de 2023, refiriéndose explícitamente al fenómeno Milei [Al menos Cristina hablaba de corrido y sin leer los discursos como púber dando la lección, estudioso pero inseguro, tal cual nuestro actual presidente]. Lo cierto es que ya las encuestadoras, a veces -cuando se ponen golosas cobrando discrecionalidades- vapuleadas por sus yerros, venían advirtiendo desde principios de año que el libertario tenía un piso del 15% de los votos en su primera incursión como candidato presidencial.
Hubo en la campaña libertaria dos aspectos que merecen especial atención. En primer lugar, la capacidad para reunir malestares genuinos y que interpelaban a sectores sociales, cultural y económicamente, muy heterogéneos. Por ejemplo, el hastío frente a la relación directa, no verdadera, entre plan social y cortes de calles, que indigna por igual a personas de la clase media aspiracional, de la tilinguería, de los arrabales, las villas, de las fábricas y de las universidades. Otro ejemplo de ello es la inflación como problema, explicado por los libertarios como consecuencia del déficit fiscal, y que fue otro de los ejes discursivos que interpelaron a sectores sociales diversos.
A partir de reunir esos malestares genuinos, La Libertad Avanza (LLA) hizo estallar su techo electoral el mismísimo 13 de agosto, en las PASO -serán las últimas ya que se vendrán también reformas electorales-. En ese primer turno comicial, la fuerza libertaria de Milei plantó un piso de votos por encima del 30% y se posicionó como la opción más votada. La heterogeneidad de los votantes y la preeminencia en nuevos votantes jóvenes confirmaba que sus seguidores operaban siguiendo al líder en tanto que fenómeno comunicacional y a partir de la confianza en algo distinto. Milei se prometía disruptivo contra la “casta empobrecedora”.
El peronismo se levantó en campaña después de aquellas PASO y Mauricio Macri hizo su juego para romper desde adentro las chances de un Cambiemos al que parecía ya no poder manejar a gusto propio. Con capricho de millonario, el expresidente hizo muchos guiños a los libertarios y Milei cuando Cambiemos y Patricia Bullrich todavía estaban en carrera. Lo debates también jugaron un rol, Bullrich fue imposible de reivindicar y Schiaretti creó la figura simpática de un cordobés fanatizado con cierta idea de “normalidad”. Milei y sus asesores comunicacionales hicieron su gracia: Iñaki “muñeca pepona” Gutiérrez y compañía crearon videos de 15 segundos en los que parecía que el libertario leía de corrido. Sergio Massa recibió a partir de aquellos debates el reconocimiento, aún de sus detractores, como “político profesional”. Y Milei también pasó de León a “gatito mimoso”, conforme le enrostró Myriam Bregman en referencia a sus genuflexiones frente al poder económico.
En ese punto de la campaña emerge el segundo elemento que proponíamos considerar, además de la virtud de haber reunido malestares genuinos en votantes de sectores sociales diversos. El segundo elemento fue la habilidad para naturalizar de que ciertos problemas ameritan una solución que ineluctablemente implica un empobrecimiento exponencial de la mayor parte de la población argentina, al menos en el corto plazo (según el propio Milei, al menos el primer año de su gobierno). Digamos que logró naturalizar en grandes porciones de la población que necesitamos sufrir porque todo lo felices que hayamos sido fue inmerecido. Como consecuencia de ello, como ya había ocurrido durante el gobierno de Macri, muchos defienden el plan de ajuste aunque los afecte directa e indiscutiblemente.
Lo prometido ya en esa fase de la campaña, de cara al balotaje, se confirmó en los primeros días de gobierno. Empobrecimiento tremebundo, por decreto sin argumentar suficientemente la necesidad y urgencia, y la habilidad para trastocar el orden de importancia de conceptos económicos: economizar las tarifas es menos importante que reducir el déficit fiscal. Las tarifas se corresponden con el goce pleno de un derecho humano como la vida y vivienda adecuadas. Llamarle gasto público ya es sugestivo, porque la educación, la salud y la ciencia deberían verse como inversiones.
En fin. La era de gobierno de la LLA inaugura un reverdecimiento de cierto marco filosófico que el menemismo ya había implementado y llevado al sumun del desastre durante los 90. Milei replantea una lectura de la historia política reciente y consiguió un nuevo consenso: el problema no fue el gobierno neoliberal de Menem, el problema fue el gobierno redistributivo y con déficit fiscal del kirchnerismo. La oligarquía está feliz y a la prole no la salva ni la victoria de Riquelme en Boca. Como diría Rodolfo Jorge Walsh, el pueblo se salva solo o no lo salva nadie, no hay héroes, es momento de autoorganizarse. Las circunstancias históricas nos convocan. No se puede rifar principios de nuevo. Viva el colectivismo.