Desde que en Argentina se instaló la coyuntura política de la retórica “cambio” y “continuidad” ha habido dos experiencias de gobierno de los segundos y tan sólo una de lo primera. Ayer se impuso una nueva etapa de “cambio” que, a diferencia de la moderación, propone una plataforma de radicalización que, enconos en alza mediante, promete un clima de guerra en la política argentina.
Por Franco David Hessling
Aproximadamente desde que el PRO fue tomando notoriedad nacional como antagónico del kirchnerismo, todavía durante la presidencia de CFK, en la Argentina se impuso una coyuntura política que por momentos se llamó “grieta”, nombre que desde hace un tiempo parece haber caído en desuso -aunque sigue vigente la polarización en los hechos- y que se explica con una cultura política de confrontación entre dos dialécticas: la de cambio y la de continuidad. Entonces, hablaremos de lo que consideramos el momento político de la retórica política cambio-continuidad.
Esa dialéctica tuvo su primera irrupción en el gobierno cuando desde los que bregan por el “cambio” se conquistó en 2015, el gobierno de la Nación, de la Capital Federal y de la provincia más cuantiosa, Buenos Aires. Hito histórico para el anti-peronismo. Sin caer en detalles, la experiencia de Cambiemos fue un rotundo fracaso, situación que conllevó a un retorno (“volver mejores”) en 2019 de la continuidad de aquello que se catalogó desde el peronismo kirchnerista como la “década ganada”. La elección fue contundente, la fórmula Fernández-Fernández de Kirchner se impuso en la primera vuelta.
Lo interesante de ese “volver mejores” que blandieron los que pretendieron la “continuidad” de la “década ganada” en aquel 2019 fue que el programa de gobierno, en relación con su propia experiencia anterior (2007-2015), se anclaba en la moderación. Se pretendía mostrar menos atirantamiento y confrontación, más convocatoria generalizada, gobernabilidad dialogada entre dirigentes de diversa índole y menos medidas asociadas con el “populismo”, como estatizaciones de empresas y políticas monetarias de fuerte intervención estatal.
Tras cuatro años de gobierno de esa segunda versión de la “continuidad”, a la que todavía asistiremos hasta el 10 de diciembre de 2023, el “cambio” reapareció fraccionado en dos grandes tendencias hasta el balotaje, en la que sus principales dirigentes (Javier Milei y Mauricio Macri) se alearon cual efecto químico entre metales. La aleación, como concepto técnico, da como resultado una fusión homogénea y distinta de los elementos previos por separado. ¿Por qué mencionar la alianza Milei-Macri como aleación? Porque la novedad de esta segunda versión de gobierno del “cambio” es que su programa de gobierno no es de “sinceramiento” ni de “moderación”, muy por el contrario, es de plena radicalización.
Toda la campaña de La Libertad Avanza fue incluso criticando a la primera versión del Cambio, durante el gobierno de Macri, por su hipotética moderación. La plataforma de campaña no titubeó en manifestar a viva voz el shock económico y el alza del uso de la fuerza represiva del estado. Entonces, a diferencia de la segunda versión de la “continuidad” que se inclinó por la moderación, esta segunda versión del cambio es una evidente radicalización de las posiciones de derecha, mercantiles y de liberalización de la economía.
Con ese programa de gobierno, la aleación de los libertarios y Macri en esta segunda versión gubernamental del “cambio”, consiguió una victoria electoral contundente. Los resultados le dieron una ventaja de más de 11 puntos a la fórmula Milei - Villarruel, por sobre el par Massa - Rossi. La fórmula de la “continuidad” sólo se impuso en tres provincias: Buenos Aires (por menos de dos puntos), Formosa (por menos de trece puntos) y Santiago del Estero (por treinta y cinco puntos). La aleación de “cambio”, por su parte, ganó en todo el resto del país, incluyendo números categóricos en distritos clave como Córdoba (por cincuenta puntos), Santa Fe (por veinte puntos) y Mendoza (por cuarenta y dos puntos).
Entonces, se anticipa una radicalización de posiciones, algo similar a lo que fue ocurriendo en lugares como Venezuela, Perú o Bolivia, donde hubo golpes de estado, migraciones, pobreza extrema y desórdenes económicos que generan una desigualdad galopante. Es paradójico, entonces, que los que odian el modelo venezolano sean los que van a propiciar ese escenario para los próximos meses. El panorama no es alentador, el hambre y la violencia se avizoran como consecuencias ineluctables. Habrá que tener mucha cautela, porque la segunda versión del “cambio” se anticipa como un grito de guerra (civil) parecido a la forma vociferante del nuevo presidente electo.