Si es por elegir, hubiese preferido que nos colonicen los británicos y no el retrógrado imperio ibérico. Si es por elegir, ahora más vale alinearse con los movimientos económicos del gigante asiático que con la moneda que ya viene en crisis desde las medidas de Nixon en el 71.
Por Franco Hessling
Para probar que la dolarización está más expandida de lo que se cree resulta suficiente con hacer averiguaciones en el ámbito de los bienes raíces. La especulación inmobiliaria argentina, ya desde hace mucho tiempo, opera con valores dolarizados, tanto así, que hay determinadas propiedades que directamente se tasan en dólares, aunque en la operación de compra-venta pudieran aceptarse pesos.
La consulta sobre el valor de un departamento, así, se mantiene en un mismo monto desde hace mucho tiempo, pero un monto que aparece en una moneda que cumple varias de las funciones del dinero, habiendo deteriorado la soberanía monetaria desde hace ya mucho tiempo. El departamento sigue costando 50 mil dólares, lo que sube es el valor del dólar en el mercado nacional -como tipo de cambio y como moneda fuerte con tipos de cambio flotantes y clandestinos-.
¿Cuáles son las funciones del dinero y cómo vienen desarrollándose en Argentina? Por lo menos podemos distinguir cuatro funciones: como unidad de cuenta -asignación de valor-, como medio de circulación -para intercambios-, como modo de atesoramiento -como capital- y como dinero internacional -como divisa-. A partir de esas funciones, entonces, deducimos aquello de que la economía ya está ciertamente muy dolarizada.
Para asignar valor, como se ha dicho, hay muchos rubros que directamente trabajan en dólares, amén de que pudieran aceptar que las transacciones sean en pesos. Los precios, en dólares. Como forma de atesoramiento no hay nadie que pueda negar que desde pequeños ahorristas hasta peces gordos del capital vernáculo refugian sus activos en dólares. En su función de divisa, el dólar sigue siendo la moneda predominante en Argentina, igual que en todo el patio trasero salvo por la isla de Cuba.
Entonces, para que no queden dudas, lo que se discute como “dolarización” por estos días es únicamente su formalización como medio de circulación. Para ello, habría que aceptar que el dólar se convierta en una moneda de curso legal. Ello puede hacerse reemplazando directamente al peso, como sugería Milei hasta hace unas semanas, cuando empezó a moderar su discurso, o puede hacerse, por lo menos al principio, estableciendo un sistema bimonetario. Tal ha sido la propuesta de Carlos Melconian, hombre llamado a ser ministro de Economía si Patricia Bullrich vuelve a representar a las mujeres en la conducción de la Casa Rosada.
¿Qué implicaría, entonces, que el dólar se convierta en una moneda de curso legal? Por empezar, una pérdida de soberanía monetaria que sólo puede completarse con la otra pata de esta propuesta económica para Argentina: cerrando el Banco Central. Ese movimiento en el ámbito financiero, en el ámbito territorial sería el equivalente a perder la soberanía de las fronteras nacionales diciendo que ya no existen los límites fronterizos y desarticulando a la Gendarmería Nacional. Es cierto que con una economía dolarizada pierde gran parte de su sentido el Banco Central, igual que si resignáramos la soberanía territorial perdería sentido la Gendarmería.
Los guiños que Sergio Massa le hizo a la moneda china y la inclusión de Argentina y otro pelotón de países emergentes en los BRICS están orientados a morigerar el impacto del dólar como divisa, algo que automáticamente también lo debilitaría como reserva de valor, tanto para los particulares como para los estados. La dolarización, en cambio, le devolvería vigor en su inmediata zona de injerencia, el mismo empuje que ganó cuando el FMI volvió a convertirse en acreedor del país, durante el gobierno de Mauricio Macri.
En términos económicos, la dolarización ataría a la Argentina a una moneda que, tan lento como los procesos culturales, viene perdiendo valor a partir de la crisis de los petrodólares y los tipos de cambio flotantes que estableció Nixon en el 71, tras la crisis de las instituciones de Breton Woods. Esa crisis, no obstante, fue sorteada por esas instituciones, como el FMI, que todavía operan como gendarmes del dólar en la disputa por la soberanía monetaria internacional. Pegarse al dólar no parece ser ni una idea que convenga como nación emergente, ni como nación en adopción de algún imperio. Ni como cipayismo es una buena idea.