Avancemos resultó en una sumatoria de ingenierías electorales que, como tales, tuvieron menos valor juntas que lo que recolectaban por separado. El gran beneficiado en esa faena, Miguel Nanni y su segundo lugar. Todo muy muy lejos de la reelección de Sáenz-Marocco, por más de 30 puntos de diferencia.
Por Franco Hessling
No hubo sorpresas en la elección por el gobierno de la provincia, donde la reelección de la fórmula Gustavo Sáenz-Antonio Marocco fue tan contundente que se colocó unos 30 puntos por encima de su inmediato perseguidor. Esa segunda colocación fue, en principio, una especie de sorpresa, al menos para quienes todavía depositan expectativas en cierta base electoral progresista, podríamos decir cristinista, que, también en principio, era la base electoral de un perfil como el de Emiliano Estrada, socio-fundador de La Cámpora. Es la misma base electoral desangelada de un dirigente fuerte en la provincia, que antes coronó como senadores nacionales a Sergio Leavy y Nora Giménez.
El desafío para Estrada, con esa trayectoria a cuestas, era levantar el techo electoral, una réplica de la situación de CFK en 2019. Persiguiendo ese objetivo abrochó alianzas con Carlos Zapata y Alfredo Olmedo, por un lado, y los hermanos Biella, por el otro. Crearon un menjunje de dirigentes al que nadie puede reclamarle eso que los peronistas llaman, ufanándose, “pragmatismo”, y lo bautizaron “Avancemos”.
A estas alturas, por supuesto, el voto ideológico de esa base electoral progresista que podría haber apoyado maquinalmente a un socio-fundador del partido del hijo de la jefa, ya se había desdibujado entre alianzas a la forma en que la politología define como “estratarquía”. Es decir, la articulación de ingenierías electorales [partidos] que se entremezclan para contingencias electorales sin perder su completa autonomía. Es decir, no las aglutinan programas, principios o ideas centrales. Pueden generar algún “proyecto” de gobierno acordado entre ciertos dirigentes, pero sin ninguna otra clase de plataforma que aglutine a cada ingeniería electoral en particular con acuerdos o asambleas de masas.
Para que se entienda el modelo de cartelización o estratarquía de los partidos hay que distinguir esa mecánica de otras formas de alianza entre partidos. Por ejemplo, el Frente de Izquierda y de los Trabajadores (FIT) que se creó en 2011, se dio entre Izquierda Socialista, el Partido Obrero y el PTS luego de que acordaran un programa de gobierno signado por principios ideológicos. La estratarquía de Avancemos es la antítesis de esa forma de construcción.
El modelo de estratarquía no es lo que fracasa, de hecho, llevó a Mauricio Macri a la presidencia en 2015 con una alianza de ese tipo entre la Coalición Cívica, la Unión Cívica Radical y el PRO. Lo que fracasó fue que la base electoral con la que contaban tanto Estrada como Zapata tenían más de ideológico que de político. Sus electores no eran militantes y, entonces, se desencantaron en iguales proporciones por el menjunje “Avancemos”.
Porque, dejémoslo claro, la enorme diferencia entre el oficialismo y sus perseguidores dejó a éstos en un estrecho margen entre sí. La fórmula de Miguel Nanni y Virginia Cornejo, que representó a Juntos por el Cambio, obtuvo poco más del 17% de los votos, mientras que Estrada-Zapata quedaron apenas encima del 16%.
Esa performance de Estrada y Zapata es catastrófica para ambos. Olmedo tenía un piso encima del 20% y el kirchnerismo salteño, en tiempos de liderazgo de Sergio Leavy y José Vilariño, también podía presumir de coquetear con un piso similar. Juntos cosecharon menos votos. Los grandes ganadores frente a esa catástrofe estratárquica fueron los referentes de Juntos por el Cambio, principalmente el radical Miguel Nanni, que sigue posicionándose como un nombre fuerte dentro de esa corriente.