Franco Hessling Herrera
Contra las reificaciones y marginaciones de las tendencias individualistas, utilitaristas y maximizadoras, las principales dimensiones de la vida social humana se construyen, debaten y gozan sólo en relación con los otros. Reivindicación del zoon politikon aristotélico.
Ocasionalmente vale la pena pausar la inercia y darse unos momentos para la reflexión puramente especulativa. Digamos, por caso, que conviene hacer ese ejercicio en tiempos donde ni el pensamiento ni el intelecto están bien vistos, donde sólo las ganancias, el éxito y el consumo son motivos de distinción generalizada.
Sin embargo, viene al caso la cavilación precisamente para analizar esa escala de valores y preguntarse, como disparador de ese soliloquio propuesto, al respecto de la construcción colectiva, la participación política y la aceptación del otro, de aquello otro que nos es distinto, pero que puede ser nuestro análogo e incluso nuestro homólogo.
Digamos que interrogarse por las formas de participación y construcción de lo colectivo en nuestras sociedades, situados en la Argentina contemporánea, implica un acto de sublimación consciente. Detenerse en lo abstracto de lo político para evadirse de los sinsabores que la política trae cotidianamente en hechos, decisiones y consecuencias muy concretas. Abjurar de lo palpable, sin resignarlo completamente, buscando que la reflexión no sea abstraída de la realidad, sólo que evite ponerle nombres y apellidos, citas y hechos puntuales. Sumergirse en lo colectivo, en tanto que lo político, sin detenerse en la coyuntura puntual de nuestra política. Un ejercicio tenso y contradictorio, mas no incoherente, una contradicción dialéctica que descansa en problematizar, antes bien, el polo ideal de esa dualidad.
Sin más galimatías, digamos que el asunto empieza por asumir la naturaleza social de los humanos. El lenguaje enrevesado y la fraseología sobrecargada no obedecen a barroquismo militante, sino, antes bien, como diría Kaufmann de Hegel, responden a una intención de provocar a los lectores empeñados en la profundidad de las ideas, aquellos que no se rinden ante lo rudo, a quienes lo difícil los acicatea. Esta elección enunciativa es un modo interesante de espantar lectores de poca monta, de los habituados a las lecturas barridas y los textos sobrios, ceñidos al sujeto-predicado, a las oraciones breves y a las ideas simples, cuando no, simplonas o, peor, simplificantes. Arabescos y densidad para que la lectura sea esforzada y convencida, pretendida, buscada, deseada. Para lectores tan tercos como lúcidos.
La naturaleza social del ser humano suena, con demasiada obviedad, al zoon politikon de Aristóteles, al que todos conocemos como el “animal político” o aquella trillada afirmación de docente de Filosofía del colegio: “El humano es naturalmente social”. Si tomamos esa idea como supuesto axiomático, que está fuera de objeción, las relaciones sociales son inherentes al ser humano, que se constituye como tal, que adquiere el estatus de humano completo, sólo cuando se vincula con otros. De allí derivan las construcciones supraindividuales, que son tan variadas como la familia, los clubes, los estados, las naciones, los grupos de amigos, los equipos de trabajo e incluso las relaciones interpersonales más cercanas. Volvamos al estagirita: la amistad.
En la amistad se encuentra la llave sagrada para establecer el vínculo obvio que los aristotélicos ven entre la ética y la política, y por qué esta última es una parte importante de los seres humanos. Lo social, en Aristóteles, no es sólo aquello que está por encima de lo individual, es aquello que nos devuelve a los intereses comunes, a lo colectivo como tal. El zoon politikon es ser social porque política, en Aristóteles, es socialización por excelencia. El fundador del liceo nos dirá que hay tres tipos de amistad: por utilidad, por placer y por virtud. Sólo esta última eleva a las personas al rango de sujetos éticamente conspicuos y, por lo tanto, dignos de habitar la sociedad y formar parte de sus decisiones -las deliberaciones sobre lo colectivo-.
La amistad es así el mayor reflejo del aspecto inherentemente social de los humanos porque es una forma de reflejarse, proyectarse y hasta mimetizarse, cuando no segregarse, a partir de la relación con un otro. Además, es una relación que se establece desde el compromiso y la intimidad, tomando la idea del amor que se expresaba como philia -ni eros ni ágape-, es decir, el vínculo con el otro por la felicidad de la existencia de aquel con quien construyo el lazo, sedimentado en la lealtad mutua que sostiene la relación. La amistad, el amor entendido como philia, es la expresión máxima de dos elementos del pensamiento aristotélico: la realización plena de la mayor virtud -la felicidad- y la condición naturalmente social de los humanos.
Si la mayor virtud a la que se puede aspirar es la eudaimonía -felicidad- y ello se consigue al máximo en philia, es decir, en la amistad que es un vínculo social, entonces, el sentido ético del estagirita conduce a la política en la comunidad organizada. Porque la amistad por virtud refleja esa lealtad con el bien común que se le impone a quienes forman parte de las decisiones colectivas. El bien común es una idea que se deriva de esa ética: la eudaimonía se realiza en relación con el otro y cuanto más compenetrado con esa socialización, más amplio el sentido de lo colectivo y, por lo tanto, de eso que nos compete a todos como ciudadanos, como miembros de una comunidad. ¿Cuál es la filosofía que impera actualmente? La opuesta: individualista, utilitarista y maximizadora. No es casualidad que los que “matematizan” la economía y la política se asienten tanto en la idea de los cálculos “marginales” (costos marginales, unidades marginales, ganancias marginales, etc.). Marginal, es obvio, es reificar, cosificar y abstraer, alejar lo político, lo económico y lo social de aquello que nos vuelve humanos, que, como hemos visto, es justamente nuestra relación con otros. La economía no son cuentas, si no “crematística”, riqueza en sociedad. Somos humanos por lo contrario a lo marginal, somos humanos por lo integral.

Mario Casalla
Franco Hessling Herrera
Antonio Marocco