12 05 hesslingFranco Hessling Herrera

Nuevas investigaciones sobre el planeta sub-neptuno que se encuentra a 120 años luz de la Tierra arrojan los esperados resultados desde la carrera espacial de la Guerra Fría, habría vida extraterrestre. ¿A cuánto estamos de encontrarnos con otra especie? ¿Podremos habitar otro planeta alguna vez?

Desde que la carrera espacial signó la Guerra Fría entre las superpotencias de la posguerra del siglo XX, una de las mayores obsesiones de la humanidad fue el espacio exterior. Alcanzarlo, conquistarlo, conocerlo y descubrir si hay o no vida en otro planeta.

Esto último ha dado lugar a posiciones radicales dentro de las que hasta se concitó un campo del saber, llamado ufología, que da por hecho que hay vida allende la Tierra. Cuanto acontecimiento relacionado con la abducción o la aparición de Objetos Voladores No Identificados (OVNI), es terreno de interés para los ufólogos y también para los aficionados de ese estudio.

La literatura no se ha privado de hacer sus propias especulaciones. Desde la novela El planeta de los simios de Boulle, luego llevada torpemente a la pantalla grande, hasta las Crónicas marcianas de Bradbury, la segunda parte del siglo XX de las letras recogió ese fetiche por aquel arcano que se encuentra en la órbita espacial, afuera del planeta, en aquello que para nuestras posibilidades se presenta, a priori, como lo desconocido. Durante la Guerra Fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética la obsesión era quién llegaba y dominaba primero aquella inmensidad, representada primero en la luna, pero extendida a todo el universo. En el fondo, además, lo que movilizaba la atención en esa carrera espacial era la incertidumbre sobre las vidas en otros planetas.

A niveles políticos, específicamente gubernamentales, se conoce incluso la afamada “Área 51”, en territorio estadounidense. En esa base militar no queda claro qué clase de operaciones se ejecutan, porque en su mayoría son confidenciales, pero a lo largo de los años se han difundido suficientes trascendidos al respecto de la orientación de las investigaciones de estado que se financian en ese sitio: la vida de extraterrestres, el contacto con otros mundos, las inferencias posibles a través de eventos que, a primera vista, resultaron inexplicables. Rumores han marcado, incluso, que en el Área 51 se han albergado especímenes marcianos y que se los ha sometido a estudios de toda clase, incluyendo intentos de establecer comunicación.

Hay una lógica que presenta el asunto como obvio, al menos por la contundencia de los indicios, pese a que no sobren las pruebas sobre vida en otros planetas. El universo es tan ingente y la humanidad apenas ha podido bucear por la Vía Láctea y algunos alrededores próximos, entonces, ¿cómo es posible que creamos que somos la única especie que se ha desarrollado? Ahora bien, hay otra lógica que pondría la hipótesis contraria con la misma fuerza, siempre sin reales evidencias: si hay otras formas de vida organizada en el universo, que es indudablemente inabarcable para nuestro propio conocimiento, ¿por qué nunca han intentado establecer contactos certeros o incluso invasiones imperiales a la Tierra?

Este año se conoció que hay señales contundentes de vida en otro planeta, que está fuera de la Vía Láctea. Se trata de una plaza ubicada a 120 años-luz de la Tierra, que ha sido denominada como “K2-18b” y que viene siendo estudiada de cerca por astrónomos de diversas partes del mundo. No es la primera vez que se detectan indicios que harían habitables a otros planetas, como el metano en Marte o las nubes de fosfina en Venus, que luego se revelaron como insuficientes para el desarrollo de formas de vida organizadas como las que emularían a la civilización humana. Ocurre que esa fijación por resolver si hay vida en otro planeta la hemos reducido a una vida antropomórfica o civilizada bajo nuestros parámetros humanos de civilidad. Pero, la vida es un resultado biológico harto complejo y siempre sujeto a mutaciones de acuerdo con las circunstancias.

Los recientes hallazgos de científicos de la Universidad de Cambridge en K2-18b dan cuenta de que hay vida en ese otro planeta y de que los indicios para asentamientos de poblaciones biológicas que lo habiten son contundentes. Las conclusiones se derivan de la abundante presencia de una molécula que sólo está asociada con un factor conocido para nuestros ecosistemas: las algas marinas. El K2-18b está dentro del grupo de los planetas conocidos como “sub-neptunos”, específicamente los llamados “hydrocean”, un anglicismo acuñado en los últimos años para destacar aquellos que cuentan con océanos de hidrógeno -grandes cantidades-. Todos los “hydrocean” se encuentran fuera del sistema solar. Las deducciones químicas se generan a través de un ejercicio de astrofísica óptica, tomando como referencia los cambios de color que emite el planeta observado desde telescopios al cruzarse con estrellas. Dados los colores que se han detectado, se infiere que allí hay sulfuro de dimetilo. En nuestro planeta, la única fuente que genera esa molécula es la vida de las algas marinas. ¿Cuántas otras formas de vida posibles habrá en el universo? ¿Alguna vez podremos habitar otros planetas?