12 01 medranoJosefina Medrano

Era un día de invierno y, como todas las mañanas, llegaba a mi servicio de pediatría para comenzar la tarea, pero esta vez con un tesoro bajo el brazo. Crucé la puerta del office médico sonriente, saludé a mis colegas y les pedí un ratito de su atención. Atención que, a veces, lleva tiempo lograr, ya que la mayoría somos mujeres y hablar todas en simultáneo es una gran virtud que tenemos.

Con orgullo alcé, cual trofeo, un libro viejo con su tapa ajada y hojas amarillas que heredé de una gran colega, la renombrada pediatra salteña Dra. Margarita Cornejo San Millán. Con voz seria les dije: “Traje este libro de Semiología Pediátrica que deberá ser como una biblia en nuestro ejercicio diario”.

Imaginen ustedes: la mayoría de ellas son 10 años menores que yo y, con solo mirar sus caras, entendí el desconcierto frente a esta gran presentación. Un poco más erguida tomé de nuevo la palabra: “La semiología es lo que les va a permitir leer y comprender a nuestros pacientes a través de los signos que presenten y los síntomas que manifiesten. Este será el primer paso en el proceso de diagnóstico. Síntomas que nunca deberán, en la consulta, subestimar o desmerecer, ya que el cuerpo habla”.

La semiología o semiótica, es por definición la disciplina que se encarga del estudio de los signos. Un signo es cualquier cosa que comunique un mensaje para ser interpretado.

Días pasados, el sistema de salud provincial vivió varios días de tensión. El disparador fue la rescisión del convenio del Instituto Provincial de Salud (IPS) con el Círculo Médico, que nuclea a casi 1800 médicos de distintas especialidades. Situación que merece, por lo menos de mi parte, una expresión al respecto. Son varios los motivos que me movilizan: primero, la gente que es afiliada cautiva del IPS; segundo, por ser parte del sistema en distintos roles: como prestadora de pediatría, como afiliada al Círculo Médico, al Colegio Médico y a la sociedad científica; y, por último, por mi interés en la gestión de los sistemas de salud.

Los actores fueron varios en esta historia:

1) Las personas afiliadas al IPS. Angustiadas y desbordadas por la incertidumbre frente a la falta de atención. Con miedo a quedar sin cobertura y no saber cómo continuarán sus tratamientos. Pánico a enfermarse mientras dure el conflicto. Temor por tener que pagar eventuales urgencias y no poder afrontar el gasto. Un sentimiento de vulnerabilidad, sobre todo en adultos mayores y niños. Y cuántas cosas más que aumentan la desconfianza en la obra social de la cual son cautivos.

2) El IPS, con una desorganización en sus circuitos administrativos y de control. Con pagos muy demorados. Ceguera financiera, con capacidad limitada para anticipar deudas y proyectar el gasto. Con una falencia en la gestión interna que no llega al diálogo oportuno, que toma decisiones contradictorias —como recordarán, la de dejar al adulto mayor sin cobertura—. Reacciones tardías, respuestas de último momento y sin planificación ni estrategia. Y pérdida de confianza de afiliados y prestadores. Síntomas claros de una gestión colapsada.

3) Un Círculo Médico permisivo frente a deudas abultadas y de larga data que perjudican a sus representados. Con falta de una estrategia de negociación anticipatoria, sino más bien reactiva. Con dificultad para el diálogo y con débil capacidad para ordenar posiciones o sostener acuerdos.

4) Nosotros, los médicos, con cansancio profesional frente a la incertidumbre financiera y económica (meses sin cobrar, semanas sin trabajar). Con una tensión emocional por cortar servicios y perjudicar a los pacientes. Desmotivados por la pérdida de confianza en que el sistema pueda mejorar y preocupados por el respaldo gremial.

5) Un Ministerio de Salud con desorientación funcional, que no logra coordinar ni articular al ente autárquico de su dependencia, a pesar de estar intervenido. Afásico, con dificultad para comunicar y para conducir o explicar procesos críticos. Arreactivo frente a alertas tempranas. Y, lo más preocupante, dependiente del accionar del Gobernador para la resolución de temas propios de su cartera.

Es seguro que, si a un paciente le viéramos todos estos síntomas, sabríamos que necesita atención casi urgente. Pero este paciente pareciera no tener un médico a su lado o no haber realizado la consulta. Porque, al hacer una buena interpretación de los sígnos, deja a la vista su estado débil, con varias preguntas y conclusiones que pueden, dependiendo de cómo se miren, incomodar o contribuir a la mejora de su situación.

¿Existe alguien realmente pensando estratégicamente en la salud de las personas y en el sistema de salud de la provincia?

¿Dónde están aquellos que deben interpretar los síntomas de un sistema gravemente enfermo? ¿Anticiparse, plantear soluciones sostenibles que eviten resoluciones de emergencia frente al impacto político? Resoluciones que, en este contexto, no reparan del todo el daño ya causado y terminan siendo mucho más costosas.

Porque cuando se interviene una institución autárquica que depende directamente del ministro de Salud en la estructura organizacional ejecutiva provincial, y luego se debe salir a conformar una comisión para el diálogo y resolución de un conflicto con actores ajenos al sistema de salud —como el ministro de Infraestructura y el síndico de la provincia—, da para pensar que algo no está bien.

Tener cientos de afiliados, muchos de ellos enfermos, angustiados por un destino errático de su salud, no tiene excusas ni explicaciones lógicas ni suficientes. Esto seguramente tiene un impacto social y político altísimo, difícil de revertir rápidamente.

Porque, cuando un gobernador tiene que involucrarse personalmente en la resolución de conflictos técnicos, debemos interpretar que los organismos intermedios no funcionan y no están al nivel de las necesidades.

Y, como les dijera a mis colegas, “no subestimen o desmerezcan los signos que el cuerpo nos da”. Es aquí, en este conflicto entre el IPS, el Círculo Médico y el resto de los actores, donde podríamos, queridos lectores, sin ser grandes semiólogos, presumir un diagnóstico para nuestro sistema de salud.

Un sistema severamente enfermo, que impresiona por no tener una política sanitaria clara, con una conducción errática por parte de la cartera de Salud, con soluciones que llegan tarde y tienen un alto costo, tanto económico como político. A lo que se suma un impacto angustiante y desgastador en los afiliados y en los profesionales.

En consecuencia, pareciera un buen momento para replantear el modelo de gestión sanitaria y recuperar la conducción política que el sistema necesita. Porque, sin un manejo adecuado, no hay política sanitaria posible y seguiremos apenas sobreviviendo entre crisis.

Es por eso que se deben construir soluciones ciertas y sustentables para alcanzar la salud que merecemos todos los salteños.