Josefina Medrano
Hace un tiempo que quería escribir algo sobre ella. La soledad.
Soledad que he sentido en varios momentos de mi vida. Algunos momentos poco importantes y otros muy trascendentes, como en aquellos días de incertidumbre de 2020 cuando transcurríamos la pandemia por Covid 19. Sentada en mi despacho, al anochecer me quedaba sola, porque todos ya se habían ido, analizando temas y tomando las mejores decisiones posibles.
En un espacio de reflexión y concentración que de alguna manera me ayudaba a ordenar los pensamientos y priorizar los asuntos dentro de esta dinámica avasalladora que tiene la salud en si misma, y ni les digo en aquellos tiempos. Viviendo a flor de piel la soledad del mando. Soledad que bien gestionada resultó ser una herramienta fundamental para traer claridad a muchas situaciones.
La soledad por definición es una experiencia subjetiva: no depende únicamente de estar físicamente solo, sino de sentir que las conexiones sociales que tenemos no son suficientes, no son de calidad o no responden a nuestras necesidades emocionales.
De cómo la gestionamos es cómo impacta en nuestras vidas y en nuestro estado de salud tanto físico como mental. Cuando este sentimiento comienza a sostenerse en el tiempo de manera constante, y nos empieza a afectar la vida diaria, se trasforma en un gran enemigo para la salud. Sentimientos de tristeza, ansiedad y baja autoestima que nos llevan a un aislamiento progresivo con pérdida de hábitos y riesgo elevado de caer en un consumo problemático, son alguno de los principales síntomas para pensar en la presencia de la soledad crónica.
La Organización Mundial de la Salud declara a la Soledad Crónica como un problema de salud pública que afecta a todas la edades y regiones. Con impacto principalmente en los adultos mayores quienes van perdiendo sus redes, sus vínculos y su autonomía. Y en los jóvenes, aunque cueste creerlo, por la hiperconexión digital de estos tiempos y la perdida de vínculos significativos.
Se la considera una amenaza en franco crecimiento para el bienestar global, con un impacto directo en la salud de las personas, aumentando entre 26% y 45% el riesgo de muerte prematura. Como así también un determinante social “emergente” como la pobreza, la educación y el ambiente que necesita atención urgente.
El tema es seriamente preocupante, no únicamente por las estadísticas que marca la OMS, sino por lo que estamos viendo en estos tiempos. Mucha gente se siente sola y otras tantas forman parte de estas nuevas formas de organización laboral (trabajo remoto) y social que los lleva a estar solos sin ser una libre elección. Sino que son consecuencia de estos nuevos ritmos de vida, que muchas veces sin darnos cuenta, son altamente perjudiciales. Muchos adultos jóvenes hoy optan por no tener vínculos formales, no tener hijos, priorizando las relaciones virtuales y apoyándose en las mascotas como forma de compañía. Sin juzgar estas elecciones debemos estar atentos al impacto que puedan tener sobre la desconexión y el aislamiento principalmente.
La tecnología, muchas veces, interfiere de manera significativa en el mantenimiento de las redes sociales que en muchos están bastante inconsistentes. Redes que es muy difícil recuperar una vez que se pierden. Siendo esta ruptura del vínculo social uno de los determinantes primarios en la aparición de la soledad crónica. A lo que por supuesto hay que agregarle las personalidades de cada uno y la capacidad de autoconexion.
Así como comentara en la columna de salud digital de hace unas semanas, más allá de la tecnología y sus bondades, los vínculos siguen siendo un bien preciado que no debemos perder y menos en el sistema de salud. Escuchar al otro, acompañarlo, darle acceso humanizado a la salud son cuestiones de relaciones que no podrán ser nunca reemplazadas por la tecnología. Los individuos sobre todo los adultos mayores necesitan no sentirse excluidos, ser escuchados, sentirse útiles y estar distraídos y siempre con la ilusión prendida en su corazón.
A mí, a veces, me gusta estar sola. En esa “soledad buena”, que es una elección, donde me tomo mi tiempo para pensar poniendo cosas en claro, plantear objetivos nuevos y procesar situaciones. En esta época del año de análisis ineludible donde calmar los ánimos es imperioso, bajar los estímulos externos y entrar en esa calma necesaria que me permita regular mis emociones después de este año tan triste para mí. Aprendiendo que esta emoción debe sumar a nuestras vidas y no transformarse en una amenaza que termine enfermándonos.
No sé qué les pasa a Uds., pero gestionar la soledad de manera adecuada es un ejercicio que debemos practicar para no caer en este nuevo problema de salud, ”la soledad crónica”, que nos acecha a pasos agigantados.

Antonio Marocco
Franco Hessling Herrera