Mario Casalla
(Especial para Punto Uno)
Cuando esta columna esté en sus manos amigo lector, faltarán exactamente siete días para que tengan lugar las elecciones parlamentarias de legisladores nacionales. La polarización principal está dada, al momento, entre las listas de “Fuerza Patria” y “La Libertad Avanza” con las diversas colaterales que las circundan.
En medio de una crisis económica inocultable, el actual oficialismo optó para resolverla recurriendo al gobierno de los EEUU, embretando así al país en una posición que afecta gravemente nuestra soberanía nacional. El sincretismo Trump/Milei dio por resultado la injerencia directa de los norteamericanos en el gobierno de nuestro país, lo cual sorprendió a propios y extraños. Por esto me parece oportuno recurrir un poco a nuestra propia historia.
Permítaseme recordar una fecha –también de octubre- en que el gobierno de facto surgido de la revolución cívico-militar de septiembre de 1955, creó una curiosa “Junta Consultiva Nacional”. Más precisamente fue el 28 de octubre de 1955 cuando, por decreto del Gobierno de facto autodenominado “Revolución Libertadora”, se crea la Junta Consultiva Nacional como organismo asesor del entonces presidente, general Eduardo Lonardi.
Fue puesta bajo la conducción del vicepresidente, almirante Isaac Francisco Rojas, e inició sus sesiones el 10 de noviembre. Duró hasta el 1° de mayo de 1958, en que Arturo Frondizi asume la presidencia de la Nación. Estaba integrada por todos los partidos políticos, menos el peronismo y el comunismo.
Adíos a los tibios
El acto del inicio de sesiones de la flamante Junta Consultiva fue impresionante. Un salón del Congreso Nacional abarrotado por más de trescientos invitados especiales, el célebre óleo de la Asamblea General Constituyente de 1853 presidiendo la ceremonia y la pequeña pero célebre figura del almirante Isaac Francisco Rojas quien, en uniforme de gala, monitoreaba para que todo saliese con la perfección y limpieza de una cubierta de buque recién baldeada. Es que era el héroe de las jornadas ”heroicas” de septiembre, el que se había jugado a fondo contra el llamado “tirano depuesto”. Rojas, como jefe de la flota de mar, amenazó con bombardear los depósitos de gas y de petróleo costeros a la altura de Mar del Plata si hacía falta para que Perón renunciase; al que no le tembló la mano para mandar la Aviación Naval a bombardear la plaza de Mayo y matarlo si fuera posible. En fin, el campeón visible del antiperonismo, ya enfrentado al “tibio” General Lonardi y a un Ejército en el que el peronismo seguía teniendo leales.
Por suerte para él, el día anterior (9 de septiembre de 1955) el apriete al presidente había dado resultado y el general Arturo Osorio Arana –otro duro de ley- asumía el Ministerio de Ejército en reemplazo de Justo León Bengoa. Así el ala “gorila” del Ejército empezaba a triunfar sobre los denominados “nacionalistas” y el propio general Lonardi sería relevado del poder tres días más tarde para instalar allí a otro duro: el general Pedro E. Aramburu, al que tampoco le temblaría la mano para fusilar militares y civiles peronistas en el alzamiento del 9 de junio de 1956.
Veintisiete fusilados por derecha en el patio de la Penitenciaria Nacional y en la Unidad Regional Lanús (entre ellos sus camaradas de armas Valle y Cogorno), y otro montón de civiles por izquierda en los basurales de José L. Suárez. Fusilamientos que esa Junta Consultiva Nacional convalidaría también sin chistar. Es que se había acabado la “leche de la clemencia” y llegaba la hora de darles su merecido.
El “espíritu de Mayo” que ya había triunfado sobre Rosas, volvía ahora para imponerse sobre Perón. Por eso la repetición por parte del general Lonardi de la consigna “Ni vencedores ni vencidos”, aquella con la que Urquiza entró a Buenos Aires, les sonó tan mal como en su momento lo fue para Mitre o Sarmiento. ¡Habría vencedores, vencidos y escarmiento, a no dudarlo!
El componente civil
Para eso estaban allí reunidos todos los partidos políticos que no habían colaborado con la tiranía y bien pronto se enteraría el resto del pueblo que escuchaba la sesión por radio. Con la solemnidad del caso, fueron entrando al Congreso Nacional una a una las delegaciones de los seis partidos políticos que integrarían la flamante Junta Consultiva Nacional.
Vale la pena recordar sus nombres. Por la Unión Cívica Radical pasaron a la mesa central, Oscar Alende, Juan Gauna, Oscar López Serrot y Miguel Ángel Zavala Ortiz (este último copiloto en uno de los aviones que bombardeó la Plaza de Mayo y posteriormente canciller en el gobierno del Dr. Arturo Illia). Por el Partido Socialista se sentaron Alicia Moreau de Justo, Ramón Muñiz, Nicolás Repetto y Américo Ghioldi (a quién Perón desde su exilio bautizaría “Norteamérico” Ghioldi, el mismo que más tarde fuera embajador de la dictadura militar del ‘76).
El Partido Demócrata Nacional (el viejo e histórico partido conservador) integró su delegación con José Aguirre Cámara, Rodolfo Coromina Segura, Adolfo Mugica y Reinaldo Pastor. Al flamante Partido Demócrata Cristiano se le asignaron dos representantes: Rodolfo Martínez y Manuel Ordóñez (reconociéndose así su activa participación en los “comandos civiles” y la excomunión de Perón por parte de la Iglesia Católica).
El Partido Demócrata Progresista también tuvo cuatro representantes: Juan José Díaz Arana, Luciano Molinas, Julio Argentino Noble y Horacio Thedy. Y la pequeña Unión Federal (nacionalista) sumó otro par: Enrique Arrioti y Horacio Storni.
Realmente era un prejuicio inexplicable haber dejado afuera al Partido Comunista: su prédica antiperonista había sido tan valiente como la que más, por eso dicen que el enojo de don Vittorio Codovilla fue notorio. Además, habían caminado juntos en la coqueta plaza San Martín (durante la Marcha por la Libertad y la Democracia) y en 1945 habían aportado al acto del Luna Park (donde se proclamó la fórmula Tamborini-Mosca que competiría con la de Perón-Quijano) el retrato de Stalin, que acompaño desde el palco al de Roosevelt y Churchill.
La exclusión del peronismo era acaso la única justificable, porque contra ellos era la cosa y sin medias tintas.
Al peronismo, ni justicia
La edición del diario socialista La Época del mismo día en que asumió la Junta Consultiva, lo decía bien clarito: “Vamos a hacer la Revolución Libertadora desde el gobierno, con el gobierno, sin el gobierno o contra el gobierno” (Luis Pandra). Y ya se sabe que quería decir para toda esa buena gente “hacer la revolución libertadora”: derrocar a Lonardi y sus tibios (tres días después); al mes siguiente, intervenir la CGT, derogar la legislación obrera y disolver el Partido Peronista; aprobar la derogación de la Constitución Nacional de 1949 por un simple decreto del Poder Ejecutivo (27 de abril de 1956); aprobar los fusilamientos de peronistas sin juicio previo, en la asonada del 9 de junio de 1956; intervenir las universidades nacionales y expulsar en masa a los profesores “adictos al régimen depuesto” (con el aplauso juvenil y democrático de la FUA y la FUBA, conducida por los mismos partidos que integraban la Junta Consultiva Nacional y repitiendo así el gesto que ya habían tenido en 1930, con la caída de Hipólito Yrigoyen). En fin, que los muchachos “consultivos” no se privaron de casi nada. ¿O acaso, no se había acabado la leche de la clemencia?
Los consultivos salteños
En Salta el Gobierno nacional designa Interventor Federal al coronel Julio R. Lobo y éste confía la Secretaría General de la Gobernación a Holver Martínez Borelli y la Intendencia de la Capital a Carlos Saravia Cornejo. Seguidamente y siguiendo el ejemplo del gobierno nacional, el coronel Lobo designa su propia Juan Consultiva.
En representación del Radicalismo salteño asumen como Consultivos: Miguel Ramos, José María Saravia, Danilo Bonari y Bernardino Biella. El Partido Demócrata estará representado por Martín Orozco, Ernesto Teodoro Becker, Raúl Fiore Moulés y Ricardo Figueroa Linares; la Democracia Cristiana aportará a Agustín Pérez Alsina y Ramón Jorge.
Sin embargo, el pueblo llano no se amilanaría fácilmente: en las elecciones de convencionales constituyentes para reformar otra vez la Constitución Nacional (28 de julio de 1957), el voto en blanco superó a todos los partidos políticos. Cuando se terminaron de contar, aparecieron 2.115.861 razones para seguir inquietos. Es que a pesar de haber instalado la asignatura “Educación Democrática” en las escuelas y ya depuesto el tirano, las cabecitas negras se resistían a pensar en blanco. Porque como años más tarde escribiera don Leopoldo Marechal: “a veces las deposiciones no pasan del significado médico-fisiológico que tiene esa palabra”.