09 14 casallaMario Casalla
(Especial para Punto Uno)

Se veía venir, pero pocos estaban del todo seguros. Esta vez sí que ocurrió y el pueblo “hizo tronar el escarmiento”. En la Provincia de Buenos Aires, donde viven casi 18 millones de personas de los 47 que habitan la República Argentina, el gobierno de Javier Milei recibió un sonoro cachetazo electoral: perdió por más de 14 puntos de ventaja y cuando ocurra el recuento definitivo esa suma puede incluso crecer.

La victoria fue del peronismo que agrupado en una sola lista denominada “Fuerza Patria”, ganó estas elecciones distritales de septiembre y se encuentra con el envión político necesario para ganar las nacionales de octubre próximo.

La noche del domingo pasado, en medio de un bunker casi desierto y con caras largas arriba del escenario, subió Milei con un papel ya escrito donde comenzó por admitir la derrota (aunque no se comunicó con su adversario Axel Kiciloff) para rápidamente contradecirse y vociferar que el programa económico de ajuste, el no pago a las provincias de aquello que legalmente les corresponde, la suspensión de la obra pública, seguiría igual. Es decir, el famoso teorema de Lampedussa pero al revés: no cambiar nada, para que todo siga igual.

 

Un poco de sensatez racional

Me parece que vale aquí la pena traer a la memoria al recientemente fallecido papa Francisco, quien con mayor precisión escribe en el punto 20 de su encíclica “Evangelium Gaudium (en adelante EG) señala: “En cada nación, los habitantes desarrollan la dimensión social como ciudadanos responsables en el seno de un Pueblo, no como masa arrastrada por las fuerzas dominantes (…) porque convertirse en Pueblo es todavía más, y requiere un proceso constante en el cual cada nueva generación se ve involucrada. Es un trabajo arduo y lento que exige querer integrarse y aprender a hacerlo hasta desarrollar una cultura del encuentro en una pluriforme armonía”.

Notemos la expresión típica suya: “cultura del encuentro”. Ya como Provincial de los jesuitas, Bergoglio enunció y luego como arzobispo de Buenos Aires explicó más detalladamente, las prioridades de gobierno conducentes al bien común, a saber: 1°) la superioridad del todo sobre las partes (siendo éste más que la mera suma de las partes); 2°) de la realidad sobre la idea; 3°) de la unidad sobre el conflicto y 4°) la del tiempo sobre el espacio.

Según me contó cierta vez Juan Carlos Scannone S.J se dice que están inspiradas en la carta que Juan Manuel de Rosas (entonces gobernador de Buenos Aires) le envió a Facundo Quiroga (gobernador de La Rioja) sobre la organización nacional argentina. Esta carta fue escrita desde la hacienda de Figueroa en San Andrés de Giles, el 20 de diciembre de 1834. En ella Rosas lo incita a que “desconfíe de los lomos negros que todo lo quieren arreglar con un librito”. Más tarde -ya como papa- Francisco introdujo las dos última prioridades en la encíclica a cuatro manos (escrita con Ratzinger, su antecesor) “Lumen Fidei” (55 y 57). Finalmente las desarrolla y articula en EG 217-237, presentándolas como un aporte desde el pensamiento social cristiano “para la construcción de un pueblo” (en primer lugar, de los pueblos del mundo, pero también del Pueblo de Dios). Pero volvamos ahora sobre estos cuatro principios para una buena política, que Milei no sólo ignora de medio a medio, sino que además ha llamado a Francisco el “maléfico” y se atribuye a sí mismo estar inspirado por “las fuerzas del cielo”.

 

Los cuatro principios para una buena politica

En primer lugar, la exhortación comienza con la prioridad del tiempo sobre el espacio. Pues se trata más de iniciar “procesos que construyan pueblo” más que de ocupar espacios de poder y/o posesión (de territorios o riquezas). Se trataba allí del sentir espiritual del tiempo propicio para la recta decisión, sea ésta existencial, interpersonal, pastoral, social o política. Por su parte, Bergoglio, como buen jesuita que era, participaba de ese carisma del necesario “discernimiento” tanto en teología como en la política práctica.

A pesar de todo, no deja fuera al espacio, sino que lo considera a partir del tiempo. Así corona sus consideraciones diciendo: “el tiempo rige los espacios, los ilumina y los transforma en eslabones de una cadena en constante crecimiento, sin caminos de retorno”. En segundo lugar, veamos esto de unidad plural y conflicto. La teología del pueblo, pensaba a éste desde la unidad, pero reconocía la realidad del antipueblo, del conflicto y de la lucha por la justicia. También en este punto hay en el pensamiento del papa Francisco no sólo un influjo inteligentemente recibido, sino una profundización evangélica y teológica, en tanto afirma que no se pueden ignorar los conflictos, pero tampoco quedar atrapados en ellos o hacerlos la clave del progreso. Por lo contrario, se trata de “aceptar sufrir el conflicto, resolverlo y transformarlo en el eslabón de un nuevo proceso. ‘Felices los que trabajan por la paz!’ (Mt 5, 9)” (EG 227), no en la paz de los cementerios, sino la de la “comunión en las diferencias, un ámbito viviente donde los conflictos, las tensiones y los opuestos pueden alcanzar una unidad pluriforme que engendra nueva vida” (ib. 228), “un pacto cultural”, “una ‘diversidad reconciliada’” (ib. 230). Pues “no es apostar por un sincretismo ni por la absorción de uno en el otro, sino por la resolución en un plano superior que conserva en sí las virtualidades valiosas de las polaridades en pugna”.

Recuerdo muy bien que Bergoglio deseaba hacer su tesis doctoral sobre Romano Guardini. Consultó sus archivos y se dedicó a su comprensión del dinamismo dialéctico (no en el sentido propiamente hegeliano) de los contrarios para aplicarla a la praxis y a la historia concretas. Allí está el fundamento último de su propiciada “cultura del encuentro”, en la no ignorancia de la realidad del conflicto.

Por varios años tuve la suerte de conversar de filosofía con él en el Colegio Máximo de San Miguel (provincia de Buenos Aires) donde yo dictaba los jueves a la mañana una cátedra de “Historia de la filosofía latinoamericana”. En tercer lugar, reparemos en eso de que “la realidad es superior a la idea”. También entre éstas existe una tensión bipolar pues la segunda está en función de la primera, sin separarse de ella, para evitar el peligro de manipularla. ”Hay que pasar del nominalismo formal a la objetividad armoniosa” afirma el papa. Según él, ese “criterio hace a la encarnación de la palabra y a su puesta en práctica”, pues -añade- “no poner en práctica, no llevar a la realidad la palabra, es edificar sobre arena, permanecer en la pura idea y degenerar en intimismos y gnosticismos que no dan fruto, que esterilizan su dinamismo”.

No veo una conexión inmediata entre esta prioridad y la teología del pueblo -como en los casos anteriores-, a no ser en la crítica que ésta hace a las ideologías, tanto de cuño liberal como marxista, y en su búsqueda de categorías hermenéuticas a partir de la realidad histórica latinoamericana, sobre todo, de los pobres. En esto la filosofía de la liberación, no le era ajena.

Por último, tenemos eso de la superioridad del todo sobre las partes y la suma de las partes. El Papa conecta este principio con la tensión entre globalización y localización (cf. EG 234). En cuanto a esta última, ella converge con el arraigo histórico-cultural de la realidad situada social y hermenéuticamente en América Latina y en Argentina; y con su énfasis en la encarnación del Evangelio, de suyo transcultural, inculturándolo en el catolicismo popular. También en este punto, Bergoglio avanza hacia una síntesis superior que no borra las tensiones, sino que las comprende, vivifica, hace fecundas y las abre al futuro. Pues, como ya señalamos, para él “el modelo no es la esfera, que no es superior a las partes, donde cada punto es equidistante del centro y no hay diferencias entre unos y otros. El modelo es el poliedro, que refleja las confluencias de todas las parcialidades que en él conservan su originalidad”. Y, casi enseguida, añade: “Es la conjunción de los pueblos que, en el orden universal, conservan su propia peculiaridad; es la totalidad de las personas en una sociedad que busca un bien común que verdaderamente incorpora a todos” (EG 236).

Por supuesto que ninguna de estas cosas rozan en lo más mínimo la cabeza de Milei, su hermana Karina, ni ninguno de los que lo rodean. La motosierra, el carajeo constante y el desprecio por aquellos que no piensan igual que yo, no tienen nada que ver con eso de hacer política en serio.