08 07 hesslingFranco Hessling Herrera

La compañía fundada por Gates aprovechará desechos orgánicos para obtener créditos ambientales y atemperar el impacto contaminante. Serán una especie de rey Midas convirtiendo la mierda en oro. A propósito, dos tópicos: el cambio climático inocultable y la ética corporativa.

El título de este artículo es una versión criolla de un título para enganchar lectores que utilizó el micrositio ambiental del portal informativo The Independent hace algunas semanas. Allí se dio a conocer el último giro empresarial de la compañía fundada por Bill Gates en los tan recuperados últimamente años 90.

Microsoft anunció la compra de la friolera de 4,9 millones de toneladas de desechos orgánicos (llamado técnicamente “dióxido de carbono duradero”) a la compañía Vaulted Deep. La operatoria con esa ingente cantidad de desechos que acaba de comprar la big tech comenzará desde el año próximo, aunque en estos momentos ya se han hecho algunos ensayos de la manera de capitalizar la caca -entre otra clase de basura-.

El esquema es el siguiente: Vaulted Deep se ocupa de remover lodos contaminantes en la superficie planetaria y depositarlos varios metros más abajo, donde su impacto ambiental no sólo se evapora sino que hasta resulta positivo, sin por ello poner en riesgo las napas acuíferas -al menos eso es lo que aducen desde la empresa-. Con ello, las firmas como Microsoft que la contratan, pagan por cada kilogramo que la empresa retira de los espacios donde son contaminantes y se ocupa de enterrar en las profundidades del planeta. Las compañías que se sirven de esos servicios de Vaulted Deep reciben créditos ambientales que pueden ser usados tanto para contrapesar su huella ecológica como para exenciones fiscales.

Puede sonar paradójico, entonces, y es en cierta forma reduccionista, pero no es un engaño decir que Microsoft se volcó a una jugada en la que usará heces, caca, mierda, aca, para hacer todavía más rentable su negocio. El éxito total del capitalismo, considerarán los más afectos a hacerle palmas a ese modelo de vida humana: hacer dinero hasta de la mierda. Como si se tratara de la mejor versión del rey Midas, ambicioso y avaro a más no poder, en este caso todo lo que se puede mercantilizar se vuelve oro para quienes piensan que la totalidad de la vida humana puede explicarse en clave de utilidades, pérdidas, devengamientos y amortizaciones. Son los mismos que creen, por eso mismo, que discapacitados y jubilados, por ejemplo, son lastres que conviene ir sacándose de encima, pues nada producen y sólo insumen gastos que afectan las cuentas macroeconómicas, cual degenerados fiscales.

Ahora bien, la noticia sobre la decisión de Microsoft de comprar desechos orgánicos y contratar una empresa que los gestiona para recibir créditos verdes conduce a otros dos aspectos que no deben perderse de vista. Por una parte, y probablemente lo más evidente, la cuestión ambiental en un contexto donde muchos gobiernos de la derecha desembozada -Milei y Trump a la cabeza, pero también expresiones algo más moderadas en este punto como Meloni, Orban y Bukele- niegan la veracidad del cambio climático. Ya hemos analizado que los hay negacionistas, los más dogmáticos, y también “retardistas” y “obstruccionistas”, variantes que no niegan el fenómeno pero se lo atribuyen a causas naturales o bien se consuelan en que los efectos no son ni tan graves ni tan alarmantes.

No hay que irse muy lejos, basta con revisar lo ocurrido en las últimas dos semanas, donde se observaron eventos climáticos extremos causados por el cambio climático como las inundaciones en Texas y New York, con muertes incluidas -porque sin fatalismo no hay emergencia- y los incendios forestales en España y Portugal, sin dejar de mencionar las olas de calor fulminantes en otros lugares del viejo continente. Los efectos sobre las consecuencias que la actividad humana está causando en el planeta son indudables y la aceleración con que se vienen precipitando se supera año a año. No hace falta ser un bendecido por fuerzas divinas, del cielo o del suelo, para concatenar dos hechos en un juicio que las relacione: eventos climáticos extremos cada vez más frecuentes, por un lado, y consecuencias de la cada vez mayor matriz contaminante del modo de vida humano capitalista, por otro.

Una segunda observación a partir de la noticia de Microsoft está vinculada con las políticas de Responsabilidad Social Empresarial y la ética de las corporaciones. A simple vista alguien podría decir que lo que hace la big tech es excelente, no sólo se granjea más ganancias convirtiendo la mierda en oro sino que además hace un bien ambiental. Esa consecuencia es indiscutible, al menos si se confía en lo que aseveran los expertos que ofrecen el paquete, la empresa Vaulted Deep. Desde la ética utilitarista y consecuencialista, el obrar de Gates y sus socios es estupendo, digno de honra y merecedor de encomio.

Sin embargo, desde una ética formal, idealista y deontológica, lo que realiza Microsoft es una actitud éticamente reprochable. ¿Por qué esperó a recibir algún “incentivo” para ocuparse de los daños ambientales que causaba? En términos de Kant, la compañía de Gates estaría actuando “de acuerdo” con el deber y no “por” deber. Es decir, no importa que lo que está haciendo traiga buenas consecuencias, importa que lo hace porque está obligada a hacerlo y no porque tiene la convicción. En otras palabras, cuando no haya incentivos, Microsoft podría dejar de ocuparse de mitigar su huella ecológica, igual que Mark Zuckbenberg pasó de inhibir la circulación de información falsa como política de su firma Meta a aceptarla por completo, sin el más mínimo cuidado del bien público que representa la información. Cambió el sentido de época, cambió la consecuencia posible, cambió la posición. Como socarronamente habría dicho Marx, Groucho Marx, “estos son mis principios, pero si no le gustan tengo otros”.