Por Abel Cornejo
La decisión del presidente Javier Milei de ser él quien presente la ley de presupuestos generales de gastos del país ante las Cámaras legislativas se inscribe en la lógica disruptiva que mantiene desde la campaña presidencial y que no es otra cosa que una mixtura entre extravagancia y provocación.
La práctica fue que el Ministerio de Economía girase a la Comisión de Presupuesto de Hacienda de la Cámara de Diputados de la Nación, que es a quien constitucionalmente le corresponde oficiar como cámara de origen para la sanción de la ley de presupuesto. Este tema es, ante todo, una discusión esencialmente técnica de cómo y en qué se gastará los fondos públicos, nada menos.
El presidente no parece haberse dado cuenta que, aunque todavía muy leve, inició una pendiente en la consideración pública, que trocó con indisimulada resignación, su preocupación por el índice mensual de inflación. Ahora la gente parecería que en forma desesperada intenta explicarse de qué modo se podrá detener el avance de la escasez y la pobreza que están haciendo estragos en la economía argentina y sobre las cuales no parece haber ningún plan a la vista. Escasez y pobreza están cambiando para siempre el paisaje social argentino y la angustia es el denominador común en la mayoría. Ya nadie salta y canta con el macabro estribillo de “no hay plata”, acaso porque a esta altura de la gestión ya esperaban ver alguna luz al final del túnel.
A su vez, el remanido argumento de la casta política como culpable de todos los males, comenzó a sucumbir de manera estruendosa cuando en el curso de estos nueve meses se ha visto que el presidente propuso a un juez que no debería ni siquiera ocupar esa función como miembro de la Corte Suprema; exacerbó los gastos para hacer inteligencia interna, los que afortunadamente dieron por tierra mediante la férrea oposición del Congreso; acumuló alimentos sin repartir hasta que llegaron casi a la fecha de vencimiento; suspendió la obra pública, sin reparar consecuencias; continuó con la emisión monetaria para sostener la aventura del déficit cero sin exponer un plan productivo; se deshizo en peleas internas que eyectó a más de cincuenta funcionarios, entre ellos al Jefe de Gabinete –su amigo de 20 años, luego defenestrado y humillado- y posteriormente tuvo una suerte de “guerra civil” legislativa que comenzó con Carolina Píparo, previo paso por el titular del bloque libertario Oscar Zago y finalmente con la diputada mendocina Lourdes Arrieta; a ello se le suma el enfrentamiento con la vicepresidenta Victoria Villarruel, con un arsenal de trolls que la vituperan sin cesar; más el enfriamiento al punto de ruptura con países que son los dos principales socios comerciales de la Argentina como España y Brasil y sobre todo el no haber conseguido fondos para poder levantar el cepo cambiario, medida que de tan pregonada, finalmente quedó suspendida.
En medio de todo eso, una batería de insultos y procacidades, fueron edificando una figura presidencial entre temeraria y patética. No es que lo de antes fue mejor, para nada. Sino que lo que tenemos genera pavor, dijo un avezado político ante la imagen que el gobierno proyecta sin desenfado.
El gobierno no se dio por enterado de la marcha universitaria de abril, ni de todos los esfuerzos que hizo durante todo este tiempo su cara más amable y efectiva que es Guillermo Francos. Hoy con fuertes rumores de abandonar la línea de fuego por cansancio, probablemente moral.
Francos tiene la firme convicción de que el diálogo es la vía, no el insulto. La opinión pública parece estar llegando a la misma conclusión. Sobre todo, después de los ataques persecutorios -ciertamente incompresibles como todo asedio- a figuras del espectáculo como Lali Espósito o periodistas de fuste como María O’Donnel.
Dicho sea de paso, la reimplantación del pensamiento único es otra característica de la actual administración. Desde esa suerte de Drácula como lo es el inefable vocero presidencial, a las agresiones constantes que sufre la prensa libre solamente por discrepar contra los berrinches y andanadas presidenciales.
Para el presidente, todo aquél o aquella que no piensen como él o le rinda pleitesía es un “ensobrado”. Cuando en realidad, hay una señal de cable que es su predilecta para hacer sus estrambóticas declaraciones, cuenta con un periodista que habla con los dientes apretados, haciendo profesión de fe, con una obsecuencia inusitada o directamente todos sus arrebatos se justifican bajo una mirada cómplice que espantaría hasta al propio Joseph Goebbels.
Así es que para la concepción actual del poder, quienes votaron en contra de los jubilados son un grupo de 87 héroes que merecen un asado. No sabemos qué más. Y los que se pronunciaron en contra merecen el mote de degenerados fiscales. Y si se aprueba un Decreto de necesidad de Urgencia que autoriza el gasto de cien mil millones de pesos para hacer inteligencia interna, no se afecta el déficit cero. En cambio, vuelve la depravación, si se trata de la ley de financiamiento de las universidades. Todo ello, parecería indicar una luz amarilla, porque si el principal sostén hasta ahora fue la opinión de la gente, ese apoyo parecería que comenzó a menguar y bastante.