abelcornejoPor Abel Cornejo

Últimamente, en los diferentes corrillos, mentideros políticos y también en los diálogos de la gente de a pie, se escuchan muchos interrogantes. ¿Qué se pregunta la gente? ¿Hay salida? ¿Se ve una luz al final del túnel? ¿Vamos bien?

Confiado en que, supuestamente, los números de las encuestas sobre satisfacción ciudadana están igualados en la imagen positiva con la negativa, más la ausencia absoluta de una oposición seria, articulada y con un programa alternativo, el gobierno luce mucho más relajado en cuanto a la necesidad de brindar resultados concretos.

Sigue incurso en peleas sin sentido, siguiendo la lógica marketinera de la nueva derecha; atacando a mansalva a adversarios inventados, aunque lastime en lo más íntimo a un antiguo aliado como Ricardo López Murphy, a quien ni siquiera se le envió un mensaje de condolencia por la muerte de su hija Analía, quien padeció una larga y dolorosa enfermedad. Es decir que la soberbia y la falta de humanidad, tiene primacía sobre cualquier actitud humanitaria que hubiese correspondido tener, ante semejante pérdida. Mientras tanto empiezan a existir certezas, a esta altura irrefutables.

El tan festejado triunfo ante la inflación, no se sabe cuál es el motivo que lo anima dado que a los argentinos de a pie cada vez les alcanza menos la plata. El dólar no ha parado de subir y la inflación en esa moneda es algo que el gobierno en forma ex profesa, no alude. Tarifas, medicamentos, alimentos constituyen un trípode que ha devastado el bolsillo de los argentinos.

Parecería no importarle tal situación al presidente, para quien insultar y vigilar, a través de un inmoderado aumento a los espías criollos, basta para seguir esa suerte de turbamulta organizada. Todos los economistas coinciden a esta altura que hay medidas financieras, muchas de ellas de tinte dirigista, pero no existe un proyecto de reactivación económica. Es uno de los factores fundamentales por los cuales el sector agropecuario no quiere liquidar divisas.

También es cierto, que ya se olvidaron las incendiarias muletillas de los primeros meses de gobierno y la forma de sostener a la deshilachada gestión de Sandra Pettovello es gastar mensualmente millonarias cifras de ayuda social en el conurbano, porque como los propios liberales ya reconocen ante propios y extraños, sin esa ayuda el gobierno hubiese volado por los aires hace rato.

Es decir, el aumento de la pobreza de manera exponencial, no es un invento de monseñor Jorge Ignacio García Cuerva, sino el resultado de las pésimas administraciones anteriores más la monstruosidad del ajuste que aplicó impiadosamente el actual gobierno. Esa situación deberá revertirse a la brevedad, porque como dicen los dirigentes de base: no estaría alcanzando solamente con la ayuda, sino que además debería haber perspectivas de generar de manera urgente fuentes de trabajo genuino. Lo que se ve es el aumento indiscriminado del trabajo informal más el incremento de la criminalidad, particularmente en la venta de droga.

El gobierno no tiene una agenda social y lo que es más grave tampoco tiene personas idóneas que le expliquen a Javier Milei, que tan importante como bajar la inflación es superar esta emergencia, porque puede generársele a mediano plazo un cóctel letal de impredecibles consecuencias. Un dato no menor, no es sólo el de la alimentación y el hambre, sino la imposibilidad real de adquirir medicamentos.

Los remedios han trepado hasta un 1073% desde el 10 de diciembre a esta parte ¿Acaso es que el mercado quien regulará semejante suba? Innumerables anécdotas existen en los hospitales públicos de pacientes que, antes eran de clase media, y ahora acuden en busca de atención gratuita con el agravante de que no tienen dinero para comprar remedios ¿Para eso es que se creó el Ministerio de Desregulación y Transformación del Estado?

En todo caso, Milei y sus adláteres ya deberían saber que no hace falta desregular ni transformar nada. La realidad demuestra que existe un estado de implosión social que no se cura con una planilla Excel, sino con una mínima dosis de humanismo y solidaridad, indispensables ambas para poder paliar una situación que puede tornarse explosiva y expansiva.

La economía argentina ya superó la escala de desaceleración, e ingresó en una suerte de coma inducido sin perspectivas de mejora, porque no existe un plan de reactivación que permita avizorar un mínimo de esperanza. Los $100.000.000.000 –con esa cantidad de ceros– que en forma irresponsable se han invertido en reforzar a los espías y trolls que se dedican a demoler reputaciones y prestigios, podrían haberse destinado a un plan sostenido de ayuda social que incluya, por cierto, la salud pública. Evidentemente, de almas congeladas no puede esperarse calidez.

La falta de un programa de gobierno que exponga detalladamente qué es lo que realmente quiere hacerse con los destinos de la Argentina, ha empezado a generar incertidumbre, no solamente en el mercado interno, sino también en organismos internacionales, pero fundamentalmente en el público en general.

Está claro que, con múltiples variaciones, marchas y contramarchas, el objetivo que se quiere seguir para bajar la inflación -ya no se habla más, como es lógico, de déficit 0- es la de un achicamiento integral del Estado, sin medir mayores consecuencias. Es decir, la idea que prima es la de reducir. La forma de hacerlo y los fines consecuentes, no se tienen en cuenta.

En medio de ese marasmo, mientras en diciembre había gente que festejaba con cánticos y algarabía, remeras estampadas incluidas el famoso: NO HAY PLATA, se nos dijo una vez más, como en algunas desafortunadas ocasiones del pasado, que el mercado todo lo regularía. Sin embargo, la mayoría de las decisiones que tomó el gobierno desde entonces hasta ahora, nada tienen de libertarianismo, por ser inaplicables a una situación como la que vive la Argentina, sino de un total dirigismo con tintes de especulación financiera a gran escala.

El Banco Central dejó de ser un objetivo a destruir para erigirse en una suerte de eslabón indispensable para todo tipo de experimentos, transferencia de deuda al Tesoro nacional incluida, que dejaría perplejo a cualquier economista liberal que se precie de tal. Dicho sea de paso, en los últimos dos meses, no sólo se dejaron de comprar reservas, sino que volvió a alejarse la brecha cambiaria entre dólar oficial y paralelo, a lo que se suma el desastroso resultado que implicó la baja de la tasa de interés, hecha prácticamente con saña con respecto a los ahorros de la clase media.

Desde esa medida hasta la fecha, el dólar paralelo no dejó de subir, aún con la última medida contractiva decidida a parar esa sangría, sin tener en cuenta el costo que la falta de pesos apareja tanto para la industria como para el comercio. Algún día el presidente del Banco Central deberá explicar porqué bajó las tasas al 30% interanual, cuando todas las voces autorizadas de la economía le recomendaron que no lo hiciera.

Diferentes profesionales de la salud dan cuenta, por ejemplo, que la supuesta regulación mercantil, en nada impactó con la suba de medicamentos que, en algunos casos, tomados los precios de diciembre, alcanzaron un 1073% de aumento. Por eso es que muchas veces no se entiende cuando mes a mes se festeja la supuesta baja de la inflación. Parecería que la referencia apunta a la inflación en pesos, porque su correlato en dólares no ha parado de subir y han hecho de la Argentina uno de los países más caros de la región. Curiosamente, el peso, nuestra moneda tan denostada y castigada, pasó de ser calificada como “excremento” por el Presidente de la Nación a una moneda fuerte por el propio Ministro de Economía, luego de que se decidiera secar la plaza, con lo cual, ante la falta de pesos, la profundización de la recesión alcanzará niveles imponentes. Como se ve solamente hay medidas financieras, ninguna de reactivación de la economía, como sería bajar las retenciones del sector agropecuario, por ejemplo.

A esto debemos añadirles que el fin de la obra pública, como anunciada y aplaudida medida, parecería que tampoco podrá ser cumplido, por la sencilla razón de que la ya desgastada infraestructura del Estado ha comenzado a crujir, por lo que ahora se analiza que muchas construcciones de jurisdicción nacional pasen a las provincias. Una vez más, la premisa de achicar el Estado, no repara consecuencias.

El objetivo es volverlo escuálido para que no gaste. ¿Esto es así? O las funciones propias que venía cumpliendo el Estado pasarán a la órbita particular sin control alguno, con el consecuente enriquecimiento que ello implica ante el empobrecimiento generalizado. Para eso se creó el Ministerio de Desregulación y Transformación del Estado, que traducido al criollo es una gigantesca máquina de picar carne, cuyo fin es cumplir el sueño del topo, es decir que desde adentro se desgarren los vestigios que quedan del Estado en el mayor nivel posible.

Claro está que de ese camino y de esa decisión, es imposible retornar después. La década de los 90 es una muestra acabada acerca de que, a los argentinos definitivamente, nos cuesta aprender las lecciones del pasado. La desocupación, el desguace del Estado y el encarecimiento generalizado de insumos que aniquiló a la producción nacional, forman parte de los malos recuerdos que deberían enseñarnos a no repetirlos nuevamente. Todo lo que aquí se señala no es la catarsis de la amargura, sino la descripción descarnada de que, antes que sea tarde, debe cambiarse la mirada y el rumbo. El tiempo lo dirá.